Manu Yáñez (Festival Punto de Vista, Pamplona)

En su libro La audiovisión, el compositor de música concreta y teórico cinematográfico Michel Chion empleaba el concepto de “palabra-emanación” para estudiar la obra de cineastas avezados a resquebrajar la centralidad semántica de la voz humana en el discurso fílmico. A partir del estudio de la obra de Jacques Tati, Chion llegaba hasta otros conceptos de gran utilidad, como la “pérdida de inteligibilidad” o la “rarefacción”, que permitían a directores como Alfred Hitchcock o Stanley Kubrick, en títulos como Chantaje o 2001: Una odisea del espacio, desplazar la voz hacia un territorio indefinido o marginal. Y esa es justamente la senda que, desde su personal aproximación a las formas del diario fílmico, emprende el cineasta navarro Oskar Alegria Suescun en la inspirada Zinzindurrunkarratz, cuyo título, compuesto por los topónimos de varios lugares de la Sierra de Andía, podría traducirse como “algo ligero que cae y se desgarra”. “Como la memoria”, añade el cineasta, quien, en su nueva película, se expresa a través de unos intertítulos que operan a la manera de un flujo de consciencia.

El nuevo trabajo del director de Zumiriki se presenta como un cuaderno de bitácora audio-visual que condensa el viaje del autor por los caminos que recorrieron sus abuelos a través de las montañas de Artazu. Un tránsito, inspirado por el reciente fallecimiento de la madre del cineasta, que Alegria emprende junto a un burro llamado Paolo y la cámara Super 8 de su padre, que llevaba 41 años sin utilizarse. Planteando un itinerario por enclaves tanto geográficos como memorísticos, Alegria afina su efervescente instinto poético y le otorga un carácter único a la propuesta al desterrar los sonidos a los márgenes de las imágenes. Así, Zinzindurrunkarratz aparece compuesta por una infinidad de “imágenes mudas” y por una cincuentena de “sonidos ciegos”, que se sitúan en los intersticios que se abren entre las composiciones. Este elemental y eficaz dispositivo formal afianza la exploración que propone el film de los “ecos de un mundo que ya no existe”. Sobre el papel, Zinzindurrunkarratz podría parecer una obra puramente crepuscular, sin embargo, el empuje vanguardista de la propuesta y su tono afable y humorístico –con los gestos del burro Paolo como fuente inagotable de gags– inmunizan la obra contra los peligros del abatimiento y la estasis.

Avanzando con la guía de su cámara analógica y el azar de Paolo (con Baltasar en el recuerdo), Alegria va en busca de una imagen capaz de incorporar un sonido directo, un arca perdida que alimenta el sentido de la aventura del film. Por el camino, quedarán recuerdos procedentes de la Guerra Civil, un emotivo homenaje a la labor artesanal de carpinteros y panaderos, ruidos de animales reproducidos por pastores, y otras epifanías surgidas del mundo natural. Así es como Alegria compone este singular mapa de la memoria, que reúne el sentido de la observación de los Lumière, la calidez juguetona de Jonas Mekas y la sensibilidad paisajística de Abbas Kiarostami.

En un inspirado pasaje de Zinzindurrunkarratz, Alegria se saca de la manga una genial cita del escritor y viajero suizo Nicolas Bouvier: “Renunciaremos a todos los lujos, excepto a la lentitud”. Esta máxima, particularmente apropiada para los tiempos acelerados que nos ha tocado vivir, define a la perfección el espíritu de Night Walk, la hipnótica película con la que el coreano Sohn Koo-Yong retrata las noches de Segeomjeong, un barrio de Seúl que bordea las montañas. Compuesta enteramente por planos fijos, pero nada estáticos, que ilustran el encuentro entre lo urbano y lo natural, Night Walk exprime hasta límites insospechados un amplio abanico de tonos azulados y grisáceos que dotan al film de un aura casi fantástica. Sumergido en un tránsito noctámbulo plagado de resplandores y vaciado de figuras humanas, este crítico tuvo la impresión de estar ante una relectura contemplativa de las mágicas estampas nocturnas de Cuentos de la luna pálida de Kenji Mizoguchi. Además, entre las figuras que destacan en las imágenes, aparecen de forma recurrente los (¿últimos?) crisantemos.

En el ranking de ideas brillantes y excéntricas con las que Michel Chion diseccionó la vertiente sonora del cine, habría que situar muy arriba su tesis de que, “si las películas de David Lynch fueran mudas y no hicieran ninguna alusión a la escucha, seguirían siendo auditivas”. Y la pregunta es: ¿puede llegar a sonar una película muda? Si tal cosa fuera posible, Night Walk estaría muy cerca de lograrlo gracias a su sistemático despliegue de alusiones sonoras. En este punto, cabe señalar que, superpuestas a las imágenes filmadas por Sohn, aparecen ilustraciones que trazan formas y movimientos inscritos en los planos, como si se tratara de dibujos de constelaciones sobre el cielo estrellado. Y todavía más reseñable es la presencia caligráfica de fragmentos de una treintena de poemas de literatos coreanos de la dinastía Joseon. Los textos, centrados en la descripción de pasajes nocturnos, se refieren al “ruidos de los tambores”, el “susurro de las hojas”, el “sonido del agua del manantial” y “el llanto de la naturaleza”, entre otras figuras sonoras. De este modo, Night Walk acaba excitando de forma enérgica el imaginario auditivo del espectador, que es invitado a explorar un verdadero fuera de campo sonoro. Un conjunto de ruidos que retumban en las profundidades poéticas de esta excepcional experiencia fílmica.