Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

Los retratos familiares en plena crisis son un motivo habitual en el cine de Joachim Lafosse desde sus primeras obras. Autor de uno de los mejores films que han retratado la desintegración de un matrimonio, como es Después de nosotros (2016), el autor belga vuelve a indagar en el concepto de familia, en sus quebradizos cimientos y en sus motivos para la estabilidad en su último y brillante trabajo. Un silencio se presenta este año en la sección oficial del Festival de San Sebastián, donde el director ya concursó hace unos años con Los caballeros blancos (2015), película con obtuvo la Concha de Plata a la mejor dirección.

El protagonista del film es un abogado de prestigio (Daniel Auteil) que lleva años defendiendo a las víctimas de un caso de pederastia. La dimensión social de la causa le ha convertido en algo parecido a una estrella mediática, y él, por su parte, se ha proclamado como un estandarte social contra este tipo de abusos a menores en la ciudad de Metz, en Francia. Pese a tener siempre a los reporteros de las televisiones y fotógrafos a la puerta de su chalet, y no disponer de mucha intimidad, lleva una vida aparentemente tranquila junto a su mujer (Emmanuelle Devos) y su hijo adolescente (interpretado por el debutante Matthieu Galoux). Sin embargo, un secreto que parecía enterrado en el pasado está a punto de revelarse treinta años después, con lo que el remanso de paz idílico que parecía ser su hogar está a punto de venirse abajo.

Con una caligrafía visual pulcra y efectiva, sin recurrir a alardes de planificación, pero siempre pendiente de captar el gesto definitorio de sus personajes, el autor de Propiedad privada (2006) se acerca en esta ocasión casi al formato de thriller, porque el secreto que amenaza con revelarse ejerce como catalizador de las emociones, pero también desencadena una investigación en torno al pasado de esta familia. El cineasta se sitúa en un lugar que recuerda mucho al que ocupa Michael Haneke en algunas de sus obras más inspiradas para narrar sin ejercer juicios morales y dejando siempre que el espectador se deje llevar (y atrapar) por un guion repleto de pliegues, ante el cual se tiene una sensación permanente de intranquilidad.

Esa tensión que genera Lafosse durante toda la película posibilita que esta funcione a nivel narrativo, en cuanto a ritmo y a la forma en la que la información se va dosificando, pero también permite al cineasta introducir cuestiones como el chantaje emocional dentro de la familia, la posibilidad de redención o las falsas apariencias sociales. Al final se trata de un hombre que puede pasar de ser verdugo o convertirse en víctima, que está acostumbrado a salirse siempre con la suya, aunque ahora es el que puede acabar expuesto a la vergüenza. Es la encarnación perfecta de una persona que puede llevar una doble vida, y que resulta absolutamente creíble gracias al trabajo de Daniel Auteil.

Por su tendencia a la dualidad interna y su apariencia externa infranqueable, el personaje de Auteil recuerda al que el actor dio vida en El adversario (2002), la película de Nicole García en la que también compartía reparto con Emmanuelle Devos, que ofrece ahora un contrapunto perfecto desde su silente humanidad. El silencio es un film que consolida a Joaquim Lafosse entre los grandes narradores contemporáneos europeos, del que siempre se puede esperar un film notable como este, y que, además, ha conseguido crear un universo muy reconocible a través de tejer historias familiares con su habilidad para capturar la verdad y la emoción dentro del drama.