Con el estreno, hace unas semanas, de The Batman, quedó desvelado al fin el entalle del batsuit en Robert Pattinson, cuyo debut como flamante hombre murciélago se esperaba con la expectación de una anhelada puesta de largo. La opinión unánime desde entonces es que la adaptación de Matt Reeves, que parece transcurrir en una oscura noche sin fin, ha convertido a Pattinson en la más torturada encarnación fílmica del personaje creado por Bob Kane y Bill Finger. El Batman de Reeves es un ‘oscuro justiciero’ que, en sus primeros años de cruzada enmascarada, convive con las heridas provocadas por su archiconocido trauma fundacional y con la sed de revancha. “Soy Venganza”, se autodefine el personaje en su primera aparición, tras una violenta pelea callejera donde parece haber perdido el control. Si el nuevo Batman es el último superhéroe atormentado del cine, hace más de cien años, en los albores del arte cinematográfico, otro misterioso vengador de espigada silueta, envuelto en una capa y sombrero negro, ya tuvo que apaciguar una ira vengativa fruto de un trauma infantil similar al de Bruce Wayne. Este otro ‘oscuro justiciero’, llamado Judex, guarda alguna similitud más con el vigilante de Gotham: se esconde en un refugio secreto bajo las ruinas de un castillo medieval ubicado en lo alto del valle del Sena.

Judex fue inicialmente un serial de cine mudo –estrenado en 1917, más de una década antes de la aparición de Batman en DC Comics– formado por doce episodios (además de un prólogo y un epílogo) que entremezcla folletín criminal y cine negro con dosis de comedia. Tras dirigir otros dos seriales policíacos de éxito, como Fantomas (1913-14) y Los Vampiros (1915-16), Louis Feuillade se encargó de la dirección del guion escrito por el multidisciplinar Arthur Bernède –poeta, guionista y dramaturgo– sobre un misterioso justiciero de identidad desconocida. La construcción del personaje principal, Judex (interpretado por René Cresté), entraña una interpelación a la integridad de la figura del héroe y supone un verdadero tour de force empático para los espectadores, ya que el personaje, en los primeros episodios, actúa por cuenta propia, al margen de la ley, tomando la justicia por su mano y ajeno a cualquier dilema moral, dado que se siente refrendado por el origen vengativo de sus actos.

La alargada sombra del Judex de Feuillade.

Por momentos, Judex puede resultar más perturbador que el propio villano del folletín (el banquero sin escrúpulos Favraux, al que tiene secuestrado) o que la pareja de criminales encabezados por Diana Monti –interpretada por Musidora, la mítica Irma Vep de Los Vampiros, que repite de nuevo como femme fatale. La extraña sensación de ambivalencia que emana del protagonista queda sintetizada en un plano del primer episodio (L´ombre mystérieuse) en el cual la sombra hiperalargada del vengador se proyecta sobre el suelo y la pared, deformando su figura, mientras él se mantiene unos pasos por detrás de Jacqueline, la hija del banquero por la que siente una atracción obsesiva. A pesar de la turbiedad de determinados pasajes, la obra se aviva gracias a la perfecta mezcla de géneros: el relato criminal y el melodrama son estratégicamente contrarrestados con escenas burlescas interpretadas por actores de inconfundible vis cómica, como Marcel Lévesque (el detective Cocantin). A partir del séptimo episodio (La femme en noir), a raíz de un conveniente flashback blanqueador que desvela el trauma de orfandad del justiciero, el serial abandona la oscuridad para tomar un camino redentor, equiparando a héroe y villano. Así es como la asunción de la culpabilidad, el arrepentimiento y la escenificación del perdón devienen los verdaderos núcleos temáticos de la obra.

Estas disquisiciones propias de la teología cristiana, así como el perfil más oscuro del héroe, quedan prácticamente eliminados en la adaptación del serial que Georges Franju dirigió en 1963. La obligada reducción del metraje original (de más de 300 minutos) es aprovechada por Franju para eliminar secundarios y subtramas, suavizando así el trasfondo más tenebroso del Judex primigenio; algo que, por otra parte, hubiera resultado complicado de conservar debido a la elección para el rol protagonista de Channing Pollock, un famoso mago ilusionista, conocido por su espectáculo con palomas, cuyas limitaciones actorales se hacen patentes en el recitado del diálogo. A la postre, el film de Franju adolece de ciertos desajustes en el tono provocados por el complicado encaje de las partes más cómicas del folletín, que en el último tercio de la adaptación alteran la misteriosa y poética atmósfera de suspense creada hasta entonces. La película, en cambio, se agranda cuando se libera de las ataduras temáticas y se despliega como un emocionante homenaje a los seriales de Feuillade, atreviéndose a redefinir personajes que en el original quedaban más camuflados entre la variedad de subtramas. Se potencia, por ejemplo, la presencia magnética de dos actrices como Edith Scob (en el rol de Jacqueline, la hija del banquero) y Francine Bergé (la malvada Diana Monti, alias Marie Verdier), que se convierten en el epicentro emocional del film y protagonizan verdaderas set pieces de un poder visual incontestable. Scob repite con el director de Los ojos sin rostro (1960) y, si en aquella aparecía oculta en todo momento tras una máscara, en Judex resplandece como un cuerpo inerte, desmayado, flotando mientras baja arrastrado por las aguas de un río o trasladado en brazos, todavía desfallecida. Este himno al desvanecimiento se origina en un deslumbrante plano hitchcockiano, en el que un zoom abrupto acompaña al movimiento del brazo de Marie Verdier, que clava una jeringuilla en la espalda de Jacqueline mientras el chirrido de las ruedas de un tren ahoga el agudo grito de la víctima.

Francine Bergé como la malvada Marie Verdier del “Judex” de Franju.

Además de la escena del baile de disfraces, coronada por la icónica imagen de Judex avanzando entre los asistentes encapuchado con una máscara de paloma, en el subconsciente del espectador queda grabado otro instante memorable del film de Franju: la onírica aparición de Bergé enfundada en un ceñido traje negro con un puñal sujeto a un costado y una máscara cubriéndole parte del rostro. El mejor episodio de la película es una set piece nocturna de seis minutos de duración, con apenas dos líneas de diálogo, que se inicia con la perversa Marie Verdier (Bergé) bajando de un coche, ataviada con el ajustado traje de camuflaje y enmascarada con un antifaz, antes de atravesar los jardines de la mansión del banquero para perpetrar el robo de unos documentos comprometedores. La secuencia está construida alrededor del suspense generado por el sonido de una llamada telefónica que amenaza con despertar a Jacqueline y desbaratar el sigiloso robo. Franju despliega aquí un brillante uso del sonido, precisamente en una secuencia que homenajea al cine mudo. Por un lado, la tensión de la escena se amplifica gracias al contraste entre el silencio sepulcral que impera en la finca y un doble azote sonoro, generado por el estruendo de los timbrazos y por los desgarradores gritos de auxilio de Favraux, que se escuchan, al otro lado de la línea, a mitad de la escena. Por otro lado, Jacqueline termina siendo tomada como rehén y obligada a guardar silencio bajo la amenaza de un resplandeciente puñal.

Maggie Cheung en “Irma Vep” de Olivier Assayas.

El homenaje de Franju al cine mudo tiene una clara dedicatoria a Feuillade y a Musidora, en particular. Su versión de Marie Verdier es una combinación del personaje original de Judex y la Irma Vep de Los Vampiros, ambos interpretados por la legendaria actriz parisina. De hecho, en la escena del robo en la mansión del banquero, Franju parece invocar el sexto episodio de Los Vampiros, titulado Les yeux qui fascinent, en el que Irma Vep, encapuchada y enfundada en un ceñido traje negro, recorría los elegantes pasillos de un hotel en busca de un mapa que debía conducirla a un preciado botín. Esta misma escena, filmada primero por Feuillade y homenajeada luego por Franju, fue recreada por Olivier Assayas en su Irma Vep de 1996, con Maggie Cheung protagonizando un robo en un hotel de Paris bajo el influjo fantasmal del recuerdo de Musidora. Los parámetros de la ficción invitan a establecer un vínculo privilegiado entre los films de Assayas y Feuillade –en Irma Vep, un viejo director de cine interpretado por Jean-Pierre Léaud anhela filmar un remake de Los Vampiros–, sin embargo, hay ciertos detalles que conectan la película del director de Personal Shopper con el imaginario y el estilo de Franju. Probablemente, la imagen más icónica de Irma Vep de Assayas sea aquella en la que Cheung recorre el lluvioso tejado de un hotel engalanada con un ajustado traje de látex negro. Pero, en Los Vampiros de Feuillade, Musidora nunca visitaba una azotea con el traje de camuflaje, algo que sí ocurría en el trágico final de Marie Verdier en el Judex de Franju.