Resulta algo paradójico que, para su primer trabajo conjunto, la inolvidable protagonista de La niña santa de Lucrecia Martel y autora del film Familia sumergida –un intenso drama intimista– y el director de Rojo –una heterodoxa muestra de cine negro– hayan decidido apostar por la comedia. Quizá Puan, la película de María Alché y Benjamín Naishtat, no pertenezca de una manera estricta a este género, pero milita muy cerca de sus principios básicos. El título del film hace referencia a la manera en que alumnos y profesores denominan de forma popular a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. En sus aulas da clase el protagonista, Marcelo, interpretado por Marcelo Subiotto. La muerte del responsable de su departamento, y también su mentor, desencadena un conflicto interior que se manifiesta cuando, durante un homenaje al eminente catedrático, aparece en escena otro profesor de filosofía. Se trata de un antiguo conocido con el que Marcelo compartió aula, Rafael Sujarchuk (Leonardo Sbaraglia), un auténtico triunfador que recorre el mundo dando conferencias y participando en prestigiosos proyectos de investigación.
Rafael es la antítesis del apocado, tímido e introvertido Marcelo, que prefiere pasar desapercibido y encerrarse en el conocimiento, en lugar de captar la atención y los halagos de quienes le rodean. Uno sigue creyendo en los filósofos clásicos del siglo XVII y recurre con pasión a Hobbes y a Rosseau para explicar a sus alumnos la sociedad contemporánea, y el otro prefiere investigar cuestiones relacionadas con el pensamiento y las nuevas tecnologías. Una dualidad antagónica en la que se basa gran parte del peso dramático del film y que también sirve para generar –mediante el conflicto de personalidades– varias situaciones cómicas que cobran sentido, precisamente, en esa contraposición de caracteres.
En el film de Alché y Naishtat el humor está muy presente. Un humor sustentado en gags, pero también en situaciones hilarantes. Sin embargo, el film no se despega en ningún momento de ese tono melancólico con el que queda retratados su protagonista principal. Además, como telón de fondo de la trama, palpita la situación económica de todo un país, que afecta de manera directa a la universidad de la capital, que está a punto de quedarse sin subvenciones públicas, con lo que los estudiantes se movilizan de forma constante para reclamar sus derechos frente al Gobierno. Con todos estos elementos, toma forma una obra que, a pesar de su aparente carácter optimista, deja como recuerdo un sabor agridulce.
Los cineastas argentinos abogan por una puesta en escena sobria, aunque con interesantes dispositivos formales, sobre todo en lo referente a cómo filman los encuentros entre los dos antagonistas. Y también resulta especialmente revelador de su espíritu y de la forma en la que entienden la comedia las continuas transiciones en forma de fundidos, que recuerdan a los clásicos cómicos del cine mudo. Porque Marcelo no deja de ser un personaje al que persiguen los infortunios, lo conocemos cuando es víctima de un divertido incidente de corte escatológico, y que además debe aceptar todos los trabajos que puede fuera de su horario lectivo, aunque entre ellos se incluya ofrecer un show ‘cómico-filosófico’ en el cumpleaños de una rica octogenaria de la que, además, es profesor particular.
Sin resultar un film rotundo, pecando quizá un tanto de llevar el relato por caminos previsibles, Puan cumple con lo que promete y, además, tiene muy claro tanto el territorio en el que se mueve, como el tono con el que quiere contar una historia en la que los parlamentos académicos chocan frontalmente con lo cómico, quitándole hierro (que no peso) a la filosofía. Finalmente, la película consigue explicitar que el contrato social, en el siglo XXI, consiste, en Argentina y en todo el mundo, en intentar sobrevivir en una sociedad individualista apoyándose en la fuerza de lo colectivo.