Vida vaquera se abre con una serie de fotografías antiguas. Vemos campesinos. Vacas. Campo. Todo en blanco y negro. Entre cada una de las fotos, se intercala un fragmento de Jovellanos de finales del siglo XVIII, en torno a la vida de los vaqueros. Este arranque funciona a modo de prólogo de una película que consta de otros tres episodios: el trabajo de los vaqueros con el ganado, en lo alto de las montañas asturianas; la bajada, para resguardarse del frío; y un epílogo donde una mujer cuenta cómo era la vida de los vaqueros antes, cuando viajaban con mulas y sin grandes pertenencias. Así, el grueso de la película es un balanceo entre dos tiempos, el retrato de unos vaqueros que, en cierta manera, siguen siendo figuras del pasado, pero que revelan a su vez los progresos de la vida campesina. Vida vaquera no es tan distinta al díptico de Bande en torno a los fugaos de la Guerra Civil Española, formado por Equí y n’otru tiempu y El nome de los árboles, donde el cineasta asturiano ahondaba en los huecos y la fragilidad de la memoria histórica. Aquí, tras la contemplación, llega la tesis, que tiene que ver con el tiempo, con una serie de costumbres que existieron y que ahora son una excepción. Violeta Kovacsics

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