Manu Yáñez (SACO, Oviedo)

A lo largo de su ya extensa historia, SACO (la Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo) no ha dejado de ampliar los contornos de lo que entendemos por un festival o muestra fílmica. Abrazando la noción de impureza cinematográfica que el teórico André Bazin celebró en su seminal obra ¿Qué es el cine?, SACO aviva, año a año, la íntima relación del cine con las otras artes, en un programa en el que los cine-conciertos conviven con las performances sonoras, las investigaciones pictóricas y, también, las proyecciones “clásicas”. En su décima edición, que se está celebrando desde el 15 de marzo, SACO ya ha regalado a sus espectadores varias experiencias memorables, comenzando por el cine-concierto que hermanó las imágenes de La ley del hampa de Josef von Sternberg –conocida popularmente como la primera película de gánsteres– con la partitura jazzística y los efectos sonoros creados in situ por el César Latorre Trío.

Sobre el escenario del Teatro Campoamor, el crítico Carlos Losilla, encargado de presentar el evento, quiso poner de relieve tanto la condición híbrida del film de Sternberg –que cabría situar entre el noir y el melodrama– como los vínculos entre esta obra imperecedera y otros hitos de la cinefilia. Con ánimo provocador, rompiendo con una concepción cronológica de la historia del arte (a la manera de Aby Warburg y Georges Didi-Huberman), Losilla propuso a los espectadores de SACO buscar en La ley del hampa, una película de 1927, citas a la posterior Rio Bravo, el western que dirigió Howard Hawks a finales de la década de 1950. De hecho, Hawks, a pesar de no aparecer acreditado en la película, participó en la escritura del film de Sternberg, lo que ayuda a entender por qué la “novia del gánster” responde al apodo de Feathers, al igual que ocurría con el personaje de Angie Dickinson en Rio Bravo. Aunque la conexión más llamativa entre ambas películas reside en la aparición de una escupidera que, situada en dos tabernas análogas, pone a prueba la dignidad de los alcoholizados personajes de “Rolls Royce” (Clive Brook) en La ley del hampa y “Dude” (Dean Martin) en Rio Bravo.

Una de las cimas del memorable cine-concierto que ofreció en Oviedo el César Latorre Trío llegó justamente en la escena en la que el personaje de “Rolls Royce” se niega a recoger el billete que “Buck” Mulligan, un gánster despiadado, le tira en la escupidera. Durante la clausura de esta secuencia, cuando un camarero aprovecha la confusión generada por un tiroteo para hacerse con el billete recubierto de saliva, las manos de César Latorre se deslizaron velozmente sobre el piano para invocar la tonadilla del tema Money Money que Liza Minelly y Joel Grey inmortalizaron para el musical Cabaret de Bob Fosse (“Money makes the world go ‘round, the world go ‘round…”). Así, en este cine-concierto, los espectadores de SACO pudieron ver una película de 1927 (La ley del hampa) citando a una de 1959 (Río Bravo) mientras sonaban las notas de un musical de 1972 (Cabaret). He aquí un claro ejemplo de cómo la historia del cine tiende a plegarse sobre sí misma y cómo una muestra como SACO –siempre atenta a la vanguardia del arte y el pensamiento– puede hacer visible la impureza de la imagen fílmica. Un movimiento de “repliegue” que luego se extendió por diferentes momentos del film de Sternberg, que transita en su metraje desde los ecos de un cierto realismo social hasta la más pura abstracción. En una de las imágenes más poderosas de la película, el gánster “Bull” Weed (George Bancroft) da cuenta de su fortaleza, determinación y carácter subversivo doblando una moneda entre sus dedos. Filmada en plano detalle, y convertida en una representación icónica de la personalidad feroz y autodestructiva de “Bull”, la moneda “plegada” reaparece durante la escena de un atraco a una joyería, sustituyendo la presencia completa del gánster. La parte por el todo, la sinécdoque fílmica o la pura abstracción cinematográfica.

Esta idea de abstracción también fulgura con fuerza en la instalación El sonido del arte, que este año alcanza su sexta edición y que protagoniza el artista sonoro Xabier Erkizia. La instalación se divide en seis piezas sonoras que acompañan a sendas obras de la colección del Museo de Bellas Artes de Asturias. Para poder gozar de la experiencia, el visitante debe acudir al museo con sus auriculares y escanear los códigos QR situados al lado de las piezas de arte, para activar así los paisajes sonoros diseñador por Erkizia. Este crítico gozó particularmente de la experiencia de “escuchar” la Figura sentada de Faustino Goico-Aguirre, una escultura de mármol de 1936-37 que presenta a una mujer sentada y con un brazo en alto, cubriendo su cabeza. La pieza de Erkizia juega con lo que parece ser un raspado metálico, quizá unos hierros filosos que van horadando un material sólido: una metalurgia del tiempo y el espacio. El sinuoso y envolvente chirrido invita al oyente a reseguir las curvas de la escultura. De repente, es posible sentir la materialidad del sonido, la dimensión táctil de la experiencia acústica, al tiempo que las fluctuaciones del fondo sonoro acentúan la sensación de trance que emana de la pose de la mujer. Trasladando el gesto a un territorio de abstracción, situado entre el éxtasis y el arrebato, la pieza sonora de Erkizia atrapa a la mujer esculpida en una pausa plena, en un instante infinito.

También cabe destacar el paisaje sonoro que Erkizia diseña para el Florero oriental elaborado en la fábrica de vidrios “La Industria” en 1880. Planteada a partir de la fusión del canto de unas aves y la construcción de un universo natural ilusorio, la pieza sonora evoca la fantasía animal-floral del jarrón. En este caso, la sensación de viaje al pasado, con sus dosis justas de familiaridad y exotismo, se hace palpable no solo por la solidez conceptual del trabajo de Erkizia, sino también por un elemento de contexto. En el museo ovetense, el Florero oriental es contemplado, desde apenas metro y medio de distancia, por el cuadro Jardín, que pintó Casimiro Sainz entre 1870 y 1880. Y, como no podía ser de otra manera, en el cuadro de Sainz aparece otro florero, menos recargado que el “oriental”, pero igual de perdido en las cenizas del tiempo.