Hay una secuencia en La reina Cristina de Suecia en la que Greta Garbo, su protagonista, asegura estar cansada de ser un símbolo, «quiero ser una criatura humana…». Existen pocos rostros ante los cuales esas palabras puedan resultar tan contundentes. Tal y como asegura Núria Bou, auténtica experta en la actriz como escenario de la puesta en escena cinematográfica, pocas veces el cine ha sido capaz de sugerir la brevedad de la felicidad amorosa, pero también su perdurabilidad, como a través de la Garbo de La reina Cristina de Suecia. Según Roland Barthes, «la Garbo todavía pertenece a aquel momento de la historia del cine en que el encanto del rostro humano perturbaba enormemente a las multitudes, cuando uno se perdía literalmente en una imagen humana, cuando el rostro constituía un tipo de estado absoluto de la carne que no se podía alcanzar ni abandonar (…). En La reina Cristina de Suecia, el maquillaje tiene el grueso de una máscara: no es un rostro pintado, sino un rostro escayolado, defendido por la superficie del color y no por sus líneas (..). En su enorme belleza, este rostro no dibujado, sino más bien esculpido en la fragilidad, es a la vez perfecto y efímero. El rostro de la Garbo representa aquel momento inestable en que el cine extrae una belleza existencial de una belleza esencial, cuando el arquetipo hace una inflexión hacia la fascinación de figuras perecederas, cuando la claridad de las esencias carnales da lugar a una lírica de la mujer». ER

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