Página web del FICX – Festival Internacional de Cine de Gijón/Xixón (17-25 noviembre).

LE GRAND CHARIOT | Philippe Garrel | Suiza, Francia | 2023 | 96 min. | Sección Oficial Albar

Le grand chariot es una película sobre la transmisión. Hay padres, abuelas, hijos, hermanos y bebés. Además, el teatro de marionetas que conduce el personaje interpretado por Aurélien Recoing se presenta como un negocio familiar, compartido con sus tres hijos. La descendencia en la ficción lo es también en la vida real: son Louis, Esther y Lena Garrel, los tres hijos del director de la película, Philippe Garrel. Sus nombres son también los de los personajes. Así toma forma una intersección entre realidad y ficción, entre arte y familia, que ha marcado gran parte de la obra del director de Les Amants reguliers, que a lo largo de los años trabajó con Maurice (su padre), Louis (su hijo) o Brigitte Sy (su exmujer).

En el cine de Garrel, la vida impregna la ficción, o la ficción no es más que una continuación de la vida. Es desde esta perspectiva que debe observarse Le grand chariot. Se trata de una película sobre la vida y la muerte, no solo de los seres queridos, sino de una forma de hacer arte. En el film hay titiriteros, actores y pintores, todos ellos con sus expectativas y precariedades. En su encuentro con el teatro, el cine, históricamente, ha hallado un modo de reflexionar sobre su propia naturaleza, y el nuevo film de Garrel no supone una excepción. A través del teatro de marionetas, el autor de El nacimiento del amor radiografía su propia praxis fílmica. Cuando la película plantea cómo el espectáculo de títeres, un arte en desuso, se confronta a un presente cambiante, en el fondo el director está pensando en cómo habita el presente él mismo, que comenzó a hacer un cine experimental en torno al mayo del 68.

En Le grand chariot, hay un diálogo constante entre generaciones. La abuela recuerda anécdotas de sus padres, mientras que la hija menor le cuenta a la abuela de las manifestaciones feministas. El presente se impone y el espectáculo artesano parece un vestigio del pasado. “¿Por qué hay que ser moderno? Los textos clásicos son modernos. Lo clásico es la resistencia”. Estas frases las pronuncia Esther, pero definen perfectamente el lugar de un cineasta atravesado por el tiempo.

En el cine de Garrel siempre hay algo que no se ve, ya sea porque queda fuera de campo o en elipsis. En Le grand chariot, la enfermedad, por ejemplo, se anuncia en fuera de campo, cuando la cámara pasa de situarse detrás del telón a hacerlo en el patio de butacas, donde los niños contemplan un espectáculo que acaba abruptamente. Algo ha sucedido, porque además las sirenas de una ambulancia resuenan a lo lejos. Con el tiempo que avanza se va revelando precisamente qué es la transmisión, qué hacer con las tradiciones familiares, o cómo en verdad el mejor legado es que la vida sigue. La muerte habita desde hace tiempo el cine de Garrel, al menos, desde la desaparición de Nico, presente a partir de entonces como un fantasma. Sin embargo, hay algo nuevo en Le grand chariot, una obra que, con su aliento crepuscular, emerge como una bellísima carta de un cineasta a sus hijos y a las generaciones más jóvenes. Violeta Kovacsics

LAS DEMÁS Alexandra Hyland | Chile | 2023 | 81 min. | Sección Oficial Tierres en Trance

No es la primera ocasión en que la problemática del aborto es abordada desde la comedia (ahí están, por ejemplo, Obvious Child, Unpregnant, Grandma y Saint Frances, entre varias otras), pero que lo haga una ópera prima chilena surge como una rareza y una bienvenida sorpresa. Rafaela (Nicole Sazo Cariola) y Gabriela (Alicia Luz Rodríguez) son dos jóvenes e inseparables amigas que llevan una existencia bastante relajada que combina desde glamour hasta drogas. En una de las tantas fiestas a las que concurren, ya a las cuatro de la madrugada y algo pasada de alcohol, Rafa –con un look a-la-Britney Spears– mantiene un casual y efímero encuentro sexual con un muchacho y 9 semanas después descubrirá que está embarazada. Lo que sigue es un derrotero por Santiago para conseguir muchas veces en el mercado negro atención médica o pastillas de Misoprostol. Nada que no se haya visto en films recientes como Never Rarely Sometimes Alwayso la argentina Invisible, pero en este caso con un tono de comedia con mucho desenfado, a puro desparpajo.

Puede que por momentos la relación de amistad y el camino de empoderamiento de Rafa y Gabi apele a ciertos lugares comunes del cine indie estadounidense, pero el film jamás pierde su encanto, simpatía ni la capacidad de cuestionar el desamparo, la burocracia, los prejuicios, la desidia y los miedos (“esto no sucedió nunca”, es la frase que el dúo más escuchará) de una sociedad que, más allá de los cambios experimentados en los últimos tiempos, todavía no se ha puesto al día con la ampliación de los derechos de las mujeres. Con mucha música entre pop, electrónica y punk de fondo, diálogos espontáneos, un espíritu por momentos lúdico y dos intérpretes que combinan expresividad y naturalidad, Las demás termina cuestionando la hipocresía y la desidia sin solemnidades ni subrayados. El humor, se sabe, a veces es mucho más eficaz e implacable que la más recargada de las denuncias. Diego Batlle

NO ESPERES DEMASIADO DEL FIN DEL MUNDO | Radu Jude | Rumanía, Luxemburgo, Francia, Croacia | 2023 | 163 min. | Sección Oficial Albar

Radu Jude es un cineasta del presente. Con su mirada sagaz e inconformista, el rumano gusta de destripar sin piedad las miserias del mundo actual, de la dictadura de lo políticamente correcto al vacío ideológico sobre el que se asienta la sociedad de consumo. El cineasta de Bucarest tiene un sexto sentido para hace vibrar, con pulso polémico, las cuerdas del zeitgeist. En su anterior película, Un polvo desafortunado o porno loco, Jude destapó las vergüenzas del sistema educativo rumano al estudiar el escarnio sufrido por una maestra que protagonizaba un video sexual filtrado en Internet. Ahora, la igualmente feroz Do Not Expect Too Much from the End of the World vuelve a poner a la sociedad rumana y el mundo moderno contra la espada y la pared. Construida como un collage de viñetas ariscas, la película alude a la inflación provocada por la Guerra de Ucrania, a la coronación del Príncipe Carlos de Inglaterra, a las cicatrices dejadas por Covid y al ataque integrista sufrido por Salman Rushdie. Pero la esencia contemporánea del film debe buscarse en su protagonista, Angela (interpretada con ímpetu salvaje por Ilinca Manolache), una mujer que clama libertad mientras malvive trabajando 16 horas diarias como productora asociada en proyectos audiovisuales de poca monta. Frente al simplismo paternalista que suele imperar en las odas fílmicas al empoderamiento femenino, Jude presenta una figura fascinante y contradictoria, irritante e hilarante, una antiheroína punk experta en convertir la ofensa en poesía. “Que muera lenta y dolorosamente a manos del cáncer”, les desea Angela a sus incontables antagonistas.

Radu Jude también es un cineasta de la memoria. Después de evocar la masacre antisemita de Odessa de 1941 en I Do Not Care If We Go Down in History as Barbarians, y rastrear la amenaza del fascismo en la Rumanía de 1937 en Scarred Hearts, el cineasta convierte su nuevo film en un diálogo explícito entre las Rumanías de 1981 y 2023. Esta dialéctica temporal se conjuga a partir del diálogo entre las imágenes que filma Jude y el metraje procedente de la película Angela, merge mai departe de Lucian Bratu. Las dos Angelas –la del film de Bratu y la de Jude– pasan el día conduciendo por las abarrotadas y hostiles calles de Budapest, y ambas deben soportar por igual la opresión del patriarcado. En 1981, bajo el régimen de Ceaușescu, eran pocos los que veían con buenos ojos a una mujer taxista, mientras que, en la actualidad, una chica aficionada al sexo casual, enemiga de los buenos modales y devota de la estética choni sigue generando incomodidad entre el personal.

El apego de Jude al caricaturismo y las paradojas –Angela actúa como una antisistema pero trabaja para una agencia internacional de marketing– podría hacer pensar en las boutades del sueco Ruben Östlund. Sin embargo, se hace difícil imaginar al director de El triángulo de la tristeza citando a Baudelaire, Slavoj Žižek, Thomas Bernhard o Don DeLillo (también es dudoso que a Östlund se le ocurriese sacarle partido al cartel de una empresa llamada MEGA IMAGE). Ambos cineastas aman la sátira y desconfían de todo atisbo de condescendencia, pero mientras Östlund aplica la estrategia de disparar en todas direcciones, Jude se muestra más certero al poner el dedo en la llaga de los poderosos. Los enemigos –los mandamases, los corruptos, los reaccionarios, los promotores de la ignorancia– son demasiado numerosos y eminentes como para perder el tiempo echando piedras sobre el tejado de los desvalidos. Con su afán político y su debilidad por el intertexto, Jude intenta mantener viva la llama de la modernidad, así como la fe en la inteligencia de su público. Cuando alguien le reprocha a Angela la zafiedad de sus vídeos de TikTok, ella se muestra confiada en que alguno de sus “seguidores” será capaz de comprender su parodia del machirulismo. Puede que al cine de agitación que propone Jude le falten unas cuantas dosis de misterio y poesía para hacerle plena justicia a la herencia de Godard –el referente capital del rumano–, pero a falta de nuevos dioses, vale la pena no desechar el trabajo de este astuto enfant terrible. Manu Yáñez

BLACKBIRD BLACKBIRD BLACKBERRY Elene Naveriani | Georgia, Suecia | 2023 | 110 min. | Sección Oficial Retueyos

Etero (Eka Chavleishvili) tiene 48 años y siempre ha vivido a la sombra de su padre y su hermano. Cuando ellos ya no están, queda a cargo de una gris tienda de artículos de limpieza y de un empleado, Murman (Teimuraz Chinchinadze), un hombre casado con el que tendrá el primer encuentro sexual de su vida e iniciará un affaire a escondidas (aunque las chismosas amigas, familiares y vecinas no tardarán en darse cuenta de que “algo pasa”). En un barrio de clase media-baja en el que la lluvia parece eterna, Etero enfrentará primero con timidez y luego con mayor decisión los mandatos, prejuicios y condicionamientos que la han convertido hasta ese momento en un alma en pena, en una mujer solitaria, amarga y bastante resentida, en un viaje de empoderamiento interno y externo que Naveriani narra sin estridencias y Chavleishvili interpreta con ductilidad y convicción.

Desgarradora en más de un sentido, pero profundamente honesta y humanista, Blackbird Blackbird Blackberry se pierde por momentos en simbolismos innecesarios y hasta amaga con una vuelta de tuerca cruel, pero termina por eludir con sensibilidad y hasta con gracia la inminencia de ese golpe bajo. El resultado es una película de y sobre mujeres, sobre la sexualidad y la sensualidad, porque nunca es tarde para liberarse de las cargas y ataduras del patriarcado ni tampoco para buscar (y a veces encontrar) el amor. Diego Batlle

IN WATER Hong Sang-soo | Corea del Sur | 2023 | 61 min. | Sección Oficial Albar

En su nueva película, el surcoreano Hong Sang-soo juega con el desenfoque a lo largo de casi todo el metraje, planteando una suerte de obra-bosquejo, una probatura, un experimento. Y aunque sería tentador desechar el film bajo la categoría de la “película menor”, cabe apuntar que la experimentación forma parte integral de la filmografía de un cineasta cuya obra debe entenderse como un cuerpo en continuo y sutil movimiento. La historia de In Water se enmarca a la perfección en el imaginario de Hong. El film narra el viaje de dos chicos y una chica para el rodaje del corto de uno de ellos. Él, cineasta en ciernes, no sabe muy bien qué hacer, y las horas discurren hablando de comida y de presupuestos. In Water podría ser la película de Hong en la que más se habla de dinero, y la propia y diminuta dimensión de la obra se hace eco de ello: fue rodada en seis días, con apenas tres actores, con el equipo alojado en una pequeña casa, filmando además sin permisos. En el film hay un cameo de tintes casi cómicos de Kim Min-hee, que ejerce de nuevo de productora, y aunque los rostros de los actores quedan emborronados por la imagen desenfocada, sus expresiones se transmiten igualmente.

¿Pero por qué ha rodado Hong una película desenfocada? En el pasado Festival de Berlín, el cineasta apuntó lo siguiente: “La razón, como todas las razones importantes de mi cine, no la sé”, apunto el director. En el fondo, hubiese sido extraño que Hong le otorgara un valor explícito o simbólico a una decisión como la del desenfoque. In Water no es Desmontando a Harry, de Woody Allen, sino que aquí hay algo de poético y, sobre todo, de pictórico en las imágenes emborronadas del mar, que parecen cuadros impresionistas o paisajes pintados en acuarela.

Como el agua del mar, el cine de Hong avanza impasible. En In Water, los cineastas, que siempre han habitado sus películas, por fin toman la cámara, les vemos filmar y, lo que es todavía más interesante, vemos a sus personajes filmar a la manera de Hong, con la música que se graba poniendo el altavoz del reproductor (un simple móvil) al lado del micro de la cámara. Esto confiere a la banda sonora una textura muy singular, entre el amateurismo y una poética sencillez. In Water será vista como una obra menor o fallida, pero quizá es simplemente un experimento. Como los bosquejos en acuarela de Turner, hechos en libretas, quizá algún día In Water se expondrá junto a otras obras de su autor, lo que permitirá observar mejor sus procesos creativos. Violeta Kovacsics

LAS COSAS INDEFINIDAS María Aparicio | Argentina | 2023 | 81 min. | Sección Oficial Tierres en Trance

Entre Las calles (2016) y Sobre las nubes (2022) pasaron seis largos años; entre Sobre las nubes (una de las películas argentinas más premiadas de los últimos tiempos) y Las cosas indefinidas, apenas uno. Y, más allá de que para quien esto escribe este nuevo trabajo es un poco menos consistente que su largometraje inmediatamente previo, se trata de un film lleno de ideas, matices, búsquedas, alcances y derivaciones (quizás demasiadas para sus menos de 80 minutos netos). De la coralidad de Sobre las nubes pasamos a la concentración en casi dos únicos personajes en Las cosas indefinidas: por un lado, Eva (Eva Bianco, a esta altura una suerte de actriz-fetiche de Aparicio), una mujer que ya en sus 50 años siente una creciente frustración con la vida en general y con su oficio de editora en particular; y, por otro, su colega, confidente y asistente Rami (Ramiro Sonzini, reconocido crítico y compaginador que además de actuar se encargó de esa tarea en el film).

En ese sentido, Las cosas indefinidas es una película sobre el cine y más puntualmente sobre el oficio de editar (y aún más específicamente sobre los riesgos, desafíos y desatinos a la hora de manipular materiales de archivos); sobre el duelo (el film está inspirado en y dedicado a la figura de Pablo Baur, documentalista cordobés fallecido en 2019 a los 53 años), la memoria, la ausencia y la posibilidad de cierta redención; sobre la para muchos dolorosa transición de un mundo analógico al avasallante universo digital (Aparicio rodó bastante material en Súper 8); y también sobre historias de vida de jóvenes no videntes. Múltiples capas que Aparicio –quien también apela por momentos a la voz en off– articula casi siempre con destreza, inteligencia y sensibilidad.

Más allá de cierta dimensión reflexiva, casi teórica, Las cosas indefinidas jamás pierde su intensidad emocional gracias a los aportes de esa inmensa actriz que es Eva Bianco o los íntimos testimonios de los muchachos y muchachas con ceguera (varios han perdido la visión siendo ya bastante grandes por lo que guardan recuerdos, imágenes, de su etapa previa). En cambio, la presencia de un no actor como Sonzini genera cierto distanciamiento en sus interacciones con Bianco y la inclusión de canciones de Miguel Saravia al inicio y al final resultan subrayados, anabólicos que la austera, delicada y siempre bella narración no requería. Diego Batlle

LÉGUA João Miller Guerra y Filipa Reis | Portugal, Francia, Italia | 2023 | 119 min. | Sección Oficial Tierres en Trance

Ana (Carla Maciel) tiene 48 años, un marido llamado Victor (Paulo Calatré) que quiere irse a trabajar a Francia y una hija veinteañera, Mónica (Vitória Nogueira da Silva), que planea su futuro en una ciudad grande como Porto. Por el momento, todos están en la Légua del título, una casa enorme y señorial cuyos dueños viven en Lisboa. Ana mantiene y limpia el lugar junto a Emília (Fátima Soares), una anciana bastante molesta, seca y malhumorada. Cuando a Emilia, a la que Ana llama cariñosamente Milinha, le diagnostican un mieloma, que implica un progresivo deterioro de los huesos, sus familiares le aconsejan que se vaya con su marido a Francia, pero Ana no está dispuesta a “limipar la mierda de los franceses” y se mantiene en su decisión de cuidar a Milinha incluso en esas instancias cada vez más degradatorias.

A pesar de su temática por momentos muy angustiante, Légua está trabajada con la necesaria elegancia y austeridad como para no caer en el golpe bajo ni en recargados dilemas éticos y morales a-la-Michale Haneke. En verdad, este segundo trabajo de ficción de la dupla aborda las diferencias generacionales (la hija y su amiga Sofia tienen una visión muy distinta de las cosas respecto de Ana), de género (Ana tambén difiere de lo que pretende su marido Victor), de clase (los dueños ricos de Lisboa y los personajes de la película que se encargan de mantener el lugar), de vida entre lo rural y lo urbano, e incluso de tiempos, ya que Ana de alguna manera es quien intenta sostener la impronta del lugar frente a un “progreso” que puede terminar de forma bastante inminente con esas tierras y esa propiedad.

La película está construida con escenas muy largas. Los directores se toman todo el tiempo que necesitan para mostrar acciones en principio muy simples como tender una cama, cocinar unos dulces, pelar una naranja o trabajar la tierra como si fueran rituales complejos y dignos de las mejores tradiciones. Esa obsesión por el detalle se acentúa cada vez más cuando vemos a Ana cuidar a la decadente Milinha, quien ya no puede ir sola al baño ni limpiarse o alimentarse. Esta decisión radical en el tempo, claro, puede resultar algo expulsiva para cierto segmento de un público más impaciente.

Es cierto que la película tiene algunos pasajes muy tristes y dolorosos, pero Légua tiene también muchos momentos de alegría (la fiesta del cumpleaños 49 de la protagonista termina con cantos y bailes), muchos temas populares portugueses y momentos de enorme belleza y sensibilidad, como cuando ella se tira al piso y abraza a uno de los perros, o cuando los directores filman el bellísimo entorno montañoso y rural sin caer en innecesarios regodeos fotográficos. Las actuaciones son muy ajustadas al tono y los climas que busca la película y, en ese sentido, es Carla Maciel quien expone los diversos matices de una Ana que resiste presiones, mandatos y hasta promesas de un futuro mejor para cumplir con lo que ella cree y siente que debe hacer. Una película sobre los compromisos y los principios incluso frente a los rechazos ajenos y a la inminencia de la muerte. Diego Batlle