A continuación, presentamos nuestras críticas de tres films que se verán, entre el 21 y el 25 de febrero, en la edición de 2024 del festival barcelonés La Inesperada, dedicado al cine de lo real.
KNIT’S ISLAND | Ekiem Barbier, Guilhem Causse y Quentin L’helgoualc’h | Francia | 2023 | 95 min. | Sección Atómica
A primer golpe de vista, la magnífica Knit’s Island podría asemejarse a una de las tantas obras de animación contemporáneas que se ajustan a las leyes del paradigma digital. Sin embargo, las discordancias afloran con premura. ¿Por qué la narrativa resulta tan difusa? ¿Podrá proseguir la película tras la prematura muerte de su protagonista? ¿Y qué hacen unos “planos” contemplativos, que parecen salidos de un film de Kelly Reichardt o Abbas Kiarostami, en el seno de esta fantasía digital? La respuesta a estos interrogantes debe buscarse, en primer lugar, en el origen de la película, construida a partir de las 963 horas que el trío de realizadores –Ekiem Barbier, Guilhem Causse y Quentin L’helgoualc’h– pasó deambulando por el videojuego de supervivencia post-apocalíptica Day Z.
Esta estimulante premisa podría haber dado pie a varias películas posibles: un film de aventuras con trasfondo zombi, un ensayo sobre la plástica digital o quizá una crítica airada a la violencia que prolifera en muchos entornos jugables. Sin embargo, Barbier, Causse y L’helgoualc’h se decantan por la impensable opción de convertir su inmersión en el videojuego en un estudio de corte sociológico sobre las actitudes y motivaciones de sus participantes. Encarnando a un equipo de filmación, guiados por los principios del cinema-verité, los realizadores se lanzan, en el interior del entorno virtual, al encuentro de otros jugadores, a los que entrevistan haciendo gala de una genuina curiosidad, dejando de lado todo deje moralista. Así es cómo Knit’s Island va recopilando un amplio y muy diverso abanico de experiencias, que van desde los empeños utópicos –un grupo de jugadores ha formado una comunidad animalista– a las muestras más salvajes de perversidad –una troupe de gamers practica el canibalismo y el homicidio indiscriminado siguiendo a una líder que luce la gorra con la hoz y el martillo soviéticos–. Y cabe decir que la habilidad del trío de directores franceses para adentrarse en submundos espinosos y ganarse la confianza de sus pares trae a la memoria el trabajo del documentalista Ulrich Seidl; en particular, su película En el sótano, que destapaba la oscuras filias secretas de la población austriaca.
Tras un arranque que opera bajo el signo de la estupefacción, la película avanza hacia un territorio de pausa reflexiva. La alarma ante la abundancia de comunidades regidas por líderes supremos va dejando su lugar a una meditación sobre la necesidad del afecto. En uno de los pasajes más logrados del film, las voces de varios jugadores se entregan a la cavilación de corte filosófico, formando un coro que no hubiera desentonado en una película de Terrence Malick. Luego, algunos de estos “personajes” emprenden una expedición hacia lo desconocido, un trayecto que remite a aquellos pasajes de El show de Truman de Peter Weir y de la serie Westworld de Jonathan Nolan y Lisa Joy en los que diferentes personajes “virtual” se adentraban en los confines de una realidad simulada en busca del sentido de su existencia. ¿Pero qué buscan en realidad los jugadores de Knit’s Island? ¿Y qué valor otorgan a su peregrinaje por la simulación digital? ¿Se trata de un puro ejercicio de distracción o evasión, o es algo más? Barbier, Causse y L’helgoualc’h acaban entablando amistad con jugadores que llevan una década transitando por Day Z y que no tienen reparos a la hora de reconocer que el juego forma una parte integral de su “realidad”. En este punto, Knit’s Island conecta con la magistral Waking Life, aquella obra de animación por rotoscopia en la que Richard Linklater resquebrajaba las fronteras entre la realidad consciente, el universo onírico y la fantasía. Cuando uno de los jugadores de Knit’s Island rememora algunas de sus vivencias virtuales, reconoce que “parecen recuerdos reales… Siento como si realmente hubieran ocurrido”. Bienvenidos al desierto de lo real. Manu Yáñez
CASTELLS | Blanca Camell Galí | Francia, España | 2022 | 20 min. | Sección Cuadecuc
Lara emerge del subsuelo a la bulliciosa superficie de Barcelona. Lo hace con una expresión en su rostro a medio camino entre la alegría, la curiosidad y el temor de quien se reencuentra con un lugar que en algún momento fue suyo. Lara monta las escaleras mecánicas que conectan la parada de “ferrocarrils” de Avinguda Tibidabo con la Plaza Kennedy, y la cámara decide seguirla, en travelling ascendente, hasta dar con uno de los elementos arquitectónicos distintivos de la zona alta de la ciudad condal: la Torre Andreu, también conocida como La Rotonda, un edificio modernista coronado por un templete-mirador en el que ocho columnas sostienen una aguja que rasga el cielo.
Minutos después, ya instalados en el núcleo del relato, se repite el movimiento ascendente, ahora para ver cómo se eleva uno de los castillos humanos que dan título al nuevo cortometraje de Blanca Camell Galí. Entre estas dos ascensiones, hallamos lo que realmente importa… y que podría pasar desapercibido: una caña, una copa de vino de la casa, una insinuación subida de tono, una metáfora romántica y alelada, las primeras luces matutinas después de una noche de sexo… Momentos pasajeros que Castells dota de una singular trascendencia.
Tras una ruptura amorosa en Roubaix (un pueblo francés “de casas iguales, en el que no sabes si esta es la calle de tu casa, o la de tu vecino”), Lara regresa al hogar: una Barcelona repleta de extranjeros, en la que consecuentemente es muy fácil sentirse extranjera. Al llegar, la protagonista topa con un mensaje en el que Boris, su expareja, invoca (en voz en off) una posible reconciliación. La respuesta a esta propuesta debería marcar el sino de la película, pero, como se ha apuntado, en el imaginario de Camell Galí (cuya vida y cine transcurren entre el “aquí y allá”, Barcelona y París) el camino vale tanto como el origen y el destino.
El camino que se perfila en Castells lleva a la protagonista de Barcelona a l’Arboç, un recorrido en tren que, gracias al traqueteo de los vagones y a la velocidad a la que pasa el paisaje, invita a Lara a abstraerse del mundo. Sobre este tapiz reflexivo, que trae a la memoria la reciente Tenéis que venir a verla de Jonás Trueba, Camell Galí concatena tiempos muertos y encuentros muy vivos, todos ellos amenizados por la presencia de la actriz Carla Linares, una de las presencias más relevantes en la nueva ola de cine español femenino. Personaje y actriz miran hacia atrás, hacia el horizonte, mientras nos sobra el tiempo para darnos cuenta de la rima cromática que formulan una chaqueta tejana y el azul resplandeciente del Mediterráneo.
La rima visual, aparentemente residual, da sentido al viaje, en cuanto que alumbra un instante de paz, de equilibrio, de armonía azulada y espiritual. El tratamiento de la imagen cala también en el retrato sosegado y al mismo tiempo vitalista de Lara, que necesita alejarse y volverse a acercar para encontrarse a sí misma. Dicho y hecho: mientras queda hipnotizada viendo cómo los castellers del pueblo de su padre van armando su obra, Lara se abre con un soliloquio interior sobre el acto de caer. Así es como la protagonista y la cineasta cuadran la ecuación de Castells: sin prisas, sin precipitar una conclusión, capturando y abrazando aquello que (indebidamente) podríamos pasar por alto. Víctor Esquirol
NYC RGB | Viktoria Schmid | Austria | 2023 | 7 min. | Sesión Mundo Poco Perceptibles
Mientras el cine de vanguardia contemporáneo transita cada vez más por territorio afines a lo digital –espacios virtuales e intangibles–, todavía hay cineastas, tanto veteranos como jóvenes, que siguen explorando los recovecos de una imagen rendida al enigma de lo real. La cosecha del año pasado nos regaló dos cortometrajes austriacos de esta índole: Techno de Lydia Nsiah y NYC RGB de Viktoria Schmid. Techno presenta un puñado de fragmentos de películas de ciencia ficción históricas y contemporáneas, haciendo hincapié en producciones africanas, asiáticas, indias, indígenas y sudamericanas. Durante 22 minutos, los filtros las estiran, mezclan y trituran de forma que resultan apenas inteligibles, regurgitadas en un lenguaje físico, pero no razonable, y definitivamente no humanista. Por su parte, NYC RGB apuesta por pausar nuestra percepción. Schmid saca instantáneas de las fachadas de Manhattan, bañadas por el sol de la tarde, mientras fragmenta luces y sombras en matrices geométricas de colores rojo, verde y azul (RGB). Aunque ya no aspiremos al realismo en la representación, ello no supone abandonar una mirada tranquila y aterrada al mundo que nos rodea, una observación atenta y bella de la cotidianidad urbana. Mariona Borrull