Gore Verbinski ha inscrito su nombre entre los directores más rentables de la historia del cine gracias a la saga de Piratas del Caribe. Sin embargo, tiene en su filmografía algunos títulos que se alejan de esas aguas e intentan surcar otros mares (valga la metáfora fácil). Lo hizo con Rango (2011), cinta de animación que rompía con el canon establecido por las grandes ‘majors’ Disney-Pixar o Blue Sky y que consiguió el Oscar en su categoría. Y repitió con La cura del bienestar, esta vez pisando los terrenos del terror psicológico y el thriller de identidad, una película estrenada este mismo año y que pasó como un suspiro por las salas. Se trata de un film ambicioso –tanto en producción, presupuesto, duración como en pretensiones narrativas– que se escapa entre las manos de su director a cada momento. Y, sin embargo, en esas imperfecciones encuentra su verdadera razón de ser. Arranca cerca de Shutter Island, de Martin Scorsese, con un ejecutivo que ingresa en un balneario siguiendo las huellas de un financiero desaparecido, y termina frenéticamente tocando varios subgéneros del terror más propios de otras décadas. Fernando Bernal

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