Carlota Moseguí

“Nadie hace películas sobre personas corrientes que no hacen nada”, le comenta su nueva ayudante a Nick (Adam Horovitz) durante su primera salida fuera del horario de trabajo. Nick quiere impresionar a Naomi (Emily Browing), pero solo conoce sitios vulgares para ir a almorzar, porque es un tipo vulgar. Por su parte, Naomi no solo defiende la vulgaridad, sino que la reivindica. Aunque la veinteañera se ha trasladado a Nueva York, desde Australia, para trabajar por unos meses con un hombre al que no conoce, eso no la convierte en una aventurera. En realidad, la antiheroína de Golden Exits es una persona insípida, como el resto de personajes de la ficción, que durante una hora y media de metraje no harán absolutamente nada. La nueva película del estadounidense Alex Ross Perry es una suma de historias cruzadas sobre personas que no encuentran una vía de escape a su insatisfacción vital. En este sentido, ese deseo de evasión o “salida de oro” a la que hace referencia el título de la cinta es una quimera imposible para todos ellos.

Estrenada en el Festival de Sundance, la notable Golden Exits destaca, ante todo, por su insólita caracterización de los personajes. En esta ocasión, Ross Perry no revelará pequeñas pistas que, como en Queen of Earth, demolían, poco a poco, el muro del fuera de campo que caracteriza sus ficciones. En Golden Exits el fuera de campo es directamente impenetrable. Apenas conocemos los detalles (básicos) de la vida privada de Nick, de su mujer (Chloë Sevigny), la cuñada (Mary-Louise Parker), la asistenta personal de ésta (Lily Rabe), del chico que le gusta a Naomi (Jason Schwartzman) y de su esposa (Analeigh Tipton). Ross Perry nos veda el acceso a esa dimensión de la existencia de sus marionetas de manera plenamente consciente, lo que le permite desviar la caracterización hacia un único camino: su desmesurada profundidad psicológica.

Es probable que estos personajes –que, a pesar de ser unos completos desconocidos, nos abrirán las puertas de su mundo interior, confesándonos sus miedos, dudas, fantasías o deseos reprimidos– causen un cierto rechazo al espectador por culpa de una inverosimilitud cinematográfica. Sin embargo, Ross Perry ha reconocido que Golden Exits es una película antirrealista. Su meta es transformar Brooklyn, donde trascurren estas historias de amores frustrados, en una especie de fantasmagoría. Y aunque, a priori, los enredos del film remiten a la woodyalleaniana Listen Up Philip, la representación de dicha atmósfera espectral –donde las escenas se imprimirán las unas sobre las otras mediante eternos fundidos– sitúa su nueva película en la línea de su anterior thriller psicológico Queen of Earth.

Paralelamente a las proyecciones de las doce secciones que componen la Berlinale, la subsección Forum Expanded ha acogido la nueva videoinstalación del norteamericano James Benning: Untitled Fragments. Nuestro primer contacto con esta obra (que forma parte de un proyecto mayor todavía en construcción) es una pared blanca con una leyenda escrita en letras negras. Se trata de una traducción de ciertos sobrenombres que proceden de la jerga del ejército. Por ejemplo, leemos: “Chicks: slang for the three planes in a cell”, o “MiG: soviet built fighter jet”. Pasadas esas misteriosas definiciones que más adelante cobrarán sentido, llegamos a un túnel que nos conduce hacia una sala pequeña. En el interior hay tres pantallas gigantes, cuyas imágenes no variarán demasiado según el momento en que llegue el espectador a la sala, puesto que la videoinstalación son tres loops de setenta y cinco minutos.

En la primera pantalla –empezando de izquierda a derecha–, se proyecta un bosque seco, probablemente recuperándose de las secuelas de un incendio. La pantalla central permanece siempre en negro, en cambio la tercera procura la imagen de un cuadro de un indio sobre una pared blanca. Si el público de Untitled Fragments aguarda en la sala durante más de veinte minutos podrá apreciar que está amaneciendo en la primera y tercera pantallas, puesto que los rayos del sol proyectan gradualmente las sombras de una ventana –situada en fuera de campo frente al cuadro– sobre éste en el panel de la derecha, mientras que en el de la izquierda los rayos rojizos del alba sobre los árboles desaparecen, dando paso a la luz diurna de las primeras horas de la mañana.

Mientras observamos esas inusuales salidas del Sol, acompañadas de sonidos de pájaros y pisadas humanas en un bosque, emerge una retransmisión de radio de los altavoces de la segunda pantalla, que también puede leerse a través unos subtítulos en ese panel central. Escuchamos una conversación –en la jerga militar a la que se hace referencia en la entrada de la videoinstalación– que alude al bombardeo de Hanói del veintiséis de diciembre de 1976. Así, en ese momento, somos testigos del protocolo que llevaron a cabo los militares americanos antes y después de arrojar las bombas. Untitled Fragments reúne una serie de capítulos históricos para denunciar sendas destrucciones de diferentes paisajes, así como los exterminios de quienes habitaban en ellos: los vietnamitas bombardeados, la deportación de los indios Navajos y las secuelas del incendio, conocido como el Cedar Fire, que devastó los bosques de California.