Cualquiera que vaya habitualmente a festivales sabe que una de las grandes losas de los mismos es esa complicidad que se establece cuando una película charla directamente con su público… y éste se encarga de responder. Esto es algo que, por ejemplo, ocurre de manera asidua en Sitges: basta con que la proyección ofrezca una referencia reconocible para que el patio de butacas se vuelva loco. Sólo los amantes sobreviven entraría en parte dentro de esta categoría: por ejemplo, cuando la audiencia entiende que uno de los personajes es el mismísimo Christopher Marlowe, todos los chistes relacionados con Shakespeare son interpretados de una manera desmesurada más por el hecho de entenderlos que por su calidad como tal. Por eso el mérito de la penúltima película de Jarmusch es doble: no sólo se trata de una cinta repleta de conexiones culturales con el espectador, sino de una que aprovecha las mismas para hacer avanzar el relato y la descripción de sus personajes. Donde otros se quedan en el mero homenaje o la búsqueda de herramientas que permitan una afinidad con el público, Jarmusch les da la vuelta buscando siempre su funcionalidad. Es tan sólo uno de los méritos de la cinta: Sólo los amantes sobreviven es también una precisa historia de amor entre dos vampiros elitistas que aprovecha todos sus bagajes y escenarios (la elección de un Detroit destrozado por la crisis, por ejemplo, es perfecta en ese sentido) para ofrecer aquello que todo cineasta busca: algo nuevo. ER

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