Página web del Festival de Cine Iberoamericano de Huelva (10-18 de noviembre).

CRÓNICAS DE UNA SANTA ERRANTE | Tomás Gómez Bustillo | Argentina | 85 min. | Sección Oficial

El pueblo de Santa Rita debe su nombre a la figura religiosa del título, de quien había una estatua que desapareció de la iglesia hace tres décadas. En ese lugar trabaja Rita (Mónica Villa), que tapa lo que parece un vacío con pequeñas actividades como barrer y ordenar. Lo hace junto a un grupo de mujeres que nunca le reconocen su trabajo, como si fuera invisible. Y lo peor que le podría pasar a alguien deseosa de reconocimiento es justamente eso, que no la vean, que nadie le diga nada.

Mientras tanto, puertas adentro del hogar impera el tedio de una relación con su marido, un hombre que parece vivir en un mundo paralelo, alguien dispuesto a recrear una situación de la luna de miel o de intentar aprender guitarra, aunque no acierte dos notas seguidas. Las apariciones de ese hombre de pocas palabras, que se mueve sin que nadie lo note, dotan al film de un humor subrepticio, por momentos absurdo, que recuerda al de Aki Kaurismäki.

Todo cambia cuando Rita encuentra una estatua en una de las habitaciones de la iglesia: no es otra que su oportunidad para hacerse notar, para anunciar un “milagro” que le permita levantar la cabeza sobre la medianía pueblerina. A partir de esa situación, Crónicas de una Santa Errante deja de lado esa suerte de costumbrismo rural que había abrazado para ingresar en un terreno distinto en el que conviven la ternura de una mujer deseosa de ser vista con una fábula casi navideña (hay algo de ¡Qué bello es vivir!) y la irrupción de lo fantástico en un ámbito terrenal, como si fuera una de las últimas películas de Iván Fund. El de Tómas Gómez Bustillo surge, entonces, como un más que atendible debut en el largometraje. Ezequiel Boetti

THE BURITI FLOWER | João Salaviza, Renée Nader Messora | Brasil, Portugal | 124 min. | Sección Oficial

Los Krahô eran dueños de una amplia zona del Brasil, pero actualmente solo subsisten unos 3.500 que habitan unos 40 poblados en una suerte de reserva en el estado norteño de Tocantins. Esa zona, conocida como Cerrado y demarcada en 1940 tras una masacre concretada por rancheros que terminó con docenas de muertos, incluidos niños y mujeres, alberga una gran diversidad biológica y cultural, y es considerada sagrada para esos pueblos originarios. João Salaviza y Renée Nader Messora regresan a esa región, donde filmaron en 2018 Chuva é cantoria na aldeia dos mortos, para narrar la vida de Patpro, su familia y su comunidad, quienes deben vigilar –incluso apelando al uso de armas de fuego– que los criadores de ganado no avancen sobre sus tierras o que los traficantes de animales no se lleven monos y aves que habitan en el corazón de la selva. No son tiempos fáciles para los Krahô, que sufren los efectos de la pandemia, la creciente deforestación y el calentamiento global, más el desinterés o incluso la animadversión de gobierno de Jair Bolsonaro. Pero Patpro está dispuesta a viajar hasta Brasilia para participar de una manifestación junto a otras etnias como los Pataxó, los Guaraníes, los Xavante y los Kayapó.

La película va de la intimidad cotidiana (la convivencia con la naturaleza más virgen) a lo político, del presente al pasado (se reconstruye con crudeza el mencionado genocidio de 1940), de las tradiciones milenarias y ritos ancestrales a un presente con ordenadores y teléfonos móviles, del machismo a una actualidad en la que las mujeres quieren ser chamanas y encabezar las luchas, del documental de observación con impronta etnográfica a una ficción coral a partir de un guion que los realizadores firman junto a los propios protagonistas.

The Buriti Flower tiene múltiples aristas, niveles, matices, elementos y alcances: desde el papel de la FUNAI (organismo oficial para la protección de los pueblos originarios) hasta la conformación de un ejército indígena para defender su territorio, los rituales, cantos y procesiones con cuerpos pintados, un nivel espiritual que habla de antecesores pero también de descendientes, una dimensión cinéfila que enfrenta a estos indígenas con los rancheros que parecen cowboys surgidos de los westerns y se expanden empujados por la codicia y la violencia. Estamos ante una película hecha con rigor, respeto, compromiso y sensibilidad, pero no por eso aburrida ni panfletaria. Lejos de la propaganda, se trata de un registro luminoso y necesario a la vez, que apuesta a las más nobles herramientas del cine (las imágenes son muy bellas sin caer en la ostentación ni el regodeo) para contar una historia y un presente de lucha, resistencia, supervivencia y respeto por la naturaleza. Diego Batlle

ALMAMULA | Juan Sebastián Torales | Argentina, Francia, Italia | 95 min. | Sección Oficial

En Almamula, los deseos propios de la pubertad generan en Nino, el protagonista, un sentimiento de culpa y una búsqueda de penitencia. En la primera secuencia del film, una manada de jóvenes le propina a Nino una paliza y después lo tiran al interior de una camioneta por el solo hecho de haberlo encontrado besándose con un chico. Esa paliza encuentra su germen tanto en la maldad como en un contexto sociocultural degradado por el catolicismo y por los modelos más hegemónicos de familia. En este sentido, a Nilo le toca ejercer de “oveja negra” del círculo que integran un padre autoritario, una madre entregada a la nada cotidiana –tiene empleadas que realizan todo por ella– y una hermana mayor que anda con las hormonas desatadas. Tiene lógica que la familia tenga que hacer las maletas y pasar el verano en el campo hasta que se aquieten las aguas en el barrio.

Una vez allí, la película trabaja varias subtramas. La tensión social entre la familia adinerada y los trabajadores es una. La de la hermana besándose con chicos por los rincones es otra. Y luego está la criatura fantástica (o no) del título, que según la mitología anda por el monte llevándose a “desviados” y “pecadores sexuales”. Por último, está Nino, que por si con su familia no tuviera suficiente debe escuchar al cura que lo prepara para tomar la confirmación. 

Pero la más interesante es la madre, interpretada notablemente por Malena Soldi. Si bien al principio asoma como una pieza dócil, poco a poco va mostrando que en realidad es puro deseo reprimido mezclado con una incomodidad ubicua. Una que puede aparecer ante el acercamiento a un empleado, pero también ante situaciones propias de la dinámica intrafamiliar y social. La suya es una duda existencial mucho más sutil, profunda e inasible que la del hijo. Ezequiel Boetti

MALQUERIDAS | Tana Gilbert | Chile, Alemania | 2023 | 73 minutos | Sección Sismos

Un cartel ubicado al comienzo del film nos informa que los teléfonos móviles están prohibidos dentro de las cárceles chilenas. Sin embargo, Malqueridas está 100% construida a partir de imágenes tomadas (de forma clandestina, claro) por una veintena de internas, algunas de las cuales todavía siguen presas. En uno de los tantos violentos allanamientos a las celdas, en los que las guardias no paran de romper todo lo que tienen a su alcance, las dueñas se encargan de ocultar una de sus pertenencias más preciadas: su móvil.

Los miles de fragmentos pixelados –rodados durante seis años, de forma amateur, muchas veces con poca luz y con teléfonos más bien precarios– conforman, luego del trabajo de recopilación, visionado, retoque y edición par parte de Tana Gilbert Fernández, un patchwork, un registro caleidoscópico muy íntimo, por momentos desgarrador y en otros, conmovedor sobre estas mujeres a las que no solo se las priva de su libertad sino también de compartir sus miradas y sus voces. A partir de los testimonios de una veintena de ellas, Gilbert y su equipo adaptaron, reciclaron, reinterpretaron y en algunos casos reinventaron mediante un logrado relato en off (a cargo de Karina Sánchez, una de las internas) esas historias de maternidades truncadas (en determinado momento de la crianza son despojadas de sus bebés), de olvidos y abandonos desde el exterior (familiares y maridos que dejan de responderles), de amores y desamores, de pasos por las celdas de aislamiento, de pánico a no conseguir nunca la libertad condicional, de salidas y regresos por reincidencias, de bailes, gimnasia, dietas y tratamientos de belleza para mejorar la autoestima.

En Malqueridas surgen por momentos inesperados momentos de poesía y lirismo (las fiestas de fin de año, las imágenes de los patios en días de lluvia), pero en otros sobrevuela la injusticia (una cuenta cómo fue esposada durante el parto de su bebé frente al desprecio de médicos y guardias) y la tragedia (hay una situación cerca del final casi insoportable en su dolor). La vida dentro de las cárceles ha sido abordada tanto desde la ficción (ahí está, por ejemplo, Leonera, de Pablo Trapero) como desde varios documentales argentinos (Las ranasLa visitaRancho), pero lo concreto es que, más allá de las inevitables manipulaciones de los materiales originales, Gilbert logra dotar a su rompecabezas cinematográfico de una visceralidad, autenticidad y crudeza que fascinan, impactan y conmueven. Diego Batlle

EL RAPTO | Daniela Goggi | Argentina, EEUU | 95 min. | Sección Oficial

El rapto es un thriller político ubicado en los primeros tiempos de la recuperación democrática, tras el fin del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, y se basa –o más bien se inspira– en el libro El salto de papá, de Martín Sivak. Estamos en los albores del alfonsinismo, ese período en el que la evidencia de que el poder real se mantenía en un lugar alternativo al de gobierno elegido por el pueblo era innegable. La tensión entre una libertad que ganaba terreno y las restricciones y cortapisas impuestas por quienes no querían perder el poder que habían ostentado se reflejaba, entre otras señales, por los secuestros y pedidos de rescate y la imposibilidad del Estado de brindar adecuada respuesta y contención frente a esos delitos. Así, la narración de El rapto se abre con el retorno de Julio Levy (sólido, como de costumbre, Rodrigo de la Serna) del exilio. Si bien ello le genera dudas, vuelve a la entidad financiera familiar liderada por su padre (Jorge Marrale). A poco del regreso, su hermano (Germán Palacios) es secuestrado y Julio debe hacerse cargo tanto de las negociaciones con los secuestradores como de la lucha política y mediática que debe emprender posteriormente. Y cada vez más también de la propia empresa familiar.

El rapto se acerca a una zona de la transición democrática no tan reflejada por el cine argentino. La lógica del funcionamiento de estas sociedades mafiosas tras octubre de 1983 toma como punto de partida el relato de Sivak antes mencionado, pero son múltiples las referencias que llevan a casos concretos de mucha repercusión en su momento. La película comienza con unos intertítulos que explican el contexto político del momento, pero se centra más en dos aspectos: por una parte, el thriller detectivesco y, por otra, la deriva familiar.

Las complicidades, las intrigas y el uso político de un caso tan delicado se agigantan y quedan en evidencia con el paso del tiempo. El clima de creciente paranoia, la sensación de que nada puede hacerse van aumentando. La referencia a la política está presente pero sólo algunos nombres se vinculan con los de funcionarios recordables. No es allí a donde la narración apunta (a diferencia, por ejemplo, de Argentina 1985). Y es que el transcurso de los días y meses sin respuesta va minando la dinámica familiar, que genera reproches y desconfianzas cruzadas. En este sentido, es particularmente interesante la manera en que la directora hace convivir esa necesidad de seguir manteniendo algún tipo de normalidad (aunque los niños de la familia aprendan a jugar o queden al cuidado de los custodios que imponen las circunstancias) con las ambigüedades y contradicciones que genera el compromiso político de Julio con la labor que realiza en el marco del reinado pleno de la patria financiera.

Más allá de algún detalle o aclaración que puede sonar innecesario y que seguramente se explica por la voluntad de llegar a todos los públicos (la película fue producida por Paramount+, plataforma a la que llegará en Argentina tras su estreno en salas), es en los pequeños momentos y detalles de la convivencia y de los lazos familiares donde El rapto logra sus mejores momentos: los diálogos de Julio con su mujer (Julieta Zylberberg), la vida paralela (pero no tanto) de los niños y la necesidad de –pese a todo– seguir adelante. Fernando E. Juan Lima