El productor Álvaro Longoria ha ido labrándose una pequeña carrera como director de películas documentales que pese a tener un pie en el lenguaje televisivo, parecen funcionar, al menos en determinados contextos. Esta nueva película de Longoria, una de las candidatas a unos Premios Goya que, al menos en su categoría documental, han demostrado su absoluta ignorancia, tiene a su favor el haber sido una de las pocas películas extranjeras rodadas en la tradicionalmente inexpugnable Corea del Norte, país al que entraron de la mano de Alejandro Cao de Benós, el único extranjero que trabaja para el gobierno comunista. Muy lejos de películas como la de la artista francesa Marie Voignier, que en Tourisme International (2014), hacía uno de los más fascinantes retratos de Corea como un inmenso teatro, una descomunal puesta en escena, la película de Longoria se pega más al lenguaje tradicional del documental televisivo en un intento de desmenuzar las diversas estrategias de propaganda del régimen comunista. GdPA

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