Página web del Festival de Cine Europeo de Sevilla (5-13 de noviembre)

PARÍS, DISTRITO 13 | Jacques Audiard | Francia | 2021 | 105 min.

En su nuevo ejercicio de estilo y sensualidad fílmica, Jacques Audiard (Un profeta, Dheepan) nos lleva hasta el 13 Arrondissement, un distrito marginal de la Francia cosmopolita muy alejado de la capitalidad parisina, un inmenso espacio que alberga a una gran masa social, “contenida” esta por un perímetro de torres colosales de cemento. Arquitectura al filo del brutalismo como imagen perfecta para hablar de una realidad igualmente brutal. Solo que aquí cualquier concesión al tremendismo se adjudica a algo más universal: la efervescencia de una etapa vital. La mano de Céline Sciamma se nota en un guion que entiende que la conquista del espíritu colectivo pasa por la comprensión de la intimidad de cada una de sus piezas. La sensibilidad retratista de la autora de Tomboy y Retrato de una mujer en llamas cala en una cámara incapaz de distinguir colores y que, por ende, se sirve de un blanco y negro bello (pero con un fuerte punto de crudeza) para hermanar a todas las identidades que desfilan por esta historia. El paisaje humano de París, distrito 13 está marcado por ojos rasgados asiáticos y piel negra africana y, aun así, la cuestión racial no se pone nunca sobre la mesa.

La heterogeneidad se celebra aquí a nivel visual, con imágenes entre la verdad incontestable y, en momentos muy puntuales, la estilización fantasiosa. Pero también cala en la cama, siempre que la proximidad lo permita. Y, si no, se recurre a la tecnología. En la era de apetitos sexuales saciados por apps y plataformas online, Audiard parte la pantalla para simular esas conversaciones a distancia en las que, a pesar de todo, la química sigue fluyendo. París, distrito 13 propone un seguimiento de cuerpos que se acercan y se separan los unos de los otros: es el movimiento de la vida que aún tiene toda la vida por delante. El de unas nuevas generaciones que, como ha sucedido siempre, viven el amor y el desamor como sendos saltos al vacío. La película se dedica precisamente a esto. Tanto, que parece más bien la carrera de los 100 metros obstáculos. Corre para seguir a uno de sus personajes y, cuando este se topa con un momento o revelación definitoria, entonces la narración traza un salto de longitud y de altura, a la vez. Cuando aterrizamos, estamos en otro sitio, en compañía de alguien distinto: personajes que parecen llevar la representación a su terreno, en clave de autorretrato. La generación selfie tenía que (auto)inmortalizarse así y Jacques Audiard, una vez más, parece el más joven de la clase. Víctor Esquirol

PARA CHIARA | Jonas Carpignano | Estados Unidos, Francia, Italia | 2021 | 121 min

A Jonas Carpignano lo venimos siguiendo (y admirando) desde Mediterranea, sobre un grupo de refugiados africanos; y A Ciambra, sobre una comunidad de gitanos. Su tríptico ambientado en el municipio de Gioia Tauro en Reggio Calabria se cierra con otro notable trabajo, quizás el más depurado y ambicioso de todos, en el que (sobre todo en el último tercio) incursiona de lleno en el thriller sobre la tristemente célebre mafia local de los ‘Ndrangheta. Todo comienza en plan festivo para la familia Guerrasio. Claudio (Claudio Rotolo) y Carmela (Carmela Fumo) le organizan un baile para celebrar el cumpleaños 18 de su hija mayor, Giulia (Grecia Rotolo), a la que asisten, claro, las dos otras hijas, la quinceañera Chiara (Swamy Rotolo, extraordinaria), quien ya desde el título asume el lugar protagónico, y la pequeña Giorgia (Giorgia Rotolo), pero también una multitud de tíos, sobrinos, primos y amigos.

Entre concursos de bailes y discursos, papá Claudio se emociona hasta las lágrimas, pero a los pocos minutos vemos cómo debe escapar de la casa por los techos, su coche vuela por los aires y desaparece por completo. Entre justificaciones ridículas, silencios cómplices y miradas esquivas, nadie le cuenta a Chiara qué está pasando realmente y entonces ella iniciará una búsqueda obsesiva y no exenta de riesgos, una verdadera odisea personal con múltiples connotaciones emocionales. Al rato ya no le quedarán dudas: su padre, ese hombre de familia tan querible, es un poderoso narcotraficante. Es aquí donde la película empieza a abandonar el registro más íntimo del comienzo (y de buena parte de la saga) para incursionar en un registro más propio del cine de género, que Carpignano maneja con igual solvencia, generando permanentes intrigas (¿dónde está el padre?, ¿qué le pasará a nuestra atribulada heroína?, ¿qué papel juega en el entramado delictivo cada uno de los parientes?, ¿cómo será el futuro de ella en el ámbito escolar?, ¿cómo reaccionarán su madre y sus hermanas?), tensión, suspenso y hasta insopechadas derivaciones judiciales.

Calabrés por adopción, Carpignano ha encontrado en sus primeros tres largometrajes un mundo y un estilo propios (una mixtura entre el documental antropológico con una ficción con ecos del neorrealismo que lo emparienta con el Isaki Lacuesta de La leyenda del tiempo y Entre dos aguas), dos atributos que muchos realizadores no consiguen en toda su carrera. Lejos de la explotación o de la manipulación, su trilogía integral de Gioia Tauro (aquí Chiara se cruzará con personajes ya vistos en Mediterannea y A Ciambra) exuda una potencia narrativa y dramática, una naturalidad, una credibilidad y un humanismo fascinante y conmovedor. Estamos en presencia, sin dudas, de uno de los directores más singulares del cine italiano (y mundial) contemporáneo. Diego Batlle

DIARIOS DE OTSOGA | Maureen Fazendeiro y Miguel Gomes | Portugal | 2021 | 102 min.

Crista (Crista Alfaiate), Carloto (Carloto Cotta) y João (João Nunes Monteiro) bailan, riegan las plantas, andan en bicicleta, recogen frutas, interactúan con unos perros, se meten a una piscina, desayunan, andan en tractor, alimentan a los animales, luchan contra los insectos y construyen un invernadero para mariposas en el jardín… Actividades cotidianas que se pueden realizar en una granja en pleno verano. Sin embargo, Diários de Otsoga no es lo que parece. Arranca un día 22 e irá retrocediendo en el tiempo para (de)mostrarnos que en realidad es un making of, un diario de rodaje, un ensayo sobre el cine dentro del cine. En efecto, pronto entrará en escena el propio Miguel Gomes y luego su codirectora (y pareja en la vida real) Maureen Fazendeiro, que además está embarazada. Crista, Carloto y João son los intérpretes de la ficción dentro de la ficción y, como todos actores, le hacen planteos a Gomes porque no están conformes con el rumbo del rodaje, porque los personajes no están bien desarrollados. Al realizador portugués esas discusiones de equipo parecen aburrirlo bastante.

Hay buenos momentos de comedia y un interesante registro sobre cómo es rodar en pandemia (se hacen explícitos los protocolos de la Film Comission de Portugal y se discuten algunas decisiones personales que ponen en riesgo la burbuja grupal y obligan a modificar ciertos aspectos el rodaje), pero más allá de la bella impronta veraniega y de las miserias de toda troupe artística, Diários de Otsoga surge como un trabajo algo menor en comparación con otros largometrajes de Gomes. Estamos ante un film rodado durante los poco más de 20 días a los que van aludiendo los carteles en pantalla (22, 21, 20 y así hasta llegar a la jornada inicial), con múltiples restricciones por el Coronavirus y con un espíritu urgente, experimental y lúdico que se agradece, pero cuyo resultado final queda bastante lejos de las cimas artísticas de Miguel Gomes. Diego Batlle

LA ISLA DE BERGMAN | Mia Hansen-Løve | Francia, Bélgica, Suecia, Alemania, México, Brasil | 2021 | 108 min

En su nueva película, Mia Hansen-Løve se sumerge en el imaginario del más célebre de los cineastas suecos; sin embargo, la directora de El porvenir toma la (sabia) precaución de no dejarse abducir por la devoción hacia el director de Fresas salvajes. Los protagonistas del film son una pareja de cineastas que viajan hasta la isla de Farö, en el norte de Suecia, con la intención de hallar la inspiración necesaria para escribir sus próximos guiones. La isla en cuestión, que el autor de Persona convirtió en su hogar y su tumba, se ha convertido en lugar de peregrinaje para los incondicionales de Bergman, y Hansen-Løve no tiene inconveniente en sumarse al tributo filmando, en los primeros compases de la película, dos planos eminentemente bergmanianos. En el primero, una violenta panorámica nos lleva desde un plano medio del hombre, Tony (Tim Roth), hasta un encuadre de la mujer, Chris (Vicky Krieps), en la lejanía; en el segundo, vemos a Chris caminando a trompicones, y en plano general, sobre unas rocas humedecidas por el oleaje marino, una escena que remite indiscutiblemente a Un verano con Mónica. Sin embargo, a través de los comentarios del personaje de Chris, que encuentra cargante la oscuridad, gravedad y pesimismo del cineasta sueco, La isla de Bergman consigue marcar distancia respecto a la veneración cegadora.

Planteada como un estival drama matrimonial –en el que palpita tanto la sombra de Bergman como la herencia de Rohmer o de Te querré siempre de Rossellini–, La isla de Bergman encuentra su brillo y sus límites en el estudio de la relación entre Chris, la verdadera protagonista, y Tony, su acompañante ensimismado. Las tensiones creativas entre el matrimonio otorgan al film una cierta espesura dramática, pero la relación nunca termina de despegar debido a la arquetípica construcción de los personajes: Tony se presenta como un hombre orgulloso, hermético y determinado; mientras que Chris aparece como una mujer insegura, volátil y dispersa. Pese a la interesante labor de Roth –que ahonda en su característica intensidad desenfadada– y Krieps –que demuestra que su recital en El hilo invisible de Paul Thomas Anderson no fue un espejismo–, los personajes aparecen maniatados por los clichés. Por otra parte, si nos adentramos en las pantanosas aguas de la especulación acerca de las intenciones personales de la directora, no resulta difícil imaginar La isla de Bergman como la transposición fílmica del complejo equilibrio en la relación de Hansen-Løve con su expareja, el director de cine Olivier Assayas.

El de Hansen-Løve ha sido siempre un cine en fuga y esta no es una excepción. La película encuentra acomodo en el ir y venir nervioso del personaje de Chris, y eso mismo ocurre con la película, que no contenta con la historia del matrimonio se saca de la manga una ruptura en abismo que pone en imágenes un guion que está escribiendo la mujer. En la película dentro de la película, es la actriz australiana Mia Wasikowska la que interpreta a una suerte de alter ego del personaje interpretado por Krieps, que a la vez representaría en el film a Hansen-Løve. Un laberíntico juego metafílmico que canaliza una reflexión acerca de los puentes entre el cine y la vida, comprendida, a la manera de Bergman, como un territorio proclive al desasosiego romántico y existencial. Lo que ocurre es que el juego de espejos entre las diferentes ficciones no hace más que dispersar la melancólica substancia emocional de la película, que halla su mejor representación en los maravillosos andares tambaleantes de Krieps, cuyos ortopédicos pero elegantes contorneos –viene a la mente la Angie Dickinson de Rio Bravo– generan una corriente de pura fascinación. Así, entre su fuerza conceptual, sus golpes de genio (gestual) y su inocua languidez emocional, La isla de Bergman refleja el brillo y los límites del cine de Hansen-Løve. Manu Yáñez

ALI & AVA | Clio Barnard | Reino Unido | 2021 | 97 min

La directora de The Arbor y The Selfish Giant presenta un crowd-pleaser con una historia de amor sobre héroes anónimos de la clase trabajadora que remite al cine de sus compatriotas Ken Loach y Mike Leigh. Ali (Adeel Akhtar) es un hombre de origen paquistaní que se dedica a cobrar los alquileres de los vecinos, siempre con buen humor, un espíritu lúdico y una excelente relación con los chicos y chicas de la zona a partir de su pasión por la música (asegura ser un DJ frustrado). Sin embargo, no todo lo que reluce es oro: su pareja ha decidido separarse de él, pero para evitar conflictos con sus familiares deciden mantener las apariencias y seguir viviendo bajo el mismo techo. Un día, cuando él busca a un niño en la escuela, en medio de una tormenta, ofrece llevar en su auto a Ava (Claire Rushbrook), una madre soltera irlandesa con cinco hijos (de hecho, ya es abuela joven) que trabaja como asistenta en ese colegio.

Las diferencias de edad, de clase, de etnia y de estilos de vida son, entonces, más que evidentes, pero Barnard construye un cuento de hadas luminoso, bastante gracioso, entrañable y por momentos emotivo para que estas dos criaturas puedan encontrarse, acompañarse y, de alguna manera, redimirse de sus múltiples golpes y desdichas en la vida. Ah, la banda sonora, que va desde Buzzcocks hasta Bob Dylan, pasando por Sylvan Esso, es notable y esencial para la trama, ya que con las canciones surgen las diferencias pero también los puntos de encuentro entre Ali y Ava. Diego Batlle