Antes de convertirse en emblema del Nuevo Hollywood y cronista de la desesperación generacional con La última película (1971), Peter Bogdanovich había firmado una obra inclasificable, que bebe en parte del desquiciado universo de Roger Corman –maestro para muchos cineastas de esta nueva ola– en cuanto a las pulsiones violentas que recorren el relato y también del cine de género, en este caso del thriller del terror. Sin embargo, este debut conecta con el resto de la trayectoria de Bogdanovich al estar adscrito de una manera incondicional a la cinefilía militante. El cine sirve como espejo dentro de la pantalla para reflejar a un francotirador, ex combatiente de Vietnam, que quiere acabar con todo aquel que se cruza por su camino (o con el que no) y a una estrella del celuloide encasillado en papeles de terror (Boris Karloff, en otro indudable guiño cinéfilo). Sus destinos se cruzan en un acto final memorable. Bogdanovich cose con habilidad estas dos tramas, protagonizadas por monstruos (¿o no lo son?) a través de un virtuoso ejercicio de dirección y montaje. Por algo siempre ha sido el chico más listo de la clase, aunque no el que saca mejores notas. FB

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