Alberto Richart (Festival Americana, Barcelona)

El pasado 10 de marzo, el Americana, Festival de Cine Norteamericano de Barcelona, echó el cierre de su undécima edición con una gala de clausura acompañada con la proyección de la imaginativa Riddle of fire de Weston Razooli. El juego de niños presentado por el cineasta de Utah sirvió de casilla de meta para una partida en la que los espectadores pudieron alzar el vuelo con las últimas y más evocadoras proyecciones del certamen. El Jurado de la Crítica premió la película Showing up de Kelly Reichardt, de la sección Tops, con mención especial a Mutt de Vuk Lungulov-Klotz. El público concedió sus votos al drama psicológico canadiense Las habitaciones rojas de Pascal Plante y al documental Menus Plaisirs – Les Troisgros del incansable Frederick Wiseman.

Por su parte, el Jurado Joven, seleccionó La vida soñada de Miss Fran (también referida como Sometimes I think about dying) de Rachel Lambert, como la mejor película de la sección Next. Basada en un cortometraje homónimo de 2019, escrito y dirigido por su misma guionista, Stefanie Abel Horowitz, el largometraje expande el tiempo del relato original, pero mantiene la esencia de la historia de la joven Fran (Daisy Ridley). Siempre en las nubes, y con una capacidad innata para pasar desapercibida en la pequeña oficina en la que trabaja, la distraída y cabizbaja empleada se situaría en un espectro ausente, casi fantasmal, del cuerpo. Sin aclarar demasiado si se trata de una depresión, o de un comportamiento habitualmente asignado a otro tipo de trastorno mental, la única cuestión clara es que Fran se imagina a sí misma en situaciones en las que aparece muerta: colgada de una grúa, en la soledad de un bosque infectado de insectos, o en una playa invernal. Y lo más inusual es que parece sentir gusto por el macabro ensimismamiento. Su particular carácter choca de frente con la inesperada llegada de un nuevo compañero de trabajo (Dave Merheje), quien intenta ver más allá de las puertas estancas de su personalidad.

Resulta complicado discernir si la cinta de Lambert se aproxima más a una comedia romántica o a un drama existencial. La parsimonia vital de la protagonista llega a desconcertar tanto a sus compañeros como a los espectadores. Su expresividad impertérrita, que parece atravesada por la inadaptabilidad de los personajes de Aki Kaurismäki, dota de cierta comicidad a una narración que gira constantemente en torno a ella y su incipiente relación sentimental. Sin embargo, los breves insertos de naturalezas muertas (casi en la literalidad del término), remiten a la compleja mentalidad de la chica, cuya existencia interior se ve marcada por apariciones de grandes boas o aparatosos accidentes de tráfico. ¿Puede un corazón abrirse cuando solo se piensa en la destrucción? El futuro quedaría así eliminado de toda ecuación. En toco caso, el ritmo narrativo y el carácter pasivo de Fran confluyen en un cuento aséptico –con guiño a Blancanieves y los siete enanitos– sobre la salud mental y la confianza en el otro.

Hacia una moraleja similar se encamina también la película Fremont, del iraní-británico Babak Jalali, también participante de la sección Next del festival. De hecho, tanto la protagonista de la película de Lambert como la del responsable de obras como Radio Dreams o Land comparten una propensión al mutismo monosilábico. En este caso, y al contrario que Fran, Donya (Anaita Wali Zada) no proviene de la ciudad en la que se desarrollan los acontecimientos, sino que ha sido desplazada de su Kabul natal. La joven es una traductora que trabajó para el ejército, y ahora se conforma con subsistir en América con un trabajo como escritora de mensajes de galletitas chinas de la suerte. Sin más familia que un padre enganchado a las telenovelas afganas, y una compañera de trabajo que confía en toda clase de terapias ilusorias, como la autoayuda o la quiromancia, son los personajes secundarios los que toman la palabra por Donya: una brújula desnortada que alerta de una sociedad completamente perdida.

Fremont abre una ventana en formato académico a este episodio de la vida de la joven “escritora”, que parece conducida por una bobalicona aleatoriedad. Es lo que sucede cuando uno no toma el control de su vida y entrega su existencia a las terapias y a las galletas de la suerte, apunta Jalali. Será una mezcla de azar y voluntad, finalmente, lo que señale el camino a seguir para esta anti-heroína, cuya seriedad la hace observar el mundo con cierta reticencia.

El film remite al costumbrismo cíclico de Paterson de Jim Jarmush, en cuanto que la vida de Donya se repite inalterable y sin grandes cambios. Al igual que la cinta del estadounidense, Fremont es una de esas obras sosegadas y luminosas en las que dan ganas de quedarse a vivir. La frontalidad de su fotografía también alcanza para mimar cada uno de sus detalles: la fábrica de galletas o la bebida que Daniel (Jeremy Allen White) sujeta, nervioso, en su encuentro con la protagonista. Su sencillez deja espacio para la honestidad, y configura una historia sobre la soledad y la culpabilidad, que escudriña con entusiasmo las imágenes más curiosas del mundo alrededor, aunque ese mundo no tenga, aparentemente, demasiado que ofrecer.