(Imagen de cabecera: Red Capriccio de Blake Williams)

Damián Sato (Barcelona)

En la entrada del Cine Cooperativa Zumzeig del barrio de Sants, en Barcelona, avanzaba poco a poco una fila larguísima. Las entradas estaban agotadas para la sesión de La Inesperada, un festival que se define a sí mismo como el espacio en el que ves películas que seguramente nunca has visto. Para esta sesión de cortometrajes en 3D, tenían razón. La fila era torpe por una grata sorpresa: cuatro gafas de cartón, con lentes rojos, azules, negros y cromáticos, que enseguida me devolvieron a unas tecnologías que creía extintas. Las clásicas gafas de cartón volvían a mis manos como tecnologías de otro milenio.

Al entrar, todas nos preguntábamos por la confusión de cambiarse de gafas en medio de la sesión. ¿Cuándo me pongo cuál? ¿Cuál es cuál? Para la cordura de los más angustiados, llegó a presentar Blake Williams, el programador de la sesión, quien explicó cómo funcionaba cada par de gafas y cómo operaban sus filtros sobre la capacidad cognitiva del espectador. Cada una encapsulaba en sí misma diferentes formas de expandir la profundidad de campo de las imágenes; estereoscopías do it yourself auto gestionadas como alternativas 3D de bajo presupuesto.

La proyección, que se interrumpía entre corto y corto para dar espacio a la explicación de las tecnologías, se iba complejizando cada vez más debido a los desafíos a la percepción cognitiva de las imágenes; cada cortometraje era más oblicuo que el anterior. Para empezar, Opening The Nineteenth Century: 1896 (1990) de Ken Jacobs ponía a prueba el efecto Pulfrich sobre found footage. Gracias a unas gafas con un lente transparente y otro más oscuro, uno de los dos ojos recibía la luz al ver un plano que se deslizaba horizontalmente, como la vista desde un tren en marcha. Así, el paisaje se separaba del resto de planos, generando unas distenciones entre primer plano y fondo. Luego, Other Urban Lives (2024), también de Jacobs, experimentaba con el eternalismo, una técnica consistente en capturar imágenes con una Fujifilm W3 3D, alternando rápidamente entre cuatro tipos de imágenes de un mismo disparo y logrando un efecto de profundidad alienante que, más allá de su estroboscopia, intensificaba la extraña corporalidad de un árbol.

El homenaje al cine 3D siguió con una pieza del propio Williams, que en Red Capriccio (2014) empleó el Anaglive 3D Process para fragmentar la percepción del espectador con los lentes polarizados en rojo y cian. Esta pieza de found footage convierte el material plano a 3D trabajando sobre los rojos y azules para generar una experiencia perceptiva. Así las luces neón de un coche rojo transformaban la pantalla en espacio físico.

Luego, en un salto a una tecnología más moderna, se proyectó Apotheosis de Lillian F. Schwartz (1972), obra realizada con el noventero ChromaDepth 3D, que separaba la percepción de las distancias en función de los colores, percibiéndose el rojo más cercano y el azul más lejano, dejando el resto de los colores en el intermedio. Schwartz, video artista, vio un día, de forma accidental, una de sus películas de animación por ordenador con unas de estas gafas y desde entonces decidió que toda su filmografía se proyectaría con estos lentes. Y en el mismo camino asistimos al timelapse experimental de Photosynthesis, donde Brian Zahm proponía un movimiento pendular en el plano detalle entre imágenes análogas y digitales, asistiendo al descubrimiento solar que hacen las plantas al crecer. Esta pieza fue creada con la tecnología del ChromaDepth para jugar con las desproporciones de una manera evidente.

Recuperando la técnica del eternalismo de Jacobs, se vio Speechless (2008) de Scott Stark, una pieza que trasciende las imágenes del libro The clítoris (1976) y plantea que la naturaleza clínica de la anatomía intima femenina y la mirada masculina tienen una potencialidad artística. Las imágenes del libro están originalmente grabadas en ViewMaster 3D, una técnica que de por sí pone el foco sobre los volúmenes y profundidades de los sujetos, una fascinación técnico-estética.

Como guinda del pastel, y para cerrar la noche con fuegos pirotécnicos, se vio Let Your Light Shine (2013) de Jodie Mack, una obra que amplia y desdibuja los bordes de la pantalla, explotando con filtros de difracción prismática la potencialidad cromática de la luz. Una línea blanca en movimiento se disparó sobre toda la sala del Zumzeig, y la obra se clausuró con los mejores fuegos de artificio que el cine experimental 3D puede regalar. “A spectacle for prismatic spectacles”.

¿Qué ha pasado con estas formas de alterar la experiencia fílmica? ¿Por qué su impacto ha quedado relegado a los márgenes del cine low cost autogestionado? Después de la revolución que trajo Avatar en el 2009, parecía que el 3D venia para quedarse. Y aunque estas técnicas llevaban décadas en desarrollo antes de su auge comercial en el blockbuster de ciencia ficción, hoy siguen empujando los bordes de la pantalla, los bordes de lo que consideramos cine y lo que se escapa de sus márgenes. Sin dudarlo nunca, el cine es posible gracias a su tecnología; una relación simbiótica entre técnica y curiosidad que La Inesperada invocó a través de unos lentes que alteraban nuestra mirada sobre las imágenes.