Maestro de la mueca espástica, genio del gag físico, el recientemente fallecido Jerry Lewis fue mucho más que una presencia desbordante, mucho más que un payaso irreverente y convulso. Su talento trascendió los límites del encuadre y se manifestó con particular brío detrás de la cámara. En una gran escena de El profesor chiflado –una suerte de interludio en la primera transformación del apocado Profesor Julius Kelp en el petulante Buddy Love–, Lewis llevó hasta lo sublime la fuerza transgresora del fuera de campo cinematográfico. Jugando con las expectativas de un espectador convencido de que Kelp debía haber mutado en un horroroso Mr. Hydem, Lewis se recreó en un prolongado plano subjetivo de Kelp/Love en el que una serie de transeúntes se mostraban atónitos ante la presencia del supuesto monstruo. Generando una maravillosa suspensión del efecto cómico, que sólo estallaba cuando un contraplano revelaba la inesperada “guapura” de Love, Lewis invitaba a experimentar el efecto embriagante de lo que Carlos Losilla ha denominado como la imagen ausente. Para el crítico español, durante aquel tránsito casi silente por una calle de paseantes patidifusos, el rostro todavía no revelado de Love (siempre el de Lewis) “podía ser cualquier cosa, bello o monstruoso, porque, más allá del resultado final, rompía tanto el orden social como el cinematográfico”.

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