En su última visita a España, el cineasta portugués Joaquim Pinto, que durante muchos años trabajó como productor y técnico de sonido, comentaba con un grupo de espectadores el rodaje de una película secreta de Manoel de Oliveira, que habían rodado en la que fue su casa durante muchos años, y justo antes de que Oliveira tuviera que venderla para poder pagar sus siguientes rodajes. Pinto contaba cómo aquella película, pequeña, secreta, rodada casi en silencio, estaba pensada como una triple despedida: de la casa que habitó Oliveira durante mucho tiempo, del cine, que él pensaba que tendría que abandonar pronto, y de la vida, que muchos daban casi por finalizada ya por aquel entonces. Oliveira, rodeado de un equipo de fieles, rodó la película, la montó, la terminó, y después de enseñársela al equipo, la depositó en la Cinemateca Portuguesa bajo la promesa de que solo se vería después de su muerte. Han tenido que pasar 33 años, toda una vida, para que finalmente saliera a la luz ese testamento filmado en vida, que se presentó tras la muerte de Oliveira en Oporto, posteriormente en Cannes, y que recorre desde entonces el mundo como adios último del cineasta portugués. GdPA

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