Mimado, con motivos, por los principales festivales desde el comienzo de su carrera, Joachim Trier ha ido consolidando una filmografía repleta de parajes gélidos, relaciones personales al límite y un estilo naturalista, que parece querer derribar la presencia incisiva de la cámara en cada fotograma. Antes de asumir la producción internacional El amor es más fuerte que las bombas (con Jesse Eisenberg e Isabell Huppert), entregó este Oslo, 31 de agosto, rodado en territorio conocido, pero a partir de un relato que es bastante ajeno a las calles de la capital noruega. Se trata de una adaptación de la novela de Pierre Drieu La Rochelle que ya llevó al cine Louis Malle en una de sus películas más rotundas y también más tristes. La idea del suicidio planeaba sobre el protagonista de la película del director de El soplo al corazón o Lacombe Lucien desde la primera escena. Trier trabaja con la misma pulsión con la que Malle construyó su obra maestra, convirtiendo la limpieza exterior de los escenarios en el parapeto que esconde la suciedad de los sentimientos. Brillante ensayo a propósito de la culpa, pero, sobre todo, una película que sale airosa teniendo un referente tan grande como el que tenía desde 1963. FB

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