Ahora que Bruno Dumont parece estar en boca de todos gracias al éxito de P’tit Quinquin, parece un bueno momento para recuperar su magnífica obra anterior. Inspirada libremente en la historia real de la escultora Camille Claudel (interpretada por una contenida Juliette Binoche), alumna y amante de Auguste Rodin, la película hace realidad una particular forma de alquimia cinematográfica, aquella capaz de convertir unas imágenes desnudas, dominadas por el minimalismo escénico, en un exuberante torrente de ideas. Reivindicando la fuerza del misterio como la chispa que lleva a la revelación artística, Dumont sugiere aquí complejos interrogantes a partir de composiciones austeras y elegantes: ¿qué entendemos por locura y cómo el tiempo ha puesto en evidencia nuestros errores en esta materia? ¿Puede la observación del paisaje poner de manifiesto la existencia de un mundo espiritual? ¿Qué sucede cuándo los rectos dogmas del cristianismo chocan contra los prejuicios de los seres humanos? Empático y emotivo, sin dejar de ser meditativo, Dumont hace aquí justicia al título de uno de sus films más exitosos: La humanidad.

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