Alberto Richart (Las Palmas de Gran Canaria)
A través de su nutrida selección de cine autoral, el Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria aproximó a su entusiasta público una amplia diversidad de intimidades, historias privadas en las que resonaron temas universales como la soledad, el deseo y la desesperación ante un estado de crisis. Una de esas historias íntimas, tocada por la precariedad profesional, es la de One of Those Days When Hemme Dies de Murat Fıratoğlu, que ganó el premio Lady Harimaguada de Plata. Esta película turca sueña desde su título con la muerte del jefe de una plantación de tomates secos en el árido territorio de Esmirna, un terrateniente que debe a sus empleados más de quince días de sueldo. La complicada situación económica de Eyüp (el propio Fıratoğlu, un hombre en la treintena que parece saltar de empleo en empleo, sin terminar de encontrar su sitio definitivo en el mundo profesional) lo llevan a tomar la decisión de armarse con una pistola, e ir en busca de su contratante.
Lo que ocurre a continuación rompe de lleno con los códigos del thriller social. Una serie de encuentros y desencuentros con familiares, vecinos y adormilados dependientes de comercios harán que la venganza personal del protagonista se retrase hasta la eternidad, como una de esas pesadillas en las que el sujeto jamás llega a su destino. Ese día en el que Hemme muera, anunciado en el título, parece nunca llegar. La exasperación se apodera del personaje central al tiempo que emerge la bondad: Eyüp se presenta como un cuerpo hábil, o una fuerza mecánica a la que toda una sociedad recurre con favores, y que raramente le recompensa por ello. En su ópera prima, Fıratoğlu filma con temple y parsimonia: la actitud general de sus personajes contagia el tempo de una narración que aguanta largas secuencias en las que no suceden demasiadas cosas, más allá del transcurso de la cotidianeidad. Es tan lejana la distancia entre el protagonista y la resolución de su conflicto que el relato queda suspendido en el laberinto aletargado, pero gozoso, de todo un territorio. El baile folclórico entre personas encadenadas, que abre y cierra la historia, coloca la ansiedad del protagonista en una escala de relatividad comunitaria: ¿quién no tiene sus propios problemas? Con un humor sigiloso, la película de Fıratoğlu, de apariencia discreta, consigue acomodarse en el recuerdo mucho después de abandonar el cine.

Cierta candidez se halla también en la india Cactus Pears (Rohan Kanawade, 2025), Premio del Jurado en la sección World Cinema del Festival de Sundance. El director parte de la vivencia propia del duelo por su padre para explicar el regreso de Anand (Bhushaan Manoj) a su pueblo de origen desde Bombay, a donde se trasladó para escapar de un ambiente familiar claustrofóbico, empeñado en buscarle una esposa. De vuelta al hogar, durante los diez rigurosos días de luto que debe guardar por su padre, Anand encuentra el apoyo y el cariño de su amigo y vecino Balya (Suraaj Suman), el único referente homosexual en su entorno más cercano. Estamos ante un melodrama lento y de corte clásico, pero de pronto, el retrato de los desafíos a los que deben enfrentarse las personalidades queer en una zona rural como es el caso, hace de ella una producción valiente. Al sol ardiente del país, los protagonistas se cobijan bajo la sombra de los árboles, en una siesta de gestos afectivos, en la que Kanawade se recrea casi paralizando el tiempo narrativo. Las aproximaciones sexuales son apelmazadas, y prácticamente autocensuradas. Desarrolla así el cineasta una cohibida cinematografía del deseo, sugestiva, pero con ciertos reparos a mostrar más de la cuenta. Quizás el otro gran tema de la película influya en la decisión de no basarlo todo en la pasión y el sexo: las lágrimas al borde de los ojos de Manoj en gran parte del metraje, indican que esta es, sobre todo, una carta de despedida a todo lo que ha cambiado para siempre. El director firma una película sobre el dolor, la pérdida, las presiones familiares y la estoica resistencia de la identidad.
El eros y el thanatos que trata Kanawade encuentra, cada uno, un camino diferente en otros dos títulos del festival. El primero, la erótica y el deseo, son absolutos protagonistas del cambio de tercio que supone la comedia quebequense Dos mujeres (Chloé Robichaud, 2025), remake de Tramposos y embaucadores (Claude Fournier, 1970) y Premio del Público en el certamen grancanario. Con su energía rupturista y alegre sobre la monogamia, explica la pequeña revolución feminista en las vidas de dos vecinas, en un vecindario concienciado con la ecología, cuando comparten entre ellas el estancamiento sexual que atraviesan con sus respectivas parejas masculinas. A medio camino entre la comedia francesa y los prólogos heteronormativos del cine pornográfico, ambas colegas pasan de la concordia a la amistad, al confesarse sus respectivas aventuras caseras con el fontanero, el fumigador o el repartidor. Más allá de lo superficial del escarceo y de una colorida fotografía, Robichaud y su guionista, Catherine Léger, apuntalan comentarios incisivos sobre la perversa industria detrás de las aplicaciones de citas, la carga represiva de la palabra “infidelidad” y la aceptación física y moral. Las actrices Karine Gonthier-Hyndman y Laurence Leboeuf llevan sobre ellas todo el peso de una sátira agradable que invita a la liberación.

La segunda película, sobre la muerte y el duelo, participaba en la sección Panorama España, y fue previamente presentada en festivales como el de Toronto y Málaga, donde recibió el Premio Especial del Jurado, la Mejor dirección y el Mejor guion. Con todo, ha llegado hasta Gran Canaria Los tortuga (2025), segunda película de Belén Funes tras la espléndida La hija de un ladrón (2019), y confirmación directa de que nos encontramos ante otra estrella en la afortunada constelación del cine nacional contemporáneo de la que forman parte nombres como Pilar Palomero, Carla Simón o Celia Rico. En ella, Anabel (Elvira Lara) se encuentra procesando todavía la inesperada muerte de su padre. Su conexión con la familia paterna del pueblo de Jaén y la época de recogida de la oliva le ayudan a sentirse acompañada, pero la llegada de su madre Delia, taxista de Barcelona con orígenes chilenos, coarta su necesidad de recordar con las prisas por pasar página lo antes posible.
Todo esto forma parte de un prólogo inesperado, de una duración aproximada de media hora. A partir del título de la película en pantalla, nace otro relato diferente, que acompaña la convivencia de Ana y Delia de regreso a la ciudad, y alejadas del olivar. El fantasma del padre, sin embargo, seguirá pululando en los silencios entre una y otra. El conflicto sobre las figuras paternas vuelve a relucir en la obra de Funes a través de otra protagonista autodeterminada, la joven Lara, con una madurez interpretativa resaltable. Sin perder de vista su premisa, y con algún cabo narrativo que recuerda a The Souvenir (2019-2021) de Joanna Hogg, la directora aprovecha el extenso capítulo barcelonés para disparar una dramática crítica a los desahucios, el encarecimiento y, en definitiva, la compleja situación habitacional, así como un tirón de orejas, algo más velado, pero notorio, a la coyuntura agrícola. Los tortuga es una carta de amor definitiva al pueblo, sí, pero también a los llamados charnegos, que emigraron para buscar un futuro mejor y encontraron otro tipo de sufrimiento. Funes filma con sumo cariño a sus personajes, los construye contradictorios, pero sin prejuicios, y se los regala al espectador como un pedazo de vida. Algunas de sus imágenes apelan al amor incondicional y la complicidad fraternal: el aceite sobre el rostro curtido de la abuela, o el tupper de aceite en el que la familia al completo moja el pan, hablan de una experiencia compartida, y un sentimiento de arraigo tan fuerte que resulta impensable que no salga de las entrañas.