Berserker, segunda película del victoriano Pablo Hernando, protagonizada por uno de los miembros del colectivo performático-internetero Canódromo Abandonado, Julián Genisson, es una película aparentemente muy sencilla, y casi reducida a su mínima expresión: Hugo Vartan, un joven escritor de novelas por encargo se obsesiona con un caso cercano de asesinato, y decide, a pocos días de entregar su novela, cambiarla por completo y concentrarse en la investigación del caso, sin conseguir nunca resolverlo. Y es en esa imposibilidad donde reside uno de los puntos fascinantes de una película que parece montarse y desmontarse al mismo tiempo frente al espectador: a Pablo Hernando no le interesa la resolución del caso, que funciona como un McGuffin gigante, una excusa que pone en marcha un aparato de cine negro en versión crisis económica española, que, sorprendentemente, no se sabe dónde termina, y despista su resolución hasta disolverse en un océano de melancolía nini, de crisis existencial venida a menos que termina por contagiar al propio relato, como si el no future de la generación arrasada por el desmantelamiento del Estado del Bienestar hubiera afectado también a la posibilidad de contar y construir nuestros propios relatos, convertidos en películas de cine negro sin femme fatale, sin enemigos, sin malos claros ni buenos obvios, y rodadas en la pobreza más absoluta de la luz artificial de los supermercados de bajo coste. GdPA

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