Cuando en 2006 el Festival de cine de Sitges dedicó su cartel a una oreja perdida en mitad de la nada, la referencia estaba clara: Lynch había llegado a Catalunya. Terciopelo azul es mucho más que esa oreja en el césped con la que se inaugura la película, pero de algún modo esa oreja bien puede leerse como el motivo que la resume. Así, la cámara se introduce en la hierba olvidándose de la realidad externa, bucólica y feliz, para poco a poco mostrar como los insectos invaden los bajos fondos y un oído muerto escucha todo lo que acontece a su alrededor. En este sentido, Terciopelo azul es una película sobre la penetración, pero sobre una que tiene la aspiración de, como el resto de la filmografía de Lynch, trasladar al espectador del cielo al infierno. Lynch muestra y demuestra que la separación entre ambos territorios no es tanto una cuestión de niveles como de capas; y que lo subyacente, tanto en lo que se refiere a la puesta en escena como a todo aquello más íntimamente relacionado con el discurso, acaba por devorar la superficie. Lúdica y fragmentaria, Terciopelo azul es todo un clásico del cine posmoderno y de la ironía post mortem. ER

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