Pocos parecen entenderlo, pero el cine documental es siempre un ejercicio de fantasmagoría, una lucha contra la muerte, el olvido, la desaparición. En el fondo, las diferencias entre el documental y las películas de fantasmas, espíritus y sombras son apenas una cuestión de grado, de tono, de luz. La película más reciente de Virginia García del Pino, Basilio Martín Patino. La décima carta, presentada en el pasado Festival de San Sebastián, es un muy buen ejemplo de ello: un retrato del cineasta salmantino en el declinar de su vida, cuando le cuesta recordar, y sus propias películas, su propio trabajo, su vida y su obra, empiezan a ser más bien sombras imposibles de fotografiar. Si cualquier película documental es un ejercicio contra la desmemoria, una película de fantasmas, La décima carta es si acaso la más perfecta, la más cruda, y también la más enternecedora: lo que captura no es la memoria en ejercicio, sino el olvido trabajando, el tiempo haciendo de las suyas. La historia en presente, el pasado ganando terreno como una dimensión más del hoy. GdPA

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