Estrenada en la sección Forum de la Berlinale, el pasado febrero, el primer largometraje de Juan Rodrigáñez es una de las películas más desconcertantes del cine español reciente, podríamos decir que un OVNI difícil de abordar y definir, pero con una capacidad de permanecer en la memoria con el paso de los meses (al menos para quien esto escribe) que no puede sino ser el síntoma de que la película es capaz de tocar fibras intelectuales de gran calado. Adaptando una novela alemana de 1916, de la escritora feminista Franciska Von Reventlow, Rodrigáñez pone en escena una especie de teatro de cámara, o farsa campestre, con no pocas notas de humor y una gran capacidad de extrañamiento y distanncia. Rodada en una hacienda extremeña, la película juega en primer lugar a la dislocación espacio-temporal, situándose en un no-lugar, en un no-espacio, que podría ser ayer, hoy o mañana, pero que tiene al mismo tiempo algo del pasado, del presente y del futuro. De nuestro futuro, de nuestro presente, de nuestro pasado. Porque la película, que retrata los días de un grupo de diletantes en un lugar en mitad de la nada, es en realidad una reflexión sobre el trabajo como elemento alienador, y el dinero como elemento disruptivo, casi esclavista. GdPA

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