Manu Yáñez (Festival ZINEBI)

Empleando el rotoscopiado –la técnica de animación sobre imagen real que popularizó Richard Linklater en Waking Life–, el cineasta iraní emigrado a Alemania Ali Soozandeh ofrece una aciaga visión del Teherán contemporáneo, que se presenta como una comunidad aterrorizada por el puño de hierro del islamismo integrista. Situando en el corazón del film la ilícita vida sexual de su media docena de protagonistas –liderados por una prostituta que lucha por criar a su hijo mudo; una suerte de Mamma Romma a la iraní–, la película pretende destapar los tabúes de una sociedad abocada a la hipocresía más flagrante. Una operación de denuncia que acapara todos los fotogramas de una película urgente, rabiosa y asfixiante. A la estela de la cara más chillona y aporreante del cine de Jafar Panahi –la peor de sus caras–, Tehran Taboo deviene un amplio catálogo de miserias y calamidades: prostitución, represión policial, puritanismo salvaje, opresión sobre la mujer, censura contra los artistas, violencia sexual, corrupción y unas pinceladas de pobreza infantil y violencia contra los animales.

En justicia, hay que reconocer que Tehran Taboo no debería ser analizada bajo el mismo prima que, por ejemplo, la flagelante Taxi Teherán, con la que Panahi ganó el Oso de Oro de Berlín. Y es que, mientras el film de Panahi se construía a partir de largos planos secuencia (la principal herramienta del realismo), Soozandeh apuesta por un trabajo fragmentario tanto en la narración como en el montaje de cada escena (afincándose en el artificio). Podríamos considerar que, mientras Panahi formulaba un retrato, Soozandeh apuesta por el manifiesto. Un grito de auxilio compuesto por un sinfín de postales desde el infierno: viñetas del horror represivo. Para demostrar el efecto acumulativo del film, basta con describir una escena en la que un joven charla por teléfono, durante un viaje en metro, sobre el drama de una conocida que desea recomponer su himen para demostrarle a su prometido que es virgen: mientras habla, el chico fija la mirada en la ventana que separa su vagón del siguiente, reservado únicamente para mujeres.

Pese al distanciamiento y la artificiosidad que impone la animación, Tehran Taboo no se aleja demasiado de las leyes del mundo real. Los únicos momentos fantásticos son una fuga onírica que convierte el entorno urbano en una prisión pesadillesca, y algunos travellings imposibles que conectan las diferentes historias cruzadas del film, acentuando una estructura que remite a La ronda de Max Ophüls. Las historias se van sumando, los destinos se van entrecruzando, y la película no deja demasiado espacio para la reflexión sosegada del espectador: el rol de cada personaje en el entramado de penurias e injusticias parece contar más que la hondura de los dramas personales. Una constricción dramatúrgica que sólo se aligera en algunas escenas centradas en la fraternidad que emerge entre los personajes femeninos. Un fugaz halo de esperanza en la infausta realidad que intenta exorcizar Tehran Taboo.