Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

En un año en que la inauguración de la Sección Oficial de San Sebastián ha correspondido al último film del maestro Hayao Miyazaki, El chico y la garza, la competición del festival acoge por primera vez un título de animación europeo como aspirante a la Concha de Oro. Se trata de El sueño de la sultana, el primer largometraje de Isabel Herguera, una directora y artista visual que hasta ahora había desarrollado una amplia carrera en el mundo del cortometraje y que, en su primera película, sigue valiéndose de técnicas artesanales, algo que ha caracterizado hasta el momento su valiosa producción. La cineasta donostiarra toma como punto de partida la adaptación del cuento El sueño de la sultana, escrito por Rokeya Hussein en 1905, una utopía feminista con la que se encontró por casualidad y que marcó el rumbo y la personalidad de su ópera prima.

El film está sustentando en tres hilos narrativos, que corresponden al mismo tiempo a las fases de su proceso de creación interno. Por un lado, está la adaptación del propio del cuento, que se desarrolla en un lugar llamado Ladyland, donde las mujeres han conquistado el poder en el Estado y son las encargadas de desarrollar los avances científicos, mientras sus maridos viven encerrados en casa tras perder una batalla con un país vecino. Por otra parte, Herguera narra la vida de la autora del libro, Hussein, que luchó por incorporar a las mujeres al sistema educativo indio y conseguir su derecho al voto. Y por último se encuentra el hilo conductor de la narración, el viaje que realiza Inés, una joven cineasta de animación donostiarra, a la India, donde encuentra en una librería el cuento.

Su cuaderno de bocetos y su trayecto representan a la propia Herguera, que viajó también a la India para realizar una serie de talleres con mujeres y comprobar así la vigencia del cuento. Lo que en principio iba a ser un documental, acabó definiéndose completamente a través de la animación, y el resultado es un film que resulta fascinante a nivel visual, una auténtica experiencia sensorial tanto en sus hermosas y poéticas imágenes, como por su diseño de sonido, con una mirada feminista universal. Algo que funciona de una manera notable si se disfrutan de manera independiente las diversas set pieces artísticas de la que se compone (algunas de ellas realmente magistrales), aunque se echa de menos una conexión más sólida y férrea entre las mismas y quizá se muestre en exceso reiterativa en su intención didáctica.

Dejando de lado esas cuestiones narrativas, que encuentran su origen en la propia estructura y conexión del guion, El sueño de la sultana es un hermoso y virtuoso despliegue de técnicas de animación artesanal. Herguera se vale del mehndi, la forma tradicional con la que las mujeres indias se tatúan con Henna de forma temporal, para ilustrar el episodio que transcurre en el ‘país de las mujeres’. Para reproducir la vida de Rokeya Hussein recurre al teatro de sombras y a recortables. Para la historia de la joven viajera utiliza la animación clásica en 2D y las acuarelas, siempre con los fondos pintados a mano. Mientras que de manera fugaz recurre al 3D en un momento en el que la protagonista, que solo puede disfrutar de los sueños que otros le cuentan, por fin consigue soñar.

El sueño de la sultana es una sugerente propuesta que combina esa vocación experimental con un relato onírico, donde tampoco falta la presencia de referentes del pensamiento en torno al género y el feminismo, como el filósofo Paul B. Preciado, que mantiene una relación epistolar con Inés y que la sigue y la aconseja en el descubrimiento de sí misma y de la realidad de otras mujeres. También aparece la especialista en estudios clásicos Mary Beard, que participa en una secuencia que se desarrolla en Roma y en la que se hace referencia a la primera vez que en literatura, concretamente en La Odisea, obligaron a callar a una mujer. Dos conexiones que refrendan la vocación documental del film que, sin embargo, cuando más brilla y se disfruta es cuando explota su vertiente ensoñadora y se aferra con sutileza a la fantasía.