(Imagen de cabecera: Sara F. de Miguel Fonseca)

Júlia Gaitano (SACO, Oviedo)

La Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo, que el pasado fin de semana llegó a su término, apostó, un año más, por la expansión y diversificación del lenguaje e imaginario cinematográficos. En esta V edición, por la programación de SACO han pasado espectáculos, programas radiofónicos y muestras artísticas que, aunque de naturaleza muy variada, nos hablan de ese cine que existe más allá de los soportes e industrias habituales. Sedes de lujo como los teatros Campoamor y Filarmónica, el Edificio Histórico de la Universidad de Oviedo, el Museo de Bellas Artes… han servido de telón para visibilizar y celebrar las bienvenidas propuestas de SACO.

Uno de los protagonistas de esta Semana (que duró diez días) fue, sin duda, el cortometraje. Ese formato acortado, condensado, arriesgado, contenedor de vanguardia, a menudo olvidado por el gran público, que encuentra en festivales como el de Oviedo un altavoz óptimo para hacerse oír y ver. En él, han tenido lugar hasta cuatro muestras distintas. Una llegó desde el certamen francés de Clermont Ferrand, que presentó en Oviedo una selección de obras de LABO, su sección más experimental. También experimental fue el cine que se mostró en La invitación al viaje, ciclo que se presenta en SACO por segundo año de la mano de la programadora Elena Duque. En esta ocasión, las obras (piezas de Guy Sherwin, Cécile Fontaine o del recientemente fallecido Jonas Mekas) fueron proyectadas en su formato original de 16mm, recuperando y reivindicando la conexión con el celuloide.

“Un paseo por New York Harbor” de Carolina Astudillo.

De la mano de Elena Duque llegaban, asimismo, los 6 cortos de la sesión ReCortos, que resplandecían con el denominador común de la celebración del 8 de marzo, en su faceta más normalizadora y reivindicativa. Desde el found footage reflexivo de Carolina Astudillo (Ainhoa, yo no soy esa) en Un paseo por New York Harbor, que se apropia de un material doméstico ajeno para pensar, a partir de él, la convulsa situación de EEUU a finales de los años 60; hasta la introspectiva No me despertéis, en la que Sara Fantova aporta una mirada distinta y compleja al conflicto vasco, desde el punto de vista y el drama particular de una adolescente; o las autobiográficas Las casas que nos quedan, de Rocío Morato y Bad lesbian, de Irene Moray. La primera, presente durante la introducción de su pieza, habla en ella sobre su familia, partiendo de la figura de su hermano, que tiene síndrome de Asperger. Tal como cuenta Morato (y queda visiblemente inscrito en su corto), acabó encontrando su mirada al abrir el plano hacia sus padres y abuela, poniendo en cuestión honestamente y sin filtros no solo el tema de la enfermedad, sino otros igualmente corrientes que existen en su hogar, y como él, en tantos otros. Moray, por su parte, como hacía Elena Martín (que es, a su vez, protagonista de su más reciente Suc de Síndria, presentado en la pasada edición de la Berlinale) en Júlia Ist, revisa y reconstruye su propia experiencia en Berlín, en clave de humor al más puro estilo Lena Dunham (Girls). Para cerrar ReCortos, se proyectaron las obras de animación Patchwork (María Manero Muro, 2018) y Las del diente (Ana Pérez López, 2018) que, con estilos totalmente distintos, la una con una mezcla de dibujo y fotografía, la otra con un fluir sensual constante de formas femeninas, parten de la figura de la mujer para hablar de sus luchas diarias, poniéndolas en valor.

“Como Fernando Pessoa Salvó Portugal” de Eugène Green.

Celebrando el 20 aniversario de la Agência da Curta Metragem, SACO dedicó uno de sus programas al reputado festival Curtas Vila do Conde. Contando con la presencia de Sérgio Gomes, a quien ya escuchamos en la presentación del programa de carta blanca dedicado a Leonor Teles, el festival portugués trajo consigo 5 piezas muy distintas entre sí, pero excepcionalmente sugerentes. El dúo creativo formado por Alice Guimarães y Mónica Santos, autoras de dos de las obras presentes en la selección, Amelia & Duarte y Entre sombras, cuenta con un estilo muy singular. Envueltas de una cierta extravagancia afectada y fantaseante, ambas piezas dan rienda suelta a un virtuoso stop motion de imágenes limpias y refinadas. Eugène Green toma, en Como Fernando Pessoa Salvó Portugal, la figura del poeta para, con su sentido del humor seco y hermético, atacar un icono del consumismo estadounidense como es la Coca-Cola y realizar una suerte de homenaje a la nación portuguesa. En Agouro, el dúo (esta vez masculino) formado por David Doutel y Vasco Sá retoman el estilo de animación oscuro y tosco que ya habían mostrado en El zapatero para, añadiendo un cierto cromatismo, contar la historia de dos hombres aislados de la sociedad, con la mera compañía de un toro y el inhóspito paisaje helado que envuelve su hogar. En último lugar, aunque no por menos importante, hablemos de Sara F., en la que Miguel Fonseca se acerca al convulso imaginario de la generación internet. Su protagonista forma parte de aquella promoción de adolescentes que han tratado de comprenderse a sí mismos en medio del excesivo (por cantidad y por falta de filtro) bombardeo de imágenes a las que estamos expuestos todos indefectiblemente. En Sara F., Fonseca muestra la cara menos amable de este fenómeno, encontrando un equilibrio perfecto entre pieza dramática –mostrando el día a día de una confusa e insegura joven–, y el ensayo experimental, entrando en la psique de su protagonista y materializando así lo viral de su ruido mental.