Página web del Atlántida Film Fest (26 de junio – 26 de julio).

PEOPLE THAT ARE NOT ME. Hadas Ben Aroya. 80 minutos. Israel (2016). Con Hadas Ben Aroya, Yonatan Bar-Or, Meir Toledano, Netzer Charitt, Hagar Enosh. Sección GENERACIÓN.

Las dos primeras secuencias de People That Are Not Me –una relectura, en formato home movie, del primer episodio de El amor de Rossellini; y unos títulos de crédito de seguimiento que remiten al arranque de Millenium Mambo– perfilan una ecuación fílmica difícil de resolver. Una dialéctica entre el naturalismo y un cierto formalismo que por fortuna mantiene viva su capacidad de sorpresa durante todo el metraje. Un proceder imprevisible que funciona como el perfecto contrapeso al inamovible núcleo del film, ocupado por la figura de la joven Hadas Ben Aroya, protagonista, directora y guionista de la película. Un impúdico retrato de una joven narcisista atrapada entre una dolorosa ruptura sentimental y el surgimiento de un nuevo objeto de deseo, People That Are Not Me lo tenía todo para convertirse en otro estilizado autorretrato millenial sobre el desamparo sentimental y la inmadurez crónica: otra voz joven y autoconsciente para el club de Lena Dunham o Xavier Dolan. Sin embargo, Ben Aroya consigue esquivar los cantos de sirena del cine pop y del autocontrol para entregarse al verdadero exceso. Una desmesura que poco tiene que ver con los continuos desnudos de la protagonista y mucho más con el modo en que se prolongan las secuencias del film, demostración de la incapacidad de Ben Aroya para dejar de observar a sus criaturas, una persistencia de la mirada que la emparenta con John Cassavetes.

La referencia al director de Una mujer bajo la influencia, consciente o inconsciente por parte de la joven directora israelí, no es baladí. Este crítico recuerda a muy pocos jóvenes directores actuales que, como Ben Aroya, sean capaces de “estar con” sus criaturas de un modo tan comprometido y al mismo tiempo tan poco posesivo (el norteamericano Sean Baker es el único nombre que me viene a la cabeza). Una cercanía física y espiritual con los personajes que desemboca en un film tocado por la incertidumbre narrativa y la inteligencia formal. Más que en sus efectivos gags humorísticos, y más que en el retrato de una generación de artistas que no pueden vivir del arte, la fuerza de People That Are Not Me radica en las proximidades y distancias entre los protagonistas, cuando no en su aislamiento. A la postre, mediante su mirada obstinada a una realidad próxima, la ópera prima de Ben Aroya regala al espectador un torrente de hallazgos, el mayor de los cuales podría ser un final que remite, desde la gestualidad más salvaje, a la desesperada e inolvidable clausura de Vive l’amour de Tsai Ming-liang. Manu Yáñez

PORTO. Gabe Klinger. 76 minutos. Portugal, Francia, Estados Unidos, Polonia. Con Anton Yelchin, Lucie Lucas, Paulo Calatré. Sección GENERACIÓN.

En Porto, el director de origen brasileño Gabe Klinger (que debutó tras las cámaras con el documental Double Play: James Benning and Richard Linklater) filma su particular oda al celuloide y a la ciudad portuaria portuguesa a través de tres formatos (8, 16 y 35 milímetros) que conviven en la ficción. Klinger tenía la intención inicial de emplear un formato distinto para cada uno de los tres bloques en los que se estructura su relato, pero su montaje definitivo se deja llevar por la intuición permitiendo que imágenes con texturas distintas choquen entre sí, tal y como lo hacen los recuerdos dispares en nuestra memoria. La noche compartida por dos jóvenes desconocidos –la francesa Mati (Lucie Lucas) y el estadounidense Jake (Anton Yelchin)– será el corazón de un film de narrativa tenue, vaporosa, que parece existir solo para evocar esas horas fugaces de felicidad. Aunque los amantes sepan que para ellos no existe un mañana, se resistirán a olvidar lo vivido, por lo que la película invocará una y otra vez fragmentos de ese encuentro hasta reconstruirlo desde tres puntos de vista: el de Jake, el de Mati y el de Jake y Mati.

Las fugas, los sueños y los deseos de los dos personajes se manifestarán también en imágenes sin que el film busque distinguir entre lo real y lo imaginario o entre pasado y presente. La elección del formato será, eso sí, esencial para evocar ciertos instantes vívidos: el rojo del paraguas de Mati atravesado por las luces nocturnas de la ciudad solo podrá invocarse en 8mm, mientras que la mirada de los amantes en la cama será inimaginable sin el Scope en 35 mm. A la postre, serán varios planos desvaídos, casi de otro tiempo, los que definirán el tono e imaginario de un relato pasional que le debe tanto a Philippe Garrel y a Wong Kar-wai como a Chantal Akerman, a quien está dedicada la película. ¿Es posible que las inesperadas muertes de la directora belga (que grabó una breve voz en off para el film) y del actor Anton Yelchin hayan dejado un poso melancólico en las imágenes de Porto? Sea como fuere, y pese a lamentar las debilidades de su guión (ciertos diálogos son resabidos y forzados), nada puede frenar el ímpetu cinéfilo-vital del film. Carles Matamoros

TREBLINKA. Sérgio Tréfaut. 76 min. Portugal, Rusia (2016). Con Isabel Ruth, Kiril Kashlikov. Sección MEMORIA HISTÓRICA.

Un tren cruza la Europa del Este contemporánea, franqueando, a una velocidad mortuoria, los gélidos paisajes de Rusia, Ucrania y Polonia. La atmósfera glacial del exterior (casi inerte) no es tan distinta al interior del convoy: estamos ante un tren fantasma, en el que viajan las víctimas de los campos de exterminio nazi. El Holocausto empezó con un tren. Un tren que se desplazaba de día y de noche, transportando más y más víctimas, durante los siete días de la semana, en las cuatro estaciones del año. Por ese motivo, el director portugués Sérgio Tréfaut ha utilizado este monstruoso vehículo de metal para ubicar su film-ensayo sobre la pérdida de la memoria histórica de la Shoah. Un hombre y una mujer ponen el cuerpo y la voz al personaje colectivo. Por un lado, las voces narrarán extractos de las memorias de Chil Rajchman –traducidas al español como ‘Treblinka’–, basadas en la estancia de diez meses del superviviente judío en el campo de exterminio homónimo. Mientras escuchamos el escalofriante testimonio, las figuras humanas que lo relatan –casi siempre desnudas y desprotegidas– perderán progresivamente su corporeidad. El director de Alentejo, Alentejo plasma la siniestra evaporación de los sujetos filmando sus cuerpos a través de su reflejo en los espejos o en los cristales de las ventanillas. Poco a poco, las entrañas del tren se convierten en una alucinación, un espejismo vago, imposible de recordar, como las atrocidades que transcurrieron en esos paisajes donde, pese a todo, la naturaleza volvió a florecer. Carlota Moseguí

LE PARC. Damien Manivel. 71 minutos. Francia (2016). Con Maxime Bachellerie, Naomie Vogt-Roby, Sobéré Sessouma. Sección GENERACIÓN.

Esta pequeña película francesa, la segunda dirigida por Damien Manivel después de Un jeune poète, se estrenó mundialmente en la sección paralela ACID del Festival de Cannes, dedicada al cine francés más independiente. El film pasa de lo encantador a lo misterioso de una manera fluida e intrigante. Es una película pequeñísima que transcurre en un parque y tiene solo tres personajes. En lo que podría considerarse su “primer acto”, conocemos a dos adolescentes que tienen una de sus primeras citas en ese parque y hablan de cosas banales y se hacen las preguntas que se suelen hacer en este tipo de citas mientras caminan por el lugar. Después de unas horas él se va y ella se queda.

Las cosas empiezan a cambiar cuando ella recibe un inesperado mensaje de texto de él que conduce a una larga sesión de mensajes que Manivel filma solo con un plano fijo de la cara de ella y los textos en pantalla. Tras el intercambio empieza otra película, una en la que la protagonista se va internando en el parque por la noche tratando, literalmente, de deshacer lo andado mientras un guardia de seguridad la vigila y/o persigue. Con poquísimos elementos, un gran manejo de los tiempos, yendo del romance al suspense y de regreso al humor (y a empezar todo otra vez), en apenas 70 minutos, Manivel construye una película delicada y sorpresiva, luminosa y oscura a la vez, y sin temer jamás al ridículo. Diego Lerer

HOME. Fien Troch. 103 minutos. Bélgica (2016). Con Jeroen Perceval, Kevin Janssens, Soufiane Chilah. Sección EDUCACIÓN.

En su cuarto largometraje, la directora de Someone Else’s Happiness, Kid y Unspoken incursiona en territorios ya explorados por el cine de Larry Clark y Gus Van Sant (entre otros colegas) con una mirada coral a una comunidad adolescente. Muchos elementos son reconocibles (dinámica escolar, despertar sexual, dependencia del celular, porros, skate, violencia callejera, descontento, miedos, angustias), pero con el correr de la narración la película va ganando en vuelo propio, ya que se concentra sobre todo en las difíciles relaciones entre los adultos (padres, docentes) y estos chicos que intentan encontrar su propio camino. La realizadora apela a una cámara urgente y atenta, que intenta capturar la intimidad de los jóvenes y su incomunicación con el mundo exterior, y hasta incluye precarias imágenes tomadas con teléfonos móviles. La propuesta es dura, provocativa, inquietante, con situaciones muy extremas e incluso perversas, pero al mismo tiempo Troch evita caer en el amarillismo, la demagogia o esa mirada de superioridad que tiende a juzgar a sus personajes. Los tres protagonistas –todos chicos que rondan los 17 años– y el resto del elenco están impecables y el resultado es un panorama desgarrador sobre las contradicciones generacionales y, sobre todo, sobre el control, la represión, el castigo, la manipulación y la culpa que definen y dominan estos tiempos. Diego Batlle

LA DISCO RESPLANDECE. Chema García Ibarra. 12 minutos. Turquía (2016). Con Fátima Kounbache, Juan José Faz, Amine Midoune. Sección COSTOMETRAJES.

Nacido como parte del film colectivo In the Same Garden, que se centra en las relaciones entre Turkía y Armenia, La disco resplandece es el nuevo cortometraje de Chema García Ibarra, que parece haber dejado atrás la ciencia-ficción de baja intensidad para incursionar en una suerte de ficción-documentada sobre un grupo de jóvenes que, al caer la noche, se juntan para bailar, beber y escuchar música en una antigua cantera abandonada. Rodando por primera vez en 16mm, con fotografía en 4:3 de Ion de Sosa y actores no profesionales, La disco resplandece toma el argumento central del omnibus y lo expande en pedazos, retratando a un grupo multicultural de jóvenes levantinos unidos por el pasar de las horas, los mensajes de audio por whatsapp y los pequeños roces con la ley y las fuerzas de orden publico. En La disco resplandece, García Ibarra demuestra que mantiene un refinado sentido del humor, que en esta ocasión está al servicio de una no-historia de encuentros, diálogos nocturnos y reggaeton. García Ibarra es probablemente el único cineasta español que filma sin prejuicios la desprestigiada generación de ni-nis, habitualmente demonizados en los medios de comunicación: jóvenes de clase trabajadora-obrera, sin estudios, sin futuro, y, aparentemente, sin intereses. Los equivalentes a los chavs sobre los que ha escrito Owen Jones en su libro La demonización de la clase obrera son observados aquí no solo desde la fascinación y el conocimiento, sino sobre todo desde el respeto: el juego irónico y desprejuicidado de códigos, referencias históricas, música reggaeton (por excelencia, la música que la cultura oficial demoniza y desprecia), y zapatillas de deporte con neón, construye un retrato preciso de una generación resplandeciente y arrojada al vacío de un mundo sin futuro aparente. Gonzalo de Pedro Amatria

JÚLIA IST. Elena Martín. España (2017). Con Elena Martín, Oriol Puig, Laura Weissmahr, Jakob Daprile, Carla Linares. Sección GENERACIÓN.

Pese a la aparente comunión entre las figuras de la autora y la protagonista de Júlia Ist (ambas tienen las facciones de Elena Martín), lo que más llama la atención de esta sólida ópera prima es el contraste, o la distancia, entre la creadora y su criatura. Pasiva y dubitativa, Júlia (el personaje) observa su vida como una espectadora distante, hasta que poco a poco va tomando las riendas de sus circunstancias, definiendo sus verdaderos anhelos y posibilidades durante un semestre de estudios en Berlín. Por su parte, segura e infalible, Elena Martín (la directora, coguionista y protagonista del film) demuestra un precoz dominio de todas las facetas de su trabajo: sorprende la claridad con la que gestiona los tempos, las violentas elipsis, los medidos encuadres, y sobre todo la propia presencia escénica. Un compendio de cualidades que hace pensar en el trabajo de autores totales (y narcisistas) como Vincent Gallo o Lena Dunham, aunque en términos formales el trabajo de Martín parece más conectado al naturalismo sensible e intimista de Mia Hansen-Løve y a la sensibilidad pop de Sofia Coppola, con ese compendio de música urbana que decora la senda berlinesa de la protagonista.

Resulta tentador imaginar Júlia Ist como una secuela conceptual de Les amigues de l’Àgata (protagonizada por Martín pero dirigida por Laura Rius, Alba Cros, Marta Verheyen y Laia Alabart): de la entrada a la universidad a su salida, siempre guiados por el rostro próximo y seductor de Martín. Sin embargo, ambas películas presentan diferencias notables. Les amigues… vibraba como una obra lúdica y volátil, una hang out movie contaminada por un entusiasmo autobiográfico y por unos personajes abiertos de par en par. Por su parte, Júlia Ist propone un melancólico y controlado tratado psicológico sobre la superación de una crisis de identidad. Ambas películas se acercan al modo sutil, a veces imperceptible, en el que se producen los grandes temblores vitales y existenciales: Les amigues… lo hacía desde lo tentativo, Júlia Ist desde lo conclusivo. Reconforta imaginar el orgullo que debe sentirse al realizar una ópera prima tan robusta. Da vértigo pensar en el reto que supone, para una joven directora, afrontar un deseable futuro de descubrimientos después de conquistar esta pronta certidumbre. Manu Yáñez

THE FIXER. Adrian Sitaru. 98 minutos. Rumania-Francia (2016). Con Tudor Istodor, Mehdi Nebbou, Nicolas Wanczycki. Sección POLÍTICA Y CONTROVERSIA.

El mismo año que presentó Illegitimate en la Berlinale, Sitaru llevó esta fábula moral al Festival de Toronto. El director de Hooked (2008) y Domestic (2012) sabe partir de los pequeños detalles para llegar a donde quiere, pero sin olvidar en ningún momento que lo más importante es, justamente, el cuidado de aquellos pequeños detalles. Es por eso que esta historia vista a través de los ojos de unos periodistas que desean entrevistar a la menor que ha sido víctima de tráfico y abuso en Francia y vuelve a Rumania, efectivamente plantea un dilema ético, pero no por eso transforma a los personajes en meros instrumentos para la construcción de una metáfora. El lugar común de ver al cine de un país determinado como si se tratara de un género cinematográfico demostró su error en la cosecha fílmica de 2016: la mirada más cercana a la explotación que siempre caracteriza a Mungiu (Los exámenes) y el pulso entre hiperrealista y cósmico de Cristi Puiu (Sieranevada) poco tienen que ver con la mirada de Sitaru. En el medio de una situación incómoda, fea, tensa, el director encuentra belleza en una imposible interpretación musical en un restaurante. Como sucede en esa escena con el protagonista, que impone algo de jazz y savoir faire en una interpretación básica, casi circense, Sitaru no cae en la misantropía aun cuando pueda ser salvaje. Todos tienen sus motivos, y no todos resultan simpáticos, pero sí atendibles. Fernando E. Juan Lima