Existen películas cuya leyenda sobrepasa todos los elementos que pueden finalmente verse en pantalla. Easy Rider es una de ellas: representante de la contracultura de los sesenta, rodada bajo potentes alucinógenos y sin un guión estricto, superviviente de un rodaje repleto de broncas y enfrentamientos… Easy Rider se convirtió en un clásico de los nuevos cines desde el momento de su estreno pero si lo hizo fue, precisamente, por algo también alejado de sus valores cinematográficos: la película fue todo un éxito en taquilla. Esto, que tal vez parece un detalle accesorio, en realidad fue algo determinante para que aun hoy continuemos otorgándole un lugar tan importante en la historia del cine. Tal y como contaba Peter Biskind en «Moteros tranquilos, toros salvajes» (que, dicho sea de paso, también contribuyó de manera importante a cimentar la leyenda: nadie como los estadounidenses para perpetuar sus propios mitos), Easy Rider fue un primer paso en la generación que cambió Hollywood e indicaba que el autor había llegado a los estudios, si bien no sería para quedarse. El relato, que probablemente finalizaría con La puerta del cielo (y, de nuevo, por razones alejadas de la película: ésta sí que fue un fracaso en taquilla) tal vez sea un tanto exagerado pero, en cualquier caso, Easy Rider es una película importante. Una que funciona perfectamente en su contención pero también por la sugerencia de todo aquello fuera de campo. ER

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