Tras más de 35 años de trayectoria, el inconfundible estilo visual de Tim Burton se ha hecho un lugar en un cierto imaginario colectivo cinéfilo, así como unas claras preferencias temáticas, buscando siempre lo inusual, lo oscuro y retorcido, dar voz a personajes incomprendidos, excluidos, inadaptados. Si seguimos el rastro de sus peculiaridades habituales (progresivamente y tristamente amansadas a lo largo de los años) hasta los orígenes, damos de bruces con esta absolutamente disparatada maravilla que es Beetlejuice, segundo largometraje del extravagante cineasta británico. En el film, un encantador y joven matrimonio recientemente fallecido (Geena Davis y Alec Baldwin) se sorprende invadido en su propia casa por unos nuevos y modernos inquilinos. Los fantasmas, desesperados, recurrirán a los servicios de un muy incompetente “exorcista de los vivos” (o “bioexorcista”, como él mismo se denomina), con los gestos de un Michael Keaton en su faceta más descontrolada y un aspecto verdaderamente grotesco. Sumando a todos estos ingredientes una magnífica y agitada banda sonora del colaborador habitual de Burton, Danny Elfman, y un par de canciones de Harry Belafonte, no es difícil imaginar la locura en la que la situación acaba derivando. Júlia Gaitano

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