Página web del D’A – Festival internacional de cinema d’autor de Barcelona.

ESTIU 1993. Carla Simón. 97 minutos. España, 2017. Con David Verdaguer, Bruna Cusí, Laia Artigas, Paula Robles, Paula Blanco. CLAUSURA

Galardonada con importantes premios en los festivales de Berlín y Málaga, esta ópera prima con elementos autobiográficos está a la altura de dichas distinciones. Los padres de la directora murieron a causa del virus HIV cuando ella era muy pequeña y, si bien el SIDA nunca se nombra en la película, está claro que en aquellos tiempos (1993) había tanto prejuicio como desconocimiento respecto del tema. La película está narrada desde el punto de vista de Frida (Laia Artigas), una niña de seis años que, tras la muerte de su madre va a vivir con sus tíos y una encantadora prima en un aislado entorno rural próximo de Barcelona. Artigas –un dechado de expresividad y matices– consigue trasmitir toda la angustia, desolación, incomodidad, malestar, ira, dureza y las sucesivas transformaciones de una niña marcada por una tragedia que no sabe cómo procesar. Cuando finalmente puede llorar, es probable que ningún espectador deje de acompañarla en esa explosión desgarradora que más que sufrimiento es una manera de liberar tanto dolor contenido.

Con la cámara siempre cerca y a la altura de la pequeña heroína, con una capacidad de observación no demasiado habitual para que ningún detalle, gesto o mirada reveladora se le escape, Simón hace gala de un aplomo infrecuente en una debutante. Pero, más allá de los aciertos formales y en la dirección de actores, lo que hace de Estiu 1993 una pequeña gran película es el pudor, la forma en que elude casi todos los golpes bajos del coming of age y las tentaciones demagógicas que este tipo de historias suelen ofrecer. Bella y sensual, esta narración intimista y veraniega lidia con la muerte sin regodearse en el dolor, pero tampoco resulta banal o simplista. El haber encontrado el tono justo, ese que es capaz de seducir al público sin tomarlo de rehén, es el principal mérito de una directora (que tiene algo de Lucrecia Martel y Mia Hansen-Løve) a la que habrá que prestarle mucha atención. Diego Batlle

DÍAS COLOR NARANJA. Pablo Llorca. 76 minutos. España (2016). Con Jorge Ferrer, Astrid Menasanch, Luis Miguel Cintra, Annie Kay Dählstrom. Sección DIRECCIONS.

Cabe considerar la nueva película de Pablo Llorca, Días color naranja, como una obra profundamente europea. Un poso continental que entra en escena a través de uno de los elementos más arraigados de la adolescencia y de la postadolescencia europea: el Interrail, aquel billete de tren que permitía a los jóvenes viajar por Europa, uniendo países, lugares, haciendo de este continente viejo y ahora desmembrado una única cosa. Viviendo, también, unas experiencias, como el amor pasajero, muy vinculadas con el final de la juventud. Entendiendo, al fin, que las amistades no eran solo los compañeros de escuela, sino también los vecinos del norte, o del sur, con los que se vivía un momento único, para después separarse y permanecer únicamente en el recuerdo. En Días color naranja, Llorca abraza una cierta ligereza juvenil. Lo hace de la mano de un chico que, en 2010, y tras la erupción del volcán islandés Eyjafjallajökull, se ve obligado a ir de Grecia a Madrid en tren, junto a un grupo de jóvenes que están disfrutando del verano haciendo un Interrail.

“La nostalgia… qué miedo”, afirma un personaje encarnado por Luis Miguel Cintra. He aquí la hermosura de Días color naranja, que pese a adentrarse en un momento vital que inevitablemente pasará (la adolescencia) y retratar unos tiempos pasados (el viaje en tren, que evidencia las distancias y su temporalidad), tiene algo vivo, en movimiento. Su mirada no resulta nostálgica, sino profundamente presente, vitalista. En este sentido, resultan bellísimas las escenas de Cintra en la casa del padre adoptivo de la protagonista, en las que vemos fotografías de la vida del personaje, que son a su vez los recuerdos del propio Cintra, un actor que tiñe la pantalla de emoción, cuando, por ejemplo, recibe y abraza a la hijastra que no ve desde hace años. Rodada con pocos medios, sin permisos, en el pequeño compartimento de un tren o en las calles y rincones de una Europa que por momentos es un recuerdo, Días color naranja pone de manifiesto que, quizá, el cine de Pablo Llorca debería llamarse “resistencias”. Violeta Kovacsics

DEMONIOS TUS OJOS. Pedro Aguilera. 94 minutos. España, Colombia (2017). Con Ivana Baquero, Julio Perillan, Lucía Guerrero, Nicolás Coronado. Sección TALENTS.

Cruzado el ecuador de Demonios tus ojos, el perturbador film de Pedro Aguilera, en una apacible escena campestre, dos parejas y el hermano mayor de una de las chicas conversan durante su salida de camping en el bosque. Uno de los personajes –un chico que sabe mucho de cine porque todas las películas que se descarga son en “full HD”–, le comenta al hermano cineasta de la protagonista que en España hemos perdido la fe. Según este pseudocinéfilo adolescente, los tiempos de la crisis nos han transformado en monstruos que desconfían de todo el mundo; incluso, dice, de la familia y de los amigos. A continuación, el chico sugiere que el cine español contemporáneo debería mostrar los trastornos que están sufriendo sus ciudadanos en la actualidad. Sin embargo, al cineasta de la ficción, afincando en Los Ángeles, no le interesa aplicar la denuncia social en sus películas. LA realidad es que este director, Oliver (interpretado por un sensacional Julio Perillán), es la máxima representación de ese monstruo.

Lejos del discurso de orden social, la maldad del personaje que ha construido Aguilera va por un sendero que, en su magnífica ópera prima La influencia, ya se anticipaba de forma discreta. Si bien es cierto que en muchos momentos el espectador de Demonios tus ojos puede llegar a pensar que Aguilera está juzgando a ese depravado sexual obsesionado con acostarse con su hermanastra (Ivana Baquero) tras reconocerla en un vídeo porno en Internet, el cineasta se dispone a hacer lo contrario. Al igual que la matriarca protagonista de su debut, Oliver no es más que otro hombre sin fe, una víctima que en vez de caer en la depresión, sucumbe ante una enfermedad mucho más peligrosa: el nihilismo. Aguilera explora esta cuestión a través de un thriller psicológico basado en un doble juego: el del gato y el ratón que practican los dos hermanos desinhibidos, y el juego de marionetas con el que martiriza a sus personajes. Maquiavélica, y de una sensualidad desbordante, Demonios tus ojos se sitúa entre la finura del drama erótico retorcido del francés Jean-Claude Brisseau y la revelación de la indecencia del cine del austríaco Michael Haneke. Carlota Moseguí

LA PELÍCULA DE NUESTRA VIDA. Enrique Baró. 81 minutos. España (2016). Con Teodoro Baró, Francesc Garrido, Nao Albet.

La nostalgia, la conciencia del paso del tiempo, ese tempus fugit clásico, es uno de los motores más poderosos de mucho cine documental de los últimos años, especialmente aquel que se enfrenta al material de archivo familiar, a la propia vida desde la perspectiva de quien mira pasar algo que no volverá. Un gesto retrospectivo que tiende a producir un abismo en la conciencia de la temporalidad de la vida: las imágenes del pasado nos devuelven al presente, y se constituyen como la prueba palpable de nuestra propia mortalidad. Algo de eso hay en La película de nuestra vida, ópera prima del catalán Enrique Baró, que se acerca a una casa familiar de veraneo en la que se agolpa la memoria de varias generaciones para retratar un espacio que, si no ha desaparecido todavía, sí conserva los ecos de tiempos pasados, veranos felices, películas caseras, tardes de agosto. Sin embargo, y por eso La película de nuestra vida es una película singular en el contexto, no solo del cine español, sino de la larguísima tradición de cine documental de índole familiar, Baró esquiva la nostalgia paralizadora, y sobre todo, huye de la fetichización del material de archivo para construir una película que celebra la vida en toda su dimensión, muerte y tiempo incluidos.

La película de nuestra vida es una película sobre la memoria, sobre la familia, sobre las imágenes del pasado y la manera en que podemos dotarlas de vida, pero es sobre todo una película sobre una sensación, un gozo, un cierto recuerdo, casi sensorial, y una conciencia del disfrute: la vida como terreno propicio para bailar, jugar, representar, hacer el ganso, cantar y beber. Frente a esa idea de la nostalgia tan pegada a lo lacrimógeno, Baró opta por una película casi humorística, que a través de puestas en escenas, recreaciones, juegos ficcionados con su propia familia (o no) trata de recomponer inútilmente las piezas rotas de esos veranos, la memoria de ese espacio, de esas películas amateurs grabadas sin más conciencia que la del propio disfrute. Gonzalo de Pedro Amatria

MARISA EN LOS BOSQUES. Antonio Morales. 83 minutos. España (2016). Con Patricia Jordá, Aida de la Cruz, Mauricio Bautista, Yohana Cobo. Sección TALENTS.

Según defendió el debutante Antonio Morales en la presentación de Marisa en los bosques en la sección Resistencias del pasado Festival de Sevilla, la película emana una profunda cinefilia. Quizá por eso resulta fácil seguir las pistas y referentes que propone. Y quizá por eso la escena más bella de la película es aquella en que una chica, desolada tras una feroz ruptura, se acuesta, mientras, de fondo, vemos la imagen de Lillian Gish en Lirios rotos, tumbada a su vez en una cama.

Marisa en los bosques comienza con una conversación entre la protagonista, Marisa, una dramaturga, y un actor que se está maquillando. Esta es una película sobre el artificio, que se presenta aquí como un juego de encuentros y desencuentros entre Marisa y algunos de sus amigos y conocidos, a la manera de Matías Piñeiro, un director que ha sabido hacer de la ficción más placentera y traviesa una subversión. Marisa y los bosques carece del poso del cine de Piñeiro, pero goza de su carácter más juguetón. “Todos vamos a morir: tu, yo, la china de la tienda de abajo, Björk…”, le espeta en un momento Marisa a su amiga del alma. Lo mejor de la película, de hecho, es la espontaneidad cómica con la que se relacionan las dos amigas, mientras en la pantalla se dan cita todo tipo de referentes de la cultura indie, desde el “Viaje a los sueños polares”, un clásico del pop de los noventa, al Arrebato de Zulueta, la piedra filosofal del nuevo-otro cine español. Violeta Kovacsics

SIPO PHANTASMA (BARCO FANTASMA). Koldo Almandoz. 67 minutos. España (2016). Con Maider Intxauspe. Sección TALENTS.

Según ha indicado el cineasta donostiarra Koldo Almandoz, su ópera prima, Sipo Fantasma –en esperanto ‘Barco Fantasma’–, fue concebida tras la lectura de libro Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, donde David Foster Wallace lapidó la cultura estadounidense desde el camarote de un crucero que surcaba las aguas caribeñas. En un principio, el proyecto de Almandoz consistía en una ficción sobre el ocaso tedioso que reina en los cruceros. Sin embargo, dicho planteamiento inicial ha quedado reducido a una minúscula parte de este ensayo experimental, estrenado en el Festival de Rotterdam. Por otro lado, el espectador no tardará en darse cuenta de que el protagonista de la cinta no es un individuo que observa y juzga a los turistas con la sarcástica superioridad moral de Foster Wallace. La estrella de Sipo Fantasma es una mujer caracterizada a imagen y semejanza de la Tilda Swinton de Solo los amantes sobreviven: una Maider Intxauspe que se esconde detrás de las mismas Ray-Ban negras que Jim Jarmusch convirtió en el emblema de la iconografía del vampiro moderno.

La joven que deambula sin rumbo por la cubierta del crucero, cuando el Sol se esconde, tampoco es una vampiresa cualquiera. Se trata, ni más ni menos, de Florence Balcombe: la esposa de Bram Stoker, que tras la muerte del escritor inició un litigio contra F. W. Murnau y su productora con el fin de eliminar todas las copias existentes de Nosferatu. Como explica Almandoz en su debut, esta especie de María Kodama británica nunca quiso ver Nosferatu. No obstante, su obsesiva vendetta contra el cineasta la deshumanizó, transformándola en una versión femenina (y de carne y hueso) del monstruo que inventó su marido: el Conde Drácula. Sin ir más lejos, el autor de Sipo Fantasma fabulará sobre la posible implicación del espíritu de Balcombe en la reciente profanación de la tumba de Murnau. A través de cartas, fragmentos de libros, noticias de periódicos y metraje de Nosferatu, Almandoz presenta una serie de situaciones en las que el imaginario mitológico consigue superar los límites de la realidad. Sipo Fantasma es una invitación a abrazar la dimensión mística del mundo, apoyándonos en esa inocencia e ingenuidad que nos permite creer en las historias de fantasmas, en los barcos malditos como el Lyubov Orlova, en la magia del celuloide, o en la literatura de ciencia ficción. Carlota Moseguí