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EL EMPLEADO Y EL PATRÓN. Manuel Nieto Zas | Uruguay, Argentina, Brasil, Francia |
2021 | 106 min.
Desde su premiado debut con La perrera hace ya 15 años, Manuel Nieto Zas solo había filmado un largometraje (El lugar del hijo), pero la larga espera valió la pena: El empleado y el patrón es el más ambicioso, arriesgado y logrado de sus tres largometrajes (y eso que los dos anteriores eran muy valiosos). Si ya desde el título la película anticipa las profundas diferencias entre los protagonistas, lo cierto es que Nieto Zas concibió una historia con muchas más ramificaciones, facetas, connotaciones y alcances que una esquemática lucha entre un poderoso malo que abusa de un trabajador humilde y bueno.
Ambientada en la zona limítrofe entre Uruguay y Brasil, donde impera las diversas variantes del portuñol, la película arranca con Rodrigo (Nahuel Pérez Biscayart) tratando de cruzar con una buena cantidad de marihuana y siendo interceptado en un control policial. Por su parte, Rodrigo es un patrón, alguien que explota los extensos campos de su padre (Jean-Pierre Noher) y cuya producción luego se exportará a Europa. Además, Rodrigo y Federica (Justina Bustos) acaban de tener un bebé y temen por algunos indicios de eventuales problemas de salud del recién nacido. Es tiempo de cosecha y en el campo que supervisa Rodrigo necesitan de forma desesperada quien maneje los tractores. En su búsqueda, se topa con Carlos (Cristian Borges), un enamorado de los caballos que pese a ser muy joven también está casado y tiene una hija pequeña. Pronto se sumará al trabajo, pero un descuido desembocará en una tragedia. No conviene adelantar más que ese planteo inicial, pero desde entonces la película no solo mostrará las crecientes contradicciones entre el empleado y el patrón sino también la distancia y las tensiones entre Rodrigo y Federica.
Nieto Zas manipula (en el mejor sentido del término) al espectador generando una empatía pendular hacia los personajes que resulta tan incómoda como fascinante, ya que todo el tiempo vamos cambiando nuestras perspectivas e identificaciones hacia ellos. El empleado y el patrón propone un abanico de escenarios y situaciones cinematográficas, con bares-prostíbulos, caza de animales, carreras (y remates) de caballos, recitales de rock, consumo de drogas, funerales, juicios y las apuntadas diferencias de clase que se manifiestan en pequeños (y no tan pequeños) actos de desprecio. En la deriva (y con ciertos planos iluminados por el gran Arauco Hernández Holz con aires de western), la película se va enrareciendo y complejizando, pero sin perder nunca la tensión ni el interés. Bienvenido sea entonces el regreso de Nieto Zas con un film tan inquietante como provocador. Diego Batlle
IL BUCO | Italia, Alemania, Francia | 2021 | 93 min.
Exponente del slow cinema, el italiano Michelangelo Frammartino regresa a la Calabria rural para reconstruir una historia que transcurrió en 1961, cuando un equipo de espeleólogos se sumergió en el Abisso del Bifurto, también conocida como Fossa del Lupo, una gruta de casi 700 metros bajo la tierra (la tercera más profunda del planeta). Pero no hay aquí una exaltación de la épica ni una mirada didáctica hacia los fenómenos de la naturaleza como la de Werner Herzog. El realizador de Le Quattro Volte nos muestra el pueblo de montaña, a sus pastores con sus animales y cómo la llegada de los expertos para su misión dentro de la caverna y hacia el inframundo modifica la dinámica de la comunidad.
Il Buco es también una docuficción que habla de un mundo que muere y otro, el del “progreso” y la modernidad, que surge. En ese sentido, la alegoría del pastor que enferma y es cuidado por sus vecinos es un tanto obvia, pero jamás interfiere con los hallazgos visuales y narrativos de la película. Cine de la contemplación (el trabajo de Frammartino con su director de fotografía Renato Berta en cada plano es prodigioso) y en este caso también de la inmersión (la cámara acompaña a los espeleólogos en su cada vez más compleja incursión), Il Buco surge como un remanso, un bálsamo ante tanto cine contemporáneo dominado por la hiperestimulación y el vértigo. Diego Batlle
HIT THE ROAD. Panah Panahi | Irán | 2021 | 93 min.
Una road movie con destino incierto y, al parecer, complicado. El viaje de una familia disfuncional por algunos motivos que son claros y otros que no tanto. Una comedia dramática que es un poco un musical y, de un modo un tanto esquivo, también un relato de ciencia ficción. Hit the Road tiene varias características del cine iraní que conocemos, pero a la vez algunas completamente inusuales o poco vistas en esa cinematografía. Todo, de alguna manera casi mágica, da como resultado un film muy coherente y a la vez muy personal.
Encontramos al cuarteto protagonista en una parada del camino, en medio de una zona montañosa. El padre (Hassan Madjooni), un gigantón barbado, está tirado durmiendo en el asiento de atrás mientras su hijo más pequeño (Rayan Sarlak) toca el piano en unas teclas dibujadas en el yeso que cubre la pierna izquierda de su papá. Que la melodía que el niño toca sea la misma que suena en la banda sonora da una primera pista que Hit the Road no va a ir por el lado del realismo más convencional, sino que hay algo de (oscura) fábula. Los otros dos integrantes son la madre (Pantea Panahiha), que mira todo con cara de preocupación pero trata de mantener alto los espíritus, y el hijo mayor, Farid (Amin Simiar), que está afuera de la SUV que él mismo maneja, tomándose un descanso de la ruta. Hay un personaje más, pero aparecerá un tanto más tarde: Jessy, el perro de la familia, que está un tanto viejo y quizás enfermo, durmiendo. Durante casi la mitad de la película seguiremos las desventuras de este grupo en un tono que es bastante cómico, aunque es evidente, por algunos comentarios al pasar y por la seriedad en el rostro de Farid, que el viaje tiene un destino serio, que no son vacaciones ni nada parecido.
Ese destino dramático empieza a dominar la película luego de su primera hora, pero lo que nunca desaparece es el tono un tanto zumbón y el ingenio visual del realizador, quien resuelve situación tras situación como si estuviera dando una clase de puesta en escena en cada caso. Desde el plano que da inicio al film hasta el último, el Panahi hijo –que tiene 37 años y fue asistente tanto de su padre como de Abbas Kiarostami, ambos expertos en esta tradición iraní de hacer películas en coches– demuestra que tiene muy claro cómo narrar visualmente sin necesariamente llamar la atención sobre sí mismo sino resolviendo con ingenio y elegancia el manejo del espacio y del tiempo. En algunas ocasiones hará usos un tanto más radicales de la cámara. De hecho, la que quizás sea la secuencia más importante de toda la película –cuyo estreno mundial tuvo lugar en la Quincena de Realizadores de Cannes– la filmará a cientos de metros de distancia de los hechos, en un bello pero muy dramático plano fijo. Divertida primero, enigmática después y, para terminar, dolorosamente política, Hit the Road es una película que deja en evidencia no solo el talento de un director sino una suerte de sabiduría que no es muy común en los realizadores que hacen sus óperas primas. Diego Lerer
SERRE MOI FORT. Mathieu Amalric | Francia | 2021 | 97 min.
Nada es lo que parece en el nuevo film como director del creador de El estadio de Wimbledon, Tournée, El cuarto azul y Barbara. No estamos frente a un thriller ni un policial en el sentido estricto de los géneros, pero el enigma aquí se mantiene hasta un final que resignifica todo lo que hemos visto hasta entonces. Y enigmático es también el adjetivo que mejor le calza a Serre moi fort, una película sobre el duelo, el dolor, la desaparición, los viajes externos e internos y los intrincados vericuetos de la mente.
Clarisse (Vicky Krieps, vista en El hilo fantasma y La isla de Bergman, con una paleta de matices sutiles) abandona sin anuncio previo a su marido Marc (el belga Arieh Worthalter) y sus dos hijos (como la Olivia Colman de La hija oscura) y se lanza a viajar por Francia en una vieja camioneta rumbo a la frontera con España. ¿De qué o quién huye? ¿Por qué tomó semejante decisión? Esta road movie íntima y existencial nos irá dando respuestas parciales a partir de una estructura fragmentaria que nos obliga a armar un rompecabezas complejo y en varios de sus pasajes fascinante y fantasmal.
El piano, las pianistas, los conservatorios musicales y un homenaje a la argentina Martha Argerich, así como múltiples flashbacks con el pasado de la protagonista y sus diversas relaciones, también forman parte esencial de una película en un principio confusa hasta lo desconcertante, pero concebida con delicadeza y sensibilidad. Amalric, brillante actor, es también un cineasta de indudable talento y bienvenida apuesta por el riesgo. Diego Batlle
I COMETE: A CORSICAN SUMMER. Pascal Tagnati | Francia | 2021 | 128 min.
Este primer largometraje de Pascal Tagnati le permitió trabajar codo a codo con los habitantes de un pueblo costero de Córcega, de donde es originario. Con una mezcla de actores profesionales y otros amateurs, filmó siempre con su ayuda en el armado de los conflictos y los diálogos durante un verano. Se trata de un lugar muy particular, ya que allí conviven las culturas francesas e italianas con las tradiciones de las islas y su propio dialecto. En la línea del cine del Michelangelo Frammartino, autor de Le quattro volte, pero con un trabajo más inclinado hacia lo ficcional, Tagnati apela a largas tomas con cámara fija para describir situaciones que tienen a niños, adolescentes, adultos y ancianos como protagonistas. De inevitable estructura coral, I comete encuentra algunos personajes encantadores, como François-Régis (Jean-Christophe Folly), un africano adoptado por una familia local que parece ser el único negro del lugar.
Los personajes nadan, bailan, se seducen, se pelean, van al mar, a comer, a una discoteca y las escenas van de lo erótico a lo religioso, de lo musical a lo gastronómico, mientras las charlas o monólogos pueden ser sobre fútbol, sexo o cuestiones más filosóficas. La fotografía de Javier Ruiz-Gómez le da al film ese bucólico y bello clima de los veranos en comunidades pequeñas donde todos se conocen y en las que van surgiendo las inevitables diferencias generacionales. Un laboratorio, un microcosmos que Tagnati describe e interpela con convicción y sensibilidad. Diego Batlle