Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

Aunque está considerado uno de los grandes renovadores del cine argentino, y sus películas sean habituales en festivales internacionales y filmotecas, la obra de Martin Rejtman prácticamente no ha tenido difusión en nuestro país. Por eso la presencia del director y escritor, que cuenta con una importante producción literaria, en la sección oficial del Festival de San Sebastián –donde ya se pudo ver Dos disparos (2014), dentro de Horizontes Latinos– con La práctica es una noticia cinéfila para festejar. Y más cuando su propuesta, que además sintetiza algunas de las claves recurrentes de su filmografía, se presenta como un film de espíritu mínimo pero que incluye hallazgos y momentos verdaderamente fascinantes.

El autor de Rapado (1992) y Silvia Prieto (1999) rueda en Chile una historia en la que el reparto está compuesto prácticamente por actores de este país. Pero el protagonista es un profesor de yoga argentino (Esteban Bigliardi) afincado desde hace tiempo en la capital chilena. Después de su reciente ruptura amorosa con la pareja con la que vivía, un hecho que se niega a aceptar y por eso acuden juntos a terapia, se enfrenta a una nueva etapa vital en la que los encuentros, tanto voluntarios como fortuitos, con otros personajes convierten su existencia en un mundo poblado por alumnos o ex alumnos de su academia de yoga.

La historia comienza de una manera desconcertante que, además, marca de una manera definitoria el tono del resto del film. Durante una de sus clases se produce un movimiento sísmico –él lo denomina “terremoto”, pero su exnovia se encarga de aclararle que con esa intensidad en Chile lo conocen como un simple “temblor” – que acaba con el accidente en el que una alumna de su academia, tras un golpe, pierde por completo la memoria. A partir de este hecho, se desencadena una sucesión de secuencias en la misma línea, en las que el humor absurdo, lo desconcertante de la situaciones y personajes, y la mirada oblicua que Retjman proyecta sobre la película se convierten en el material con el que el cineasta moldea una película ligera, hermosa, ácidamente divertida y repleta de ingenio a nivel narrativo.

Se trata de seguir a este joven adulto en su deriva personal y sentimental. Quiere buscar un nuevo lugar en el mundo, al menos una nueva casa, y se debate entre lo físico y lo espiritual. Una lesión le aleja momentáneamente del yoga y tiene que volver a conectarse con la meditación. Pero también busca conexiones con otras personas, y ahí es donde entran en escena la comedia (con notas evidentes de amargura) y las situaciones guiadas por el azar. En este punto, el cineasta presenta una nómina de secundarios realmente fascinante, que entran y salen de la narración y de la vida del protagonista de una manera aleatoria, conformando un relato en el que cualquier situación es posible y pasa por veraz, aunque se encuentre fuera de ningún tipo de lógica. Puede surgir un encuentro casual que termina en una cita romántica, o una gigantesca piedra puede flotar sobre el suelo. Todo vale en el universo creado por el director argentino.

El origen literario del autor queda evidenciado en el uso de una voz en off del protagonista, que apuntala la narración casi como si se tratara de un relato escrito. A través de ella, el personaje principal se comunica con los espectadores para referirse a sus diversos sus actos y de alguna manera justificarlos. Así, La práctica, solo con temblores, sin necesidad de un estruendoso terremoto, cuenta una historia deliciosa sin renunciar al estilo de su autor, que cuenta con la justificada etiqueta de director de culto.