Cuando Victoria se presentó por primera vez en la sección oficial del festival de Berlín de 2015 nadie sabía que estábamos ante una película que hacía del virtuosismo técnico su gran baza. A la media de hora de proyección uno empezaba intuir que ese plano secuencia larguísimo iba a ser, de hecho, uno que no finalizaría hasta los créditos; y aunque al comienzo el juego consistía en adivinar la técnica detrás de la proeza e incluso en encontrar el posible fallo, pronto la película devoró la forma y el género permitió adentrarse sin tapujos en una historia que, efectivamente, nació para ser así contada. Victoria tiene mecanismos de guión baratos y una trama exagerada que no aguanta demasiados análisis posteriores, pero el hecho de fusionar el tiempo del relato con el del espectador funciona efectivamente respecto a la trama. Cuando uno ve Victoria se la cree, tal vez porque no hay un segundo de descanso que permita alejarse de la pantalla. En ese sentido, la película de Sebastian Schipper recuerda más a experimentos televisivos como 24 que a la mezcla de planos temporales como Birdman. Victoria no tiene mucho más allá del virtuosismo, pero éste es consecuente con lo que cuenta, y eso ya es mucho. ER 

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