Hasta bien entrado el relato, El rapto de Bunny Lake es, sobre todo, un tratado sobre una protagonista que bien podría estar loca, pero cuyos alrededores todavía lo están más. El plantel de secundarios se encarga de remarcar esta idea: una rígida cocinera alemana obsesionada con los requesones, un casero poeta que no se avergüenza lo más mínimo de sus dotes patéticas de seducción, la directora de un colegio de niños que se resguarda en un sombrío ático, el paralítico dueño de una juguetería que trabaja arreglando muñecas hasta la medianoche, etc, etc. Preminger consigue reforzar una trama imposible a través de esos personajes, pero, sobre todo, a través de un increíble dominio del espacio. Todo converge en una especie de laberinto diáfano, uno donde siempre tenemos clara la situación de los protagonistas pero nunca sabemos hacia donde se dirigen. También contribuye a ello una extrañísima banda sonora, a medio camino entre la nana y la comedia, que se complementa con la perfecta inclusión de dos canciones de The Zombies. El rapto de Bunny Lake nunca opta por el camino fácil y eso hace de ella un puzzle fascinante. ER

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