Exuberante y escurridiza, Passion de Brian De Palma auna tosquedad y estilización, ímpetu sublime y gestos ridículos –una combinación de factores que parece fruto de la veteranía del maestro Brian De Palma, de una sabiduría que está por encima de todo academicismo: la encontramos también en las últimas películas de Oliveira, Resnais o Monte Hellman–. Aquí, además, De Palma demuestra que, hoy por hoy, no hay otro cineasta capaz de transitar con semejante libertad entre la superficie de las imágenes y los abismos de la psique humana, quizás con la excepción de David Lynch. Epidérmica y laberíntica, Passion es una remake de Crime d’amour, la película de 2010 dirigida por el francés Alain Corneau, aunque si el film de Corneau se presentaba como un elemental thriller sobre la competitiva y cruel relación entre dos altas ejecutivas de una multinacional, el de Da Palma va mucho más allá, erigiéndose en un autorreflexivo viaje por las profundidades del deseo. Durante décadas, De Palma ha sido celebrado como uno de los grandes ilusionistas del cine mundial. Gran heredero de Hitchcock, el autor de Carrie ha hecho de la obsesión la materia prima de su obra: su cine está plagado de miradas arrebatadas que funcionan como espejos de la fascinación que despiertan las imágenes en el espectador. En Passion, la batalla de miradas y voluntades se desata entre dos mujeres de fuerte personalidad que aspiran a conquistar la gloria empresarial: la eternamente compungida Noomi Rapace y la siempre magnífica Rachel McAdams, en clave Mean Girls. Dos personajes que De Palma utiliza, como ya hiciera en Femme Fatale, para aproximarse a los códigos del noir con una libertad que trasciende toda lógica narrativa. MY

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