Manu Yáñez (Festival de Gijón)

En su 63ª edición, el Festival de Gijón volvió a demostrar su compromiso con la exploración de los recodos más combativos e ignotos del cine independiente. La tarea no es elemental, en un tiempo en el que las fronteras de lo indie aparecen más desdibujadas que nunca, amenazadas por la voracidad de un mercado que tiende a la homogeneización. En este contexto, la singularidad autoral debe buscarse por tierra, mar y aire; en realidad, puede aparecer por cualquier lugar, pero hay que estar atento para atisbarla y atesorarla. Esa es la tarea de un certamen como el FICX, que este año volvió a dejar muestras sobradas de aprecio por la heterodoxia. Solo había que escuchar los dogmas felizmente radicales que proclamaban Lisandro Alonso y Albert Serra en el coloquio posterior a la proyección de La libertad, la ópera prima del cineasta argentino, que recibió un premio honorífico del festival. O atender al emotivo homenaje que el FICX dedicó al recientemente fallecido Fran Gayo, el alma (libre) de este festival durante tantos años. La pasión, el rigor y el inconformismo del que hacía gala Gayo funcionan como exigentes varas de medir para todos aquellos que nos movemos por dentro o por los márgenes del FICX.

Siguiendo la máxima de la búsqueda permanente de la diferencia, Gijón acogió la presentación de varias obras que se mueven como objetos tangenciales por el Planeta Cine. Ahí está por ejemplo la notable As liñas descontinuas, en la que la gallega Anxos Fazáns –que llamó la atención con la visceral y a la vez delicada A estación violenta– compone un sorprendente fresco emocional a partir del encuentro entre una mujer de 50 años que se está separando y un chico trans de 28 años que parece dar tumbos en busca de su destino. La premisa trae a la memoria algunas extrañas parejas de la gran pantalla: los Harold y Maude de Hal Ashby, los Minnie y Moskowitz de Cassavetes, o los protagonistas de Algo salvaje de Jonathan Demme. En realidad, la película de Fazáns no apuesta ni por el pintoresquismo de Ashby, ni por el arrebatamiento de Cassavetes, ni por la chispa pop de Demme, pero comparte con todos ellos la capacidad de abrazar a personajes que, en manos menos empáticas, podrían caer en el trazo grueso. Siguiendo los principios de la música de cámara, Fazáns modula su obra a partir de la gestión minimalista y sensible de sus instrumentos: dos actores afinadísimos (Mara Sánchez y Adam Prieto) que transmutan el extrañamiento en pura veracidad. Sin miedo a discurrir por los límites de lo verosímil, confiando más en sus personajes que en la ortodoxia narrativa, As liñas descontinuas convierte en rock melódico unas existencias que parecían condenadas al más puro réquiem.

En un registro más iconoclasta, Amalia Ullman entrega con Magic Farm una peculiar continuación de lo planteado en su destacada ópera prima, El planeta. Si en aquella diseccionaba, con tempos pausados y una ironía deadpan –a la manera de Jim Jarmusch–, el simulacro de prosperidad de una madre y una hija mendicantes, ahora Ullman pone el foco en la farsa creada por un equipo de televisión estadounidense en una región semirrural de Argentina. A medio camino entre el pop quirky de Miranda July y el cine povera de Harmony Korine, Ullman elabora una comedia de enredo que se ríe de todo sin acabar de ofender a nadie. Pese a que la irresponsabilidad y una cierta indolencia campan a sus anchas por esta película de estadounidenses urbanitas fuera de lugar, Ullman no puede ocultar la simpatía que siente por sus personajes, lo que la lleva a convertir Magic Farm en su particular versión de Freaks de Todd Browning. Se trata de celebrar la diferencia, aun cuando ciertos tics del indie americano amagan con normativizar la experiencia fílmica. A la postre, la reivindicación de estéticas y deseos no normativos, así como el apego al humor chanante, hacen de Magic Farm un entretenimiento efervescente, quizá más inofensivo de lo que podría parecer.

Por último, y en otro nivel, figura Fuck the Polis, la nueva obra de la gran Rita Azevedo Gomes. Tomando como referencia un relato corto de João Miguel Fernandes Jorge, los textos El verano El exilio de Helena de Albert Camus, y sus propias experiencias vitales, la cineasta portuguesa compone una exuberante, exigente y gozosa meditación sobre los rozamientos entre la tradición helénica y la Europa contemporánea. Con un pie en el modelo de cine hablado de Manoel de Oliveira –el viaje por la costa griega hace pensar en Um filme falado– y el otro en las invenciones poético-teóricas del último Godard, Azevedo Gomes invita al espectador a retozar entre poemas de Kavafis, Keats y Lord Byron –leídos en papel o sobre la pantalla de un móvil–, estampas marinas y canciones de María Farantoúri. En un momento crucial del film, se apunta al abismo que existe entre la preocupación de los antiguos griegos por la idea del “límite”, fuente de equilibrio y razón, y la perdición de la Europa actual, y del mundo entero, a manos de la “desmesura” (turística, capitalista, banal). Contra esta crisis cultural, Fuck the Polis ofrece múltiples antídotos y bálsamos, del placer de la lectura compartida a la contemplación de la belleza del mundo natural. Poco importa que los poetas (y los amantes de la poesía) estén condenados a la soledad, como señala una de las canciones de Farantoúri. Mientras siga existiendo la auténtica poesía –como la que aflora en los encuadres florales de Azevedo Gomes, herederos de los de Adieu au Langage de Gordard– seguirá habiendo motivos para la esperanza.