Carlota Moseguí

La reinterpretación de un mito o un relato literario ha sido un tema recurrente en el cine local programado en la quinta edición del Festival de Cinema d’Autor de Barcelona. El Otro Cine Español presentado en el certamen catalán ha propuesto relecturas de leyendas bíblicas, novelas de culto o mitologías griegas. Se trata de films que aportan un nuevo significado a la fábula que homenajean al desterrarla de su contexto original y enclavarla en un paradero remoto de la geografía castiza. Ion de Sosa trasladó ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? hasta el Benidorm de 2052; David Valero y Adán Aliaga recrearon el Arca de Noé en una España futurista –todavía gobernada por Mariano Rajoy e inmersa en la crisis–; y, finalmente, Antígona Despierta, segundo largometraje de la directora argentina afincada en España, Lupe Pérez García, traslada la tragedia clásica de Sófocles sobre la rebelde hija de Edipo al árido paisaje oscense.

Presentado en Locarno –en la sección no competitiva ‘Signs of Life–, y proyectado también en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, el de Cartagena de Indias y el IBAFF, Antígona despierta es un experimento meta-temporal, una demostración de cómo los mitos se han incorporado al inconsciente humano y han modificado sus formas –dejando intacto el contenido– para formar parte de la esencia de nuevas épocas. A diferencia de los otros dos largometrajes citados, el traslado de la calamitosa fábula de Antígona a Huesca no genera un efecto irónico, sino que sigue procurando la seriedad del texto clásico. La cineasta defiende la vigencia del mito en la actualidad –involuntaria e irracional– con un tono que se encuentra a medio camino entre el solemne estilo narrativo de El cant dels ocells de Albert Serra, y el chocante contraste visual de realidad y teogonía de Métamorphoses, la última película de Christophe Honoré que lleva Las Metamorfosis de Ovidio hasta unos suburbios de la Francia del siglo XXI.

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Igual que en Métamorphoses, los personajes del ciclo Tebano de la obra de Pérez García viven los peores momentos de su existencia, maldecida por los dioses del Olimpo, frente a individuos de carne y hueso que llevan a cabo sus quehaceres en esa pequeña localidad. No obstante, Antígona despierta va un paso más allá de la radicalidad de Honoré. La película advierte una avenencia entre ficción y no-ficción, entre el presente y los tiempos milenarios, como demuestra la puesta en escena del célebre diálogo sofocleano entre Antígona –interpretada por una soberbia Gala Pérez que irradia luz y tinieblas con la misma belleza que en La jungla interior– e Ismene (María Lera), punteado aquí por la presencia de unos turistas que caminan a paso lento cerca de las protagonistas, ajenos a su desdicha.

Sobre la marcha, la cineasta añade entrevistas con nativos del lugar que aparecieron durante el rodaje, y que de algún modo, gracias a una interiorización del mito, están relacionadas con Antígona. Asimismo, la directora del documental Diario argentino retoma el género de su ópera prima incorporando acontecimientos de diferentes tiempos. La representación del mito se intercala con monólogos o acciones de personajes variopintos: los dos hermanos que simulan pelear a muerte en los bandos contrarios de la Guerra Civil -paralelismo entre los difuntos Etéocles y Polinices, hermanos de Antígona-; un motero convertido en Edipo que confiesa haber encontrado su pasión tras haber vivido una experiencia cercana a la muerte; o el propietario de los buitres que en la película devoran el cadáver de Polinices en una de las imágenes más asombrosas de Antígona despierta y que, en palabras de Pérez García, simboliza la violencia que la naturaleza ejerce a diario sobre el ser humano.