Pese a la punzante melancolía que sigue recorriendo el cine de Philippe Garel, sus últimas tres películas –La jalousie, L’ombre des femmes y ahora Amante por un día, todas en garreliano blanco y negro– parecen perfilar un giro hacia una relativa ligereza. Tocadas por una tendencia a la fuga, incluso a la precipitación de los acontecimientos, son películas que hallan en su pulsión cinética y su cadencia elíptica una forma idónea de exploración del gran tema del director de La cicatrice intérieure: la volatilidad de las emociones y los sentimientos, la fulguración e inconsistencia connatural del deseo. Sólo a Garrel se le ocurriría emparentar, con un grácil y a la vez demoledor corte de montaje, una sonrisa cómplice (poscoital y adúltera) con el lloro desesperado de la (otra) mujer ultrajada. En este caso, la trama del film gira en torno de uno de los habituales triángulos garrelianos, esta vez formado por un padre (Éric Caravaca), su joven amante (Louise Chevillotte) y la hija (Esther Garrel, hija del director). 100% Garrel. Manu Yáñez

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