Página web del Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria.

LA FAMILIA CHECHENA. Martín Solá. 60 minutos. Argentina (2015).

El director de Caja negra se ha concentrado en los últimos años en historias de vida de personas que viven en territorios ocupados. Arrancó con un palestino en Hamdan, de 2013, y prosigue aquí con un checheno (al parecer, luego será el turno de un tibetano). En este caso, La familia chechena ofrece un retrato de Abubakar, un hombre de 46 años que convive con su esposa, sus 9 hijos (8 mujeres) y su madre. La historia familiar toma la forma de una fatídica espiral de deportaciones, destierros y guerras. La madre, ya muy mayor, cuenta que, mediados de los años 40 del siglo pasado, fue enviada a Siberia y sobrevivió de forma milagrosa. Para el protagonista las cosas tampoco son fáciles desde que estalló el primer conflicto bélico con Rusia en 1995. Pero Abubakar tiene un refugio espiritual: los rezos y, sobre todo, las Zikr, danzas rituales que hacen los musulmanes sufís chechenos y en las que alcanza una suerte de éxtasis liberador. Esos bailes –filmados en toda su intensidad– son uno de los dos ejes elegidos por Sola. El otro es una observación respetuosa y delicada a la hora describir la rutina de un hombre amenazado por la inseguridad y la miseria, pero que no está dispuesto a resignarse. Diego Batlle

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11 MINUTES. Jerzy Skolimowski. 81 minutos. Polonia/Irlanda (2015). Con Richard Dormer, Paulina Chapko, Wojciech Mecwaldowski.

Una tarde cualquiera, en Varsovia, seguimos a un grupo de personajes cuyas vidas se juegan al limite: un hombre celoso persigue desesperado a su mujer, una bella actriz se cita con un director petulante, un joven atracador enfrenta sus miedos, un mensajero adicto a las drogas se precipita por un infierno alucinógeno… ¿Cuánta vida y cuánto cine caben en 11 minutos? A la hora de vislumbrar la esencia de la expresión cinematográfica, vale la pena atender a los viejos maestros, como el polaco Jerzy Skolimowski, que en 11 minutes disecciona la relación entre las dos variables constitutivas del cine: el movimiento y el tiempo. En su heterodoxa respuesta al cine de acción de Hollywood, Skolimowski pone en escena la batalla por la supervivencia de una jauría humana que dirime su suerte entre las 5 y las 5:11 de la tarde de un día cualquiera. Lo extraordinario aquí es que, con un guión milimétrico, Skolimowski se libera casi totalmente del ancla psicológica del cine: nunca lleguamos a comprender del todo las motivaciones de los personajes, que quedan suspendidas en un limbo de suspense.

Esta estrategia anti-psicológica y abstracta no es nueva en la carrera de Skolimowski, que ya la puso en práctica en 1967 cuando filmó a Jean-Pierre Léaud intentando robar un Porsche en la torrencial Le départ, y en 2010 cuando puso a Vincent Gallo a batallar contra la naturaleza y el fundamentalismo en la meditativa Essential Killing. 11 minutes es un prolongación, más manierista si cabe, de ese proyecto de despojamiento fílmico, una apuesta esteticista que trae a la memoria el trabajo de Brian De Palma en Femme Fatale. ¿Y qué hay del mensaje del film? Sin desvelar demasiado, cabe decir que el sentido de 11 minutes cuaja en un final en el que Skolimowski da forma y sentido a todo lo amasado durante la película, aunque ese sentido no es para nada unívoco: los interrogantes se imponen a las certezas. ¿Qué empuja a los personajes hacia el vacío? ¿Es la debacle moral del mundo contemporáneo o quizás un nihilismo universal? ¿Hay una fuerza externa que controla el destino de estas criaturas? ¿Qué demonios es ese objeto suspendido en el cielo que fascina e inquieta a los personajes? Y, por último, ¿cuál es el lugar del ser humano en el ruidoso caos audiovisual contemporáneo? Así habla el espeso y delicioso caudal de enigmas de 11 minutes. Manu Yáñez

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OFFICE. Johnnie To. 117 minutos. China/Hong Kong (2015). Con Yun-Fat Chow, Sylvia Chang, Eason Chan.

Si alguna duda cabía a alguien sobre que To es uno de los cineastas más heterodoxos, hábiles e inteligentes de la actualidad, aquí llega este musical sobre la vida corporativa, con sus convicciones y traiciones, sus éxitos y fracasos para despejarla. Filmada en 3D, el realizador utiliza (esta vez de manera pertinente y con elegancia) eso que Lars von Trier había ensayado en Dogville: los espacios y lugares son diseñados sin paredes divisorias, todo está expuesto, desnudo, a la vista. La cámara sobrevuela la acción y atraviesa las paredes imaginarias con una belleza y sobriedad que sorprenden, aun tratándose del realizador de joyas como The Mission, Breaking News o Blind Detective.

La llegada de dos nuevos interinos a una empresa que está a punto de hacer pública una oferta de acciones pone en marcha una historia en la que, con mucho humor, se disecciona el rol de jefes y gerentes, las relaciones sexuales o amorosas en interior de la oficina, y la constante circulación de rumores. La idea del “pueblo chico, infierno grande” se aplica a ese grupo de gente que debe convivir en un mismo edificio. Además, la aguda mirada socio-política de To –que en Election ofreció un retrato nada complaciente de la anexión de Hong Kong a China– utiliza este musical luminoso para hablar de la crisis económica que, en el momento de la filmación, era una previsión o una sospecha, mientras que ahora parece ser una realidad fácilmente constatable. Fernando E. Juan Lima

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KAILI BLUES. Bi Gan. 110 minutos. China (2015). Con Luo Feiyang, Xie Lixun, Yongzhong Chen, Zeng Shuai.

Esta ópera prima de un director de apenas 26 años como el chino Bi Gan fue el gran descubrimiento de la edición de 2015 del prestigioso Festival de Locarno. Lírica, virtuosa, sensible, ambiciosa, esta combinación entre melodrama y road movie se ubica a mitad de camino entre el cine del primer Jia Zhang-ke y Café Lumière, de Hou Hsiao-hsien. Trenes y motos. Viajes en el tiempo (no lineales). Familias escindidas. Amores perdidos. Tradiciones. Poemas. Música. Narración en off… Con todo eso está construida Kaili Blues. Y, también, con algunos de los planos secuencia más imponentes del cine asiático de los últimos años (hay uno de casi 40 minutos). La historia no es tan importante: Chen Sheng es uno de los dos doctores que trabajan en una pequeña clínica de la ciudad de Kaili, en la provincia sureña de Guizhou. Harto de la rutina, el protagonista decide emprender un largo periplo para buscar al hijo abandonado de su hermano. Su compañera en el centro médico, una veterana y solitaria mujer, le da una vieja foto, un cassette y una camiseta para un viejo amor que ha enfermado. Chen llegará a Dangmai, un pueblo perdido en medio de las montañas, donde experimentará el pasado, el presente y el futuro. Imperfecta, hecha con mínimos recursos, Kaili Blues es un film hipnótico y sensorial, bello y fascinante. De esos que devuelven la fe en que el cine todavía es capaz de sorprender y de generar en el espectador sensaciones profundas y perdurables. Diego Batlle

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COMO FUNCIONAN CASI TODAS LAS COSAS. Fernando Salem. 90 minutos. Argentina (2016). Con Verónica Gerez, Esteban Bigliardi, Pilar Gamboa, Marilú Marini, Rafael Spregelburd.

Celina (Verónica Gerez) quiere vender enciclopedias y reunir dinero para irse de ese paraje desértico en el que vive. Su padre ha muerto y a su madre no la ve desde pequeña, aunque todavía la busca. Tras dejar su puesto en una zona de peaje de una ruta por la que nunca pasa nadie, Celina empieza a trabajar vendiendo esas enciclopedias, algo para lo que no es demasiado talentosa. Pero allí conoce a una colega más experimentada en el asunto (Pilar Gamboa) que la acompaña en su ruta, con su hijo pequeño y sus propios problemas a cuestas.

Con un tono que va de la comedia absurda al drama familiar, la película de Salem se apoya en la ironía que implica que estas dos mujeres con vidas tan problemáticas estén tratando de vender una suerte de pesada enciclopedia de autoayuda que tiene el mismo título de la película. Utilizando distintos recursos visuales, separando el film en capítulos ligados a los del libro y guardando algunas relativas sorpresas para el final, el largometraje de Salem tiene momentos muy disfrutables y acertados junto a otros un tanto fuera de tono. Es una película episódica, cuya atención, tensión e interés crece o baja de acuerdo a cada una de esas partes en la que se divide esta especie de road movie.El elenco ayuda. Apoyando al personaje central que muy bien interpreta Gerez, está Gamboa insuflando energía al relato y, en papeles más breves, desde Rafael Spregelburd hasta Marilú Marini. Como dice el título, Como funcionan casi todas las cosas es una película en la que muchas de las cosas funcionan pero, como la propia enciclopedia que vende, tampoco tiene las respuestas para todos los problemas. Diego Lerer