Tras dar por finalizada con A través de los olivos (1994) la trilogía Koker, esa inabarcable reflexión sobre vida-creación-realidad-ficción, Abbas Kiarostami obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes con El sabor de las cerezas. El director iraní mantuvo intacto su gusto por el minimalismo narrativo y estético en la historia de un hombre que vaga por Teherán en busca de alguien que le ayude a suicidarse. Entre una relectura de El fuego fatuo (1963), de Louis Malle, y un homenaje a Fresas salvajes (1957), de su admirado Ingmar Bergman, Kiarostami retrata los encuentros de su desesperado suicida con los candidatos a verdugo con los que se van encontrando. El film, a pesar de su trágico planteamiento de inicio, mantiene ese espíritu vitalista y ese gusto por encontrar la aventura en lo mínimo, en lo cotidiano, que caracteriza al director fallecido hace un año en París. Este largometraje acaba, además, desplegando esa suerte de mecanismo metanarrativo que se ha convertido en uno de los trazos más reconocibles de la firma de su autor. Fernando Bernal

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