Hay películas que son grandes de forma involuntaria, por aquello que ocultan, por lo que no dicen, por lo que se esquiva. Ya sea voluntario o encontrado por azar. La once, de Maite Alberdi, es una de ellas. La decisión de la director de grabar el encuentro semanal que su abuela celebra, desde hace sesenta años con sus amigas, para merendar (tomar la once, como se dice en Chile) parece ser, quiere ser, un retrato de un grupo simpático de ancianas que han visto cómo el mundo cambiaba a su alrededor. La película esquiva cualquier tema político, y es esa ausencia la que convierte el silencio en atronador: lo más interesante de la película, ya sea voluntaria o involuntariamente, es ese enorme fuera de campo que deja en silencio una dictadura, muertos, y años y años de historia dramática en Chile. GdPA

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