Alberto Richart (Las Palmas de Gran Canaria)

Durante su último fin de semana de actividad, el Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria presentó las premieres españolas de tres obras que, además de compartir un lugar en el palmarés del certamen, apuntaron hacia un mismo contexto sociopolítico, marcado por las contradicciones y perturbaciones de las sociedades de herencia comunista. La primera de ellas fue la húngara Explanation for Everything, de Gábor Reisz, premiada como Mejor Película en la competición Orizzonti del Festival de Venecia, y con la Lady Harimaguada de Plata aquí, en Las Palmas. En un tono más satírico que dramático, el actor István Znamenák proclama, al comienzo del film, que absolutamente todo es política, y su máxima se torna pesadilla cuando, en la ficción, su hijo de dieciocho años, Ábel (Adonyi-Walsh Gáspár), cuenta que ha suspendido su examen de acceso a la universidad por llevar puesta una escarapela con la bandera húngara en la solapa de su traje, que olvidó retirarse después de las festividades del Día Nacional. Lo que Ábel no revela es su condición de adolescente enamorado, con escasa consciencia política y un flagrante desinterés por lo académico. La escalada de la anécdota al nivel de escándalo mediático, gracias a la mediación de una joven periodista, desconcierta al joven, que solo desea verse con sus amigos y pedalear en su bicicleta. El guion de Reisz y Éva Schulze está construido a modo de estratos, que van revelando diferentes aspectos de la historia a partir de diferentes personajes: el chaval, el padre, el profesor. Un tratamiento multicapa con el que Explanation for Everything, desde una cierta ambivalencia, aborda una realidad compleja, marcada por el lastre de la corrección política y las tensiones entre las ideas del orgullo patriótico y la vergüenza nacional.

Por su parte, la hermética Cu Li Never Cries, opera prima de Pham Ngoc Lan y Premio a la Mejor Interpretación para la actriz Minh Châu, se adentra en el pasado histórico de Vietnam. La película se centra en la figura de la señora Nguyen, que queda a cargo de un pequeño primate llamado Cu Li –el único personaje que mira a cámara– tras la muerte de su marido. En su regreso a Vietnam desde Alemania, la protagonista conduce la película hacia el sosegado redescubrimiento de un Vietnam alejado del turismo, tan industrializado como rural, y empeñado en rememorar los días de Ho Chi Minh. En medio de este influjo del pasado, solo Vân (Ha-Phuong), la joven sobrina de Nguyen, parece soñar con un futuro… de independencia y armonía familiar. Su tía, por su parte, busca desesperadamente romper con la soledad, lo que la lleva a transitar por clubs nocturnos de aura lynchiana, poblados por peculiares personajes a los que acaba cogiendo cariño. Con su blanco y negro melodramático, Cu Li Never Cries priva al espectador del verdor esperado de la selva, aunque sus imágenes contienen alusiones a elementos naturales tocados por la sombra de lo efímero: el polvo de unas cenizas mortuorias esparcidas en un río embravecido, o unas luces artificiales proyectadas por una bola de discoteca. Quizás el film peque de un metraje excesivo, pero Pham Ngoc Lan, autor de los cortometrajes Blessed Land o The Unseen River,convierte el feísmo en algo pictórico, y rueda con temple un estupendo retrato metafísico e humorístico de un país y una población que parece anclada en el pasado.

Y precisamente de recuerdos está formado el documental I’m Not Everything I Want to Be de Klára Tasovská, premiado con el galardón CIMA, de la Asociación de Cineastas Mujeres y de Medios Audiovisuales. A modo de recorrido vital, y en forma de álbum de fotos, la reivindicada fotógrafa Libuse Jarcovjakova narra con sus propias instantáneas, acompañadas de efectos de sonido y de su voz en off, las experiencias en su Checoslovaquia natal y en el exilio, en un incansable proceso de autodescubrimiento vital y artístico. A sus 72 años, Jarcovjakova asegura no haberse convertido todavía en la persona que desea ser, pero después de sus idas y venidas entre Tokio y Berlín, entre los años setenta y ochenta, queda claro que estamos ante uno de esos culos de mal asiento, incapaces de permanecer en el mismo sitio. La artista prosigue la búsqueda de su identidad, mientras a su estela figuran unos valiosos testimonios de la lucha por los derechos humanos en la Europa central, desde la clandestinidad de los abortos hasta la caída del muro de Berlín, pasando por el surgimiento del activismo queer. Ella, que ha vivido en sus carnes el peso de las contingencias políticas, se presenta como un arca de memoria, y así la muestra Tasovská. Como si se tratara de un buen biopic, la vida de Jarcovjakova se despliega como una narración vivaz, catalizadora de cambios sociales. Sus fotografías no se contentaban con el esteticismo, sino que perseguían la supervivencia del aquí y el ahora: dar cuenta de la vida, con sus flashes, sus ráfagas de movimiento, sus cuerpos desnudos. Jarcovjakova –conocida como la Nan Goldin checa y posible precursora del selfie– invita, a través del montaje de Tasovská, a adoptar una mirada desacomplejada sobre su mundo, que en cierta manera también reconocemos como nuestro.