Hugo Morales (Valladolid)
Con la proyección de Tres adioses de Isabel Coixet arrancaba el pasado viernes la 70ª edición de la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci), en su tercer año bajo la dirección de José Luis Cienfuegos. Daba inicio así un certamen que este año destaca por su megalómana Sección Oficial, no solo por la cantidad de títulos –hasta 29 films entre películas a competición y fuera de concurso, tras la postrera inclusión de Hamnet, largometraje dirigido por la oscarizada Chloe Zhao–, sino también por la extensa duración de varias de estas obras. Junto a los 180 minutos de Cuando un río se convierte en mar, la nueva cinta del barcelonés Pere Vilà Barceló, o los apenas (tratándose de Lav Diaz) 160 minutos de metraje de Magallanes –la aproximación del realizador filipino a la figura del explorador portugués– podremos ver no pocas propuestas que estarán alrededor de las dos horas y media de duración: Yes (Navad Lapid), The Sound of Falling (Mascha Schilinski), Silent Friend (Ildikó Enyedi) o Resurrection, el esperado tercer largometraje del cineasta chino Bi Gan, Premio Especial del Jurado en el último Festival de Cannes.
Además, la Seminci mantiene la apuesta por las secciones paralelas a competición como Punto de Encuentro –con un predominio de temáticas de marcado carácter social en la cual se entremezclan obras de voces emergentes con otras de autores de mayor recorrido–, Tiempo de Historia (consagrada al cine de no-ficción) y una joven gema del festival (Sección Alquimias) dedicada al cine más experimental o con propuestas formales más rompedoras. Precisamente, en esta última sección se ha presentado Memory of Princess Mumbi, película del multidisciplinar artista suizo-keniano Damien Hauser, que con apenas 24 años ha dirigido su cuarto largometraje como director (del que además es guionista, director de fotografía, montador, compositor y coproductor). El film reivindica la relevancia de la impronta autoral de un artista sobre la obra e incide en cómo esta huella, visible a través de las decisiones formales, es el reflejo de la postura teórica y moral del creador. Hauser recurre a una fábula distópica ubicada en el continente africano de finales del siglo XXI para plantear una esperanzadora reflexión meta sobre el uso de la IA como una herramienta más al servicio del cineasta y no como futura amenaza para el creador. Además de por la hibridación de falso documental y romance sci-fi, a lo que cabe añadir la subversión de los códigos del melodrama, gran parte de la originalidad del film reside en la gran variedad de técnicas empleadas por Hauser para crear efectos visuales que remiten a técnicas de efectos especiales más propias del siglo pasado –como los paisajes y edificaciones generadas por IA que funcionan de trasfondo en los planos generales– o por el uso de samples de bandas sonoras de corte clásico, vinculadas a distintos géneros, que se emplean a modo de irónico contrapunto sobre los registros interpretativos de varias escenas.
La esperanza y devoción por el arte cinematográfico que desprende Memory of Princess Mumbi la emparenta estrechamente con el esperado tercer largo de Bi Gan, Resurrection, presentada en la Sección Oficial. La nueva película del director chino es una fervorosa oda a la historia del cine del siglo XX, que vincula al arte cinematográfico con la capacidad humana para la ensoñación, y que está estructurada en varios episodios que, a su vez, están asociados, por un lado, a un género o estilo cinematográfico, y por otro a uno de los cinco sentidos de la percepción humana. Con evidentes altibajos, sobresalen por encima del conjunto los segmentos protagonizados por Shu Qi, en especial el vinculado con el cine mudo ya que se trata del episodio que contiene una narrativa más vibrante, repleta de imágenes envueltas por un emotivo estremecimiento; algo que luego se desvanece a medida que el metraje recorre los fragmentos posteriores. Con solo dos films previos en su haber –Kaili Blues (2015) y Largo viaje hacia la noche (2018)– Bi Gan ya había demostrado hace años, además de su habilidad para la ejecución de virtuosos, coreográficos y prolongados planos secuencias, una capacidad sorprendente para imbricar subtramas protagonizadas por personajes masculinos en quienes anidaba un sobrio pero emocionado desconsuelo relacionado con la memoria y los recuerdos del pasado. Quizá sea la ausencia de esta hondura emocional en la construcción del protagonista de Resurrection lo que reste consistencia a la ejecución del habitual y esperado plano secuencia de todas las obras de Bi Gan, convirtiéndolo, en esta ocasión, en un trayecto más mecánico que emocional y en una advertencia de cara al futuro.
Entre las óperas primas a destacar en estos primeros días de Seminci, encontramos en la sección Punto de Encuentro el film colombiano Barrio Triste, a cargo del reconocido fotógrafo y realizador de vídeoclips Stillz, autor de verdaderas rarezas como el vídeo de la canción Baticano, en el que rendía un homenaje sui generis al expresionismo alemán mediante un Bad Bunny reconvertido en Nosferatu para la ocasión. Su debut en el largometraje como realizador, guionista y director de fotografía, Barrio Triste, es un film que posee un extraño misterio y contiene potentísimos instantes visuales de una poética que emerge, de manera sorprendente, abriéndose paso entre los oscuros píxeles y el grano del formato analógico, para transitar de lo divino a lo infernal. Aunque la cinta es imperfecta y alargada hasta la extenuación, parece encontrar ahí sus momentos más sublimes, cuando se encuentra atorada de noche entre las calles y edificios en ruinas del barrio Sagrado Corazón de Medellín (al que hace referencia el título de la película) apenas iluminados por las luces lejanas de la ciudad.
La propuesta de Stillz para retratar el famoso barrio rehúye desde el inicio cualquier sensacionalismo condescendiente en la denuncia de la violencia y la miseria endémica que padecen los habitantes de la zona. Lejos de eso, apuesta por un ingenioso y frenético simulacro de found footage a partir del anecdótico robo, por parte de la pandilla de jóvenes protagonista, de una cámara a unos reporteros de TV. Este mecanismo ficcional activa un inmersivo recorrido por las calles del barrio que, gracias a la puesta en escena de Stillz, adquiere el extrañamiento de quien acabara de aterrizar en ese lugar para iniciar un descenso eterno hacia el infierno. Para alcanzar este tono, resulta crucial la colaboración en el apartado musical con Arca –la polifacética y multidisciplinar cantante y compositora venezolana– que compone una banda sonora que, a la manera de la ciencia ficción, percute con bases electrónicas y sintetizadores y, en cambio, se recoge entre delicadas notas al piano, acompañadas de una guitarra española, cuando el paisaje urbano queda rociado por la espiritualidad de una letanía.






