Este año, el D’A Film Festival Barcelona se celebrará (del 30 de abril al 10 de mayo) en formato online a través de la plataforma Filmin.

UN BLANCO, BLANCO DÍA. Hlynur Pálmason. Islandia, Dinamarca, Suecia (2019). Con Ingvar Eggert Sigurdsson, Ída Mekkín Hlynsdóttir, Hilmir Snær Guðnason. Sección Talents.

A lo largo de la historia del cine, los paisajes blanquecinos han generado su propia mitología fílmica, desde el reverso sucio del western que exploró Robert Altman en Los vividores hasta el inquietante blanco que los hermanos Coen tiñeron de rojo sangre en Fargo, pasando por las nieves que poetizaban el punzante sentimiento de pérdida que azotaba a la comunidad de El dulce porvenir de Atom Egoyan. Elementos de todos estos títulos confluyen, de un modo u otro, en la magnética Un blanco, blanco día del islandés Hlynur Pálmason. El aura westerniana del film aparece encarnada en el laconismo del protagonista, Ingimundur (un soberbio Ingvar Eggert Sigurðsson, un suerte de Richard Harris islandés), que decide enterrar en lo más hondo de su ser el pesar por el fallecimiento de su esposa en un accidente de coche, aunque el peso del trauma emerge a la superficie cuando Ingimundur descubre una posible traición en el pasado de su esposa, una situación que ya abordaron con tacto Los descendientes de Alexander Payne o 45 años de Andrew Haigh.

La singularidad de Un blanco, blanco día debe buscarse en el modo en que Pálmason construye la película con apenas unas pocas puntadas dialogadas que dan color y relieve a un tejido fílmico dominado por la observación de los gestos, movimientos e interacciones entre los personajes –una propuesta que remite al cine de la alemana Valeska Grisebach, directora de Western–. En dos escenas relevantes, Ingimundur asiste a la consulta de un terapeuta que debe ayudarle a sobrellevar su dolorosa situación. Pero más que en los diálogos, Pálmason pone el foco en el modo que tiene el protagonista de ocultar sus sentimientos tras una mirada hermética. Siguiendo esa misma preferencia por lo visual, Pálmason hace cristalizar imágenes de fuerte carga simbólica. Ahí está, por ejemplo, la estampa de un caballo que se cuela en la casa que está construyendo Ingimundur, expresión de la animalidad que se oculta en el interior del protagonista; o también la chocante imagen de la nieta del protagonista (Ída Mekkín Hlynsdóttir) aprendiendo a matar a un pez golpeándole la cabeza contra el canto de una mesa, clara referencia al exiguo lugar reservado para la inocencia en un mundo proclive a la rudeza y la desafección.

A la postre, el corazón de Un blanco, blanco día reside en la relación de complicidad que mantienen Ingimundur y su nieta. El cariño y ternura que emana de este vínculo familiar rescata el film del pozo del nihilismo y expande notoriamente su horizonte emocional. Por la negativa de Pálmason a emborronar la película con un exceso de psicología y dado su interés por el trabajo con ciertos arquetipos (la figura masculina que asume su condición de patriarca con una fortaleza pétrea; la niña delicada y sensible que encarna la posibilidad de la inocencia), el director centra sus esfuerzos en sacar el máximo partido de la “química” actoral que emana de las interacciones entre abuelo y nieta. De hecho, es a través de esta muy palpable comunión afectiva que Un blanco, blanco día consigue sumergir al espectador en los recovecos más luminosos, y también los más oscuros, de la naturaleza humana. Manu Yáñez

ROUBAIX, UNE LUMIÈRE. Arnaud Desplechin.Francia (2019). Con Léa Seydoux, Roschdy Zem, Sara Forestier, Antoine Reinartz. Sección Direccions. 

El creador de Reyes y reina, Un cuento de Navidad y Los fantasmas de Ismael incursiona de lleno en el cine de género con trasfondo social (una rareza en su filmografía) con la descripción de las desventuras cotidianas de los policías que, en plena época de Navidad, trabajan en la comisaría de Roubaix, otrora una poderosa zona industrial y hoy el distrito más pobre de toda Francia. De estructura coral –en la primera mitad del film hay múltiples personajes y se narran varios casos con delitos de mayor o menos significación–, la película, a medida que avanza, va centrándose cada vez más en la figura de Daoud (un imponente Roschdy Zem), jefe de la brigada, y en el policía novato Louis (Antoine Reinartz). En su segunda mitad, además, la acción se concentra en el drama de dos jóvenes (Léa Seydoux y Sara Forestier) que, como casi todos allí, viven en condiciones inhumanas y son acusadas de asesinar a una vecina anciana.

El interés de Roubaix, une lumière radica en el retrato sintético pero resonante que realiza Desplechin de una comunidad sumida en la bancarrota moral, una radiografía social que respira más allá del cliché gracias al trabajo de todos los actores. Por desgracia, en ciertos pasajes, el trabajo de Desplechin con las herramientas del thriller no es todo lo solvente que cabría esperar. Basada en una historia real que fue reconstruida en un documental que llamó mucho la atención de la sociedad francesa hace ya una década, Roubaix, une lumière muestra a los investigadores y policías como nobles servidores públicos, justo cuando pesa sobre las fuerzas de seguridad galas todo tipo de denuncias sobre abusos en la represión contra los inmigrantes ilegales en zonas marginadas como la que retrata el film. Diego Batlle

LITTLE JOE. Jessica Hausner. Reino Unido, Austria, Alemania (2019). Con Emily Beecham, Ben Whishaw, Kerry Fox. Retrospectiva Hausner.

En lo que podría verse como un cruce entre La pequeña tienda de los horrores y La invasión de los ladrones de cuerpos, Little Joe de Jessica Hausner cuenta la historia de una empleada de una compañía de ingeniería biológica (Emily Beecham) que se dedica a “cosechar” plantas perfeccionadas genéticamente. Su nueva creación es una flor que, a cambio de unos delicados cuidados, garantiza la felicidad de su propietario. Un proyecto que ocupa todo el tiempo de la protagonista y que acabará trastocando su relación con su hijo pequeño, Joe (Kit Connor). Planteada como una meditación sobre la alienación moderna –y aportando una mirada crítica sobre los límites éticos de la manipulación genética–, Little Joe se aproxima a la ciencia ficción para proponer una serie de interrogantes acerca de las pulsiones esenciales de la naturaleza humana: el instinto de supervivencia, el deseo de reproducción, la vida en comunidad. ¿Qué nos dice sobre nuestro mundo una película en la que una flor despierta más anhelos, emociones y cuidados que cualquiera de los personajes humanos? Hausner presenta este universo desalmado, de colores fríos, a través de una puesta en escena que, lógicamente, se decanta hacia un distanciamiento gélido, hacia las composiciones diáfanas en las que los (pocos) personajes parecen esquivar el contacto físico, personal, emocional.

Sobre este inquietante escenario, Hausner compone una celebración del potencial enigmático del cine fantástico a través de la exploración de las dialécticas de lo posible y lo extraordinario, lo lógico y lo irracional. Un verdadero tour de forcé de ambigüedad, Little Joe lleva al extremo la posible doble lectura de la trama: una que aceptaría las coordenadas fantásticas del relato y otra que apuntaría a la interpretación racional de los acontecimientos (las visitas de la protagonista a la consulta de una psicóloga reafirman esta posibilidad). Estamos ante una nueva muestra del juego que llevaron hasta lo sublime films como Suspense de Jack Clayton o El protegido de M. Night Shyamalan, entre tantos otros. Es a través de este juego de dobles lecturas, de relatos paralelos, de imágenes polisémicas, que Little Joe enriquece su turbador retrato de un mundo vaciado de humanidad, un mundo espeluznantemente parecido al nuestro. Manu Yáñez

LOS SONÁMBULOS. Paula Hernández. Argentina, Uruguay (2019). Con Érica Rivas, Daniel Hendler, Luis Ziembrowski. Sección Direccions.

Tres generaciones se encuentran en una casa campestre para pasar allí las fiestas de fin de año. La abuela Meme (Marilu Marini) recibe a sus dos hijos, Emilio (Luis Ziembrowski) y Sergio (Daniel Hendler), quienes llegan acompañados por sus respectivas familias. Más allá de su estructura coral, la directora Paula Hernández le entrega el punto de vista a la esposa de Emilio, Luisa (Érica Rivas), y a su hija Ana (Ornella D’Elía), quien a los 14 años suele padecer extraños episodios de sonambulismo. El matrimonio no pasa precisamente por su mejor momento y la adolescente está en pleno despertar sexual. Los conflictos no tardan aparecer y no solo entre ellos tres. En un almuerzo surge un tema pendiente: Meme (quien ha perdido a su marido) y Sergio quieren vender la propiedad, mientras que Emilio pretende mantenerla.

Calor, campo, piscina, alcohol, flirteos, comilonas, discusiones no exentas de cinismo, ironía y resentimientos… Los sonámbulos dialoga con cierto cine francés del estilo de Las horas del verano de Olivier Assayas o Le Skylab de Julie Delpy, aunque sin caer en excesivos devaneos intelectuales, y luego va derivando hacia algo más denso, perturbador y, en definitiva, siniestro. Es precisamente el desenlace lo que seguramente mayores incomodidades y debates generará, aunque Hernández evoca sin obviedades un presente en que la violencia machista y las búsquedas de empoderamiento y sororidad femeninas están reconfigurando el mapa social. Más allá de que no todos los conflictos tienen el mismo espesor dramático, Los sonámbulos es una obra de indudable maestría, inteligencia y madurez desde la puesta en escena a la dirección de intérpretes. Así, entre el coming-of-age, el drama familiar y el estudio de una tensión creciente que nos permite avistar algún estallido de violencia, Los sonámbulos encuentra atractivos suficientes para mantener “despierto” al espectador. Diego Batlle

LAS BUENAS INTENCIONES. Ana García Blaya. Argentina (2019). Con Javier Drolas, Amanda Minujín, Ezequiel Fontenla, Carmela Minujín, Sebastián Arzeno. Sección Transicions.

Las buenas intenciones es, esencialmente, una tragicomedia sobre una relación paterno-filial (aunque la dinámica del resto de la familia también está presente), un film sobre la vida en la década de 1990, una película sobre el amor por la música, un retrato de fuerte sesgo autobiográfico, un ensayo sensible y por momentos conmovedor sobre cuestiones como el sacrificio, la pérdida y la reconciliación. La película (que tiene algo del universo del Nick Hornby de Alta fidelidad y About a Boy) es una carta de amor a los padres torpes (esos inmaduros e indecisos seriales, esos inoperantes para los quehaceres cotidianos, esos discapacitados afectivos), pero que aun con sus múltiples carencias resultan tan entrañables como queribles; y la reivindicación de una banda de culto como Sorry, en la que la por entonces jovencísima directora participó junto a su desaparecido padre Javier García Blaya. Estamos, en definitiva, ante la reconstrucción de una historia íntima, de un tiempo, un lugar y un grupo humano donde se transpiraba cine y música. Y un homenaje, claro, a los que ya no están (pero están).

Pequeña en su estructura y sus ambiciones, pero relevante en sus dimensiones emocionales, Las buenas intenciones es cine puro y cristalino, una ópera prima hecha con inteligencia (el uso de las imágenes con look VHS, por ejemplo, es muy bueno), pero también (y esencialmente) con el corazón. Diego Batlle