Con alma de documental y pespuntes ficcionales, The Rider dramatiza la historia real de Brady Jandreau, un joven que vio truncada su carrera como jinete de rodeo por culpa de una lesión cerebral. Que sea el propio Jeandreau quién se interpreta a sí mismo en el film –bajo el nombre de Brady Blackburn–, acompañado de su familia y sus colegas jinetes, explica en parte el punzante verismo de una película que sabe sacar el mejor partido de cada una de sus caras. De su raigambre fidedigna, la directora Chloé Zhao logra extraer una colección de estampas íntimas y emotivas que invocan la memoria del Neorrealismo, mientras que la organización dramática de los acontecimientos consigue esquivar los peligros del sentimentalismo y el moralismo. Como si se tratase de un híbrido del romanticismo árido de los relatos de Annie Proulx y de la ebullición sensorial de las novelas de Jack London, Zhao compone una elegía vivaz que sabe transitar de lo específico a lo universal. Así, el film conquista un territorio a medio camino entre la psicología y la filosofía en su búsqueda, poco complaciente, de un sentido profundo a la traumática negociación con una vocación frustrada. Manu Yáñez

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