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DOS DISPAROS. Martín Rejtman. 104 min. Argentina/Chile/Alemania/Holanda (2014). Con Manuela Martelli, Daniela Pal, Rafael Federman, Camila Fabri.

La flauta con la que Mariano toca con su cuarteto de música antigua suena mal. En realidad, es él quien suena mal. Desde su intento de suicidio, una bala aparentemente le quedó incrustada en una parte del estómago y provoca que el sonido salga raro, sucio, doble. No es el único ruido raro que asoma y perturba, misteriosamente, a lo largo de Dos disparos, la nueva película de Martín Rejtman (referente fundacional del conocido como Nuevo Cine Argentino). Desde que se pegó esos dos tiros –que por razones misteriosas no le produjeron casi ningún daño–, su madre le obliga a andar con un móvil encendido en todo momento. Pero el móvil es viejo y no saben cómo hacerlo sonar. “Lo único que conseguí es cambiarle el ringtone”, le dice a su hermano, Ezequiel, con quien está viviendo después de El Episodio. Y hasta uno podría suponer que Yago, el perro de la familia, desapareció tras escuchar los disparos.

Dos disparos empieza siendo la historia de Mariano, pero pronto el relato empieza a girar hacia otras avenidas narrativas, como en un “elije tu propia aventura”. A diferencia de anteriores filmes de Rejtman, Dos disparos tiene una libertad narrativa inusual, más similar a la de su literatura –los relatos de Tres cuentos, su reciente libro, se accionan con la misma lógica de derivaciones y cambios de punto de vista– que a la de su cine previo, aunque de ellos conserva su gusto, casi su “marca de estilo”, por las actuaciones que apuestan por cierta inexpresividad gestual y una declamación con mínimas inflexiones. Lo que finalmente termina generando la película es una fascinante contradicción entre acción e inacción, entre vacíos llenos de palabras que muchas veces no significan nada y una angustia latente –reflejo de un tipo de molestia, llamémosla, existencial– que queda marcada en el espectador a la manera de una película de suspenso a partir de los disparos del principio. Dos disparos cruza a varias generaciones en su trayectoria narrativa, atraviesa separaciones, rupturas y uniones que nunca se concretan, pero casi siempre el espectador termina volviendo a esa familia normal a la que un día los problemas se les escaparon de debajo de la alfombra (de los estantes, de las cajas, del césped del jardín) y el único que se dio cuenta fue el perro. Diego Lerer (blog Micropsia)

PAS À GENÈVE. Lacasinegra. 66 min. España (2014).

No están en Ginebra, y no son autores. La primera película del colectivo artístico-audiovisual Lacasinegra parte de una doble (o incluso triple) negación: la negación de la autoría (y la teoría del cine de autor que sobrevuela con pesadez sobre el cine desde los años sesenta) y la negación de la propia película, además de la negación, o al menos la puesta en duda, del proceso de conocimiento y construcción, o lo que es lo mismo, de poder, que conlleva cualquier relato cinematográfico. Nacido como extensión de un proyecto artístico por el que el colectivo se propuso cartografiar, hasta agotarlo, el espacio circundante a la casa en la que se alojaban en Ginebra, Suiza, hasta reducirlo al absurdo, la película es de alguna manera la decantación de ese proceso de descripción exhaustiva.

Con Georges Perec como referente ineludible, la película supone una impugnación mayúscula del proceso de observación como vía de conocimiento, y por extensión, una impugnación de gran parte de las teorías sobre el realismo y la representación de la realidad que han venido dominando de forma casi hegemónica y obtusa la crítica cinematográfica desde hace años (aunque no así los ámbitos teórico, académico y artístico): armados con un mapa de los alrededores de su casa, los miembros del colectivo (que no son, por otro lado, exactamente los mismos que terminaron la película, en una muestra más de la negación de la idea de autor) describen, registran, apuntan y graban de forma obsesiva todo lo que encuentran a su paso para descubrir que la acumulación de detalles no termina por arrojar una verdad mayor, sino simplemente una suma inconexa de signos indescifrables. La película se convierte así en un reto para el espectador, enfrentado a un laberinto de signos y símbolos, y al propio agotamiento de los cineastas, que se cuestionan su hacer mientras en España se prepara la primera revuelta ciudadana del siglo XXI: el 15M. Impugnación del cine. Gonzalo de Pedro Amatria

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VIDEOFILIA (Y OTROS SÍNDROMES VIRALES). Juan Daniel F. Molero. 103 min. Perú (2015). Con Muki Sabogal, Terom, Liliana Abonoz, Michel Lovón.

La vampirización de la esfera cotidiana por parte de la experiencia digital suele abordarse desde una cierta bulimia virtual, un reflejo del proceso deshumanizador y alienante provocado por el abusivo consumo tecnológico (lo hemos visto abordado en films como Her, O homem das multidões). En este sentido, el primer largometraje de ficción de Juan Daniel F. Molero se revela contra dicha mirada paternalista, defendiendo la perspectiva contraria: ¿y si la adicción a Internet no anulara el contacto corporal entre los seres humanos, sino que transformara su nexo físico en una experiencia ultrasensorial? Videofilia (y otros síndromes virales), primer film peruano galardonado con el Hivo Tiger Award del festival de Róterdam, plasma dicha extrasensorialiad físico-virtual a través de los encuentros sexuales entre dos cibernautas y la alucinógena representación –en el mismo plano– de su creciente fanatismo por la praxis digital.

El autor del documental Reminiscencias propone un erótico y macabro girl meets boy sin romanticismo. El espíritu viral y extraterrenal de la película está a punto de absorber la propia cinta, arrastrando a sus personajes hacia un inframundo de voluptuosidad sensorial. Esta ficción sobre una emancipada adolescente (Muki Sabogal) y el pequeño Junior (Terom) –un apasionado de las teorías sobre el fin del mundo que ansía revolucionar el porno amateur con la ayuda de su nueva amiga– se disuelve entre GIFs animados y desdobladas imágenes pixeladas que advierten la acechante presencia de un ente virtual cada vez más real. Situada entre el género de la paranoia cibernética (al estilo de Kairo de Kiyoshi Kurosawa) y los lisérgicos y sexuales coming of age de Larry Clark o Gregg Araki, Videofilia es ante todo un novedoso retrato generacional que pone en evidencia tres signos de nuestro tiempo: las conductas violentas de ciertos apólogos de los videojuegos, la asimilación de la piratería, y el ilimitado acceso a la pornografía desde el terror de la concupiscencia. Carlota Moseguí

LOVE IS ALL. Kim Longinotto. 74 min. Reino Unidos (2014).

El subtítulo de este documental elaborado a partir de found footage es “100 años de amor y cortejo”, una referencia al siglo XX que da pistas acerca de la doble articulación del film. Estamos, por una parte, ante la crónica histórica de un siglo en el que el amor tuvo que lidiar con la miseria de las grandes guerras, pero sobre todo con el peso indeleble del conservadurismo. Así, entre la colección de estampas románticas y eróticas que ensambla con fortuna desigual la documentalista Kim Longinotto, destacan las imágenes que ilustran el puritanismo, machismo y racismo de la sociedad británica. Las sensuales escenas de Piccadilly (Ewald André Dupont, 1929) afirman que el deseo ilícito e interracial conduce a la muerte, mientras que las rabiosas imágenes de Pressure (Horace Ové, 1976) denuncian la xenofobia en tiempos de supuesta modernidad. Además, Love Is All elabora un contundente retrato de la conflictiva representación de la sexualidad, siempre negada, escondida tras insinuaciones evidentes (fuegos artificiales), alusiones festivas (viajes en montaña rusa) y símbolos ridículos (trenes entrando y saliendo de túneles).

Por otra parte, Love Is All plantea una suerte de historia alternativa del cine. Se agradece que Longinotto descarte títulos canónicos en favor de obras menos conocidas. Para retratar la fuerza extática del amor, la cineasta recurre a las sorprendentes cámaras subjetivas de una bajada en tobogán de una película de 1927 (Hindle Waves); y para hablar del voyeurismo, no recurre a Vértigo de Hitchcock o Peeping Tom de Michael Powell, sino que recolecta películas caseras y cintas semieróticas de marcado acento underground. El mayor problema del film está en su buscada dispersión. La interesante decisión de no utilizar una voz en off que guíe al espectador no termina de compensarse con una fuerte organización estructural. Aunque, a la postre, Love Is All se gana a al espectador gracias a momentos en los que Longinotto consigue dominar el arte de la perfecta unión de música e imagen, como cuando el arrollador “Down in the Woods” de Richard Hawley funde imágenes que evocan el rock de los 50, el hippismo de los 60, el punk de los 70 y la pulsión vanguardista del cine primitivo, todo aglomerado en una genuina oda a la libertad sexual. Manu Yáñez

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FAVULA. Raúl Perrone. 80 min. Argentina(2014). Con Lucía Ozan, Nix Noise, Aleli Sueldo, Sara Navarro. 


Con más de 30 películas realizadas, Raúl Perrone es algo así como el patriarca de lo que a finales de los años 90 se conoció como el Nuevo Cine Argentino. Sin embargo, mientras decenas de directores más jóvenes y con menos medios viajan por festivales de todo el mundo, Perrone rara vez sale de su Ituzaingó, donde suele desarrollar tres películas por año. Sin embargo, con Favula, ese espíritu algo «provincial» parece empezar a cambiar: el film tuvo su estreno mundial en Festival de Locarno. En una línea similar –si se quiere aún más radical– que la anterior P3nd3j05, Favula es una película que apuesta por una experimentación que recupera elementos del cine mudo: el blanco y negro, los «fotogramas» gastados, los intertítulos, las imágenes superpuestas. Es como si Perrone quisiera «dialogar» con Georges Méliès, Carl T. Dreyer o el primer Fritz Lang.

Además, Favula es, como su título lo indica, una fábula, pero deformada, una tragedia que transcurre en un bosque encantado sobre una bruja codiciosa y una bella joven forzada a prostituirse. Una historia marcada por despertares sexuales, dinámicas perversas y leyendas con tigres (las comparaciones con Apichatpong Weerasethakul o Raya Martin son inevitables). Pero, más allá de las filiaciones e influencias, Perrone sigue con su guerra particular, en la que busca, prueba, experimenta, se arriesga y, en la mayoría de los casos, sale airoso. En Favula, Perrone reflexiona sobre las diferencias de clase, el erotismo, la ambición y la degradación con dureza y, al mismo tiempo, con lirismo. Bienvenidas sean, pues, las apuestas y los logros de un director cada vez más prolífico, pero no por eso menos interesante. Diego Batlle

TALLER CAPUCHOC, Carlo Padial. 84 min. España (2014). Con Miguel Noguera, Xavi Daura, Raquel Salvador, Josep Seguí.

No resulta fácil ser sintético al pensar y escribir sobre Taller Capuchoc, el nuevo atentado metacinematográfico de Carlo Padial. Con sus loops narrativos, sus reflujos oníricos y su principio de dispersión, esta incendiaria tragicomedia surrealista formula una extraña teoría del caos en la que la forma parece boicotear al contenido. El experimento no sorprenderá a los afortunados conocedores de Mi loco Erasmus, la anterior película de Padial: auténtico film-manifiesto sobre el desconcierto que impera en la vanguardia del audiovisual contemporáneo. En Taller Capuchoc, satirizando las neurosis de un escritor (interpretado por Miguel Noguera) y las miserias del gremio literario, Padial vuelve a desplegar una serie de pautas de la modernidad fílmica –la autorreflexividad, la fragmentación, la figura del proyecto fracasado, la incontinencia intertextual– y las pone a deambulan entre el vacío posmoderno y la angustia existencialista. Puede que el andamiaje literario de la película se imponga a la iconoclasia fílmica –las referencias a Borges, Cortazar o Kafka cuajan mejor que el delirio audiovisual–, pero aún así la senda abierta por Mi loco Erasmus sigue viva en este nuevo himno al low-cost. Manu Yáñez

SUEÑAN-LOS-ANDROIDES

SUEÑAN LOS ANDROIDES. Ion de Sosa. 61 min. España (2014). Con Manolo Marín, Moisés Richart, Marta Bassols, Coque Sánchez.

Es difícil que alguien no conozca al menos uno de los dos referentes con los que juega de forma más que explícita Sueñas los androides. El primero es la novela de Philip K. Dick, texto fundacional de la distopía futurista, y el segundo su adaptación al cine a cargo de Ridley Scott, bajo el título de Blade Runner. Tras un primer trabajo en forma de diario-ficción, True Love (2011), el segundo film del vasco Ion de Sosa abandona, al menos de forma obvia, el trabajo con la primera persona, para centrarse en una reescritura de los códigos de la ciencia ficción al servicio de una metáfora generacional, que se pretende un (auto)retrato de una generación devastada por la crisis económica.

La película ofrece distintas capas de lectura, la primera es ese juego referencial con los materiales originales, un juego en el que el espectador es quien ha de completar los vacíos que de Sosa plantea de forma consciente, y una segunda, que es la película como retrato desolador de una generación perdida; así, los replicantes son aquí jóvenes en busca del escaso trabajo disponible, que viven bajo la amenaza de un policía encargado de acabar con ellos. No es casual que la película se sitúe en el Benidorm del año 2052, un futuro cercano, pero terriblemente real, en el que la ciudad balneario aparece casi desierta: el símbolo del crecimiento urbanístico descontrolado, que sembró los cimientos del falso progreso español que precedería a la debacle económica, moral, social y política que ahora vivimos. Gonzalo de Pedro Amatria

ELA VOLTA NA QUINTA. André Novais Oliveira. 107 min. Brasil (2015).

Una ficción que parte de la realidad, este excepcional filme brasileño está protagonizado por la familia del director y el propio realizador, pero las circunstancias dramáticas específicas de la trama están ficcionalizadas. Sus padres interpretan versiones de sí mismos como una pareja que ya lleva varias décadas junta y que ha empezado a tener problemas, al punto de pensar en separarse. Sus hijos bastante grandes viven preocupados por esta inesperada situación y también por sus propios problemas de trabajo y de pareja. André (que encarna a uno de los hijos) filma esta vida cotidiana con la naturalidad, afecto y cariño de quien filma a su propia familia en su vida diaria: sus conversaciones, sus silencios, sus juegos, sus peleas y hasta sus bailes (la música juega un rol importante aquí), pasando por situaciones que no conviene revelar y que, es de suponer, son las más ficcionalizadas de la historia. No hay nada sorprendente aquí –salvo algunas cuestiones del final– sino la posibilidad de experimentar los conflictos de una familia cuya estabilidad de décadas parece desmoronarse silenciosamente. Planos largos y escenas graciosas –la velocidad de internet juega un rol clave en la duración de algunas de ellas– matizan lo que es un drama llamativamente mesurado y contenido para el promedio del cine brasileño. Lo que prima es la comprensión y el respeto que el cineasta muestra por sus personajes, su familia, en un retrato sereno y afectuoso que no juzga sino que pone a una serie de personajes a jugar con sus vidas reales de una manera que hemos visto en cierto cine asiático (iraní, fundamentalmente). Una de las mejores películas brasileñas de los últimos tiempos. Diego Lerer (blog Micropsia)